jueves, 6 de octubre de 2016

CARAS

La reincorporación lenta al quehacer isbiliyo diario me da una interesante perspectiva de muchas cosas. Se dijo en otra crónica que el Desafío y la competición nacional han creado vínculos muy fuertes. Quizás invisibles a los ojos de quienes lo ven a diario, más palpables a quien observa sin presión. Es mi caso, estar en otra onda me da la libertad de pensar en varias cosas a la vez, de mirar y de disfrutar de lo que hago y de lo que veo.

En la nocturna vi caras jóvenes, que ansiaban pasarlo bien, desfasar un poco y reírse. Eran caras de alegría y de jovialidad, de frescura; caras de ilusión y de solaz, una especie de día libre que supieron vivir, beber y comer una gran hornada. Allí estaba también Antonio Bermúdez, con cara de....bueno, con cara de Antonio Bermúdez. Y, a mi manera, me hicieron pasarlo bien.

La cara es el reflejo del alma. Eso lo saben hasta los hebreos, dicho en lenguaje familiar. Sí, recordad ahora la primera vez que hicisteis el amor, mantuvisteis relaciones sexuales completas o folgasteis, como queráis decirlo. ¿A qué salisteis a la calle pensando se me nota, se me nota, van a averiguar que lo he hecho? Pues bien, lo normal es que, a pesar de la cara de gilipollas que se lleva durante unos días, nadie note nada. También se ha de decir que quien sabe observar y quiere notarlo lo nota. El desfloramiento suele dar una pátina a todos. Como también la da el primer olímpico o un ironman, que es también como desflorarse.

El martes pasado hubo series. Las caras eran un poema, bonito, eso sí. Están todas enchufadas, concentradas, curtidas. Entre vosotros no lo notáis, pero cuando Samer explicó la dinámica, no hubo el descontrol de otros días. Cada uno empezó a calcular ritmos, grupos y esfuerzos. Cada uno se concentró en unos pies, una distancia y una meta. Se notaba en la cara silenciosa, seria, de prueba.

Es la cara del examen, de la oposición, del candidato que llega con los deberes hechos, en forma y preparado, del que no mira a otros sino que mira su interior y no hay fisuras, del que repasa mil veces la check list y la ve completa, y va ligero, sin tonterías. Esas caras dicen mucho y van a dar, valga la redundancia, la cara y el do de pecho a pie del Mediterráneo.

Ánimo, equipo. Queda muy poco, un último escalón, un último arreón. Con fuerza. Por la cara.

sábado, 1 de octubre de 2016

DUEÑAS Y LOS MIEMBROS FANTASMA

Justo al volver de las merecidas,  consabido epíteto, vacaciones por tierras del maquis y brujas, llegué a mi trabajo y empecé con ahínco e ilusión desbordante a trabajar. Cinco minutos más tarde dejé el informe que redactaba y abrí un documento esencial en la vida de todo funcionario, el periódico. Allí me interesé por cosas importantes, el resumen de las olimpiadas, un concurso a la mejor foto del verano, qué lugares visitan los famosos y la sección de ciencia. Allí encontré una pequeña joya, un artículo sobre neurociencia en el que se explicaba cómo trabaja el cerebro cuando hay una amputación de un miembro y por qué muchas de estas personas pueden sentir esa mano o esa pierna que ya no existen. Solo Dios sabe por qué me interesan esas cosas, como tantas otras extravagancias , pero esta me confirmó la complejidad del cuerpo, y el lento avance de la ciencia que, solo mucho tiempo después, ha podido explicar esto que la cultura popular sabía, que muchas personas con amputaciones sienten picor en el miembro amputado.

Hace dos semanas, tras la sesión diaria, el fisioterapeuta me recomendó intentar mover mi dedo y mano inútiles; según él no podré moverlos de momento, pero es necesario que el cerebro esté continuamente enviando órdenes a estos miembros para que, llegado el día, se muevan. La verdad es que ese milagro móvil no se ha dado; sí he sentido alguna vez que mis dedos habían articulado, y habían asido algo como antes, pero la ilusión se desvaneció con solo mirar y comprobar que se mantiene la rigidez. 

Espero que esta introducción no me haya desviado mucho de los propósitos de esta entrada, que no son sino contar qué he visto en los últimos tiempos y qué me ha inspirado a escribir algo.

Justo hace una semana una legión de compañeros finalizó el Desafío Doñana, prueba que se me antoja a un universo, un eón, de donde me encuentro; las crónicas que han volcado en la red me parecen geniales. Muestran que el sacrificio, el entrenamiento y el nivel de compromiso que han mantenido les ha ayudado en la travesía en bici por esa tierra llena de páramos, secarrales y marismas; contra la corriente del río Betis; sobre el pesado camino de arena de la antigua Tharsis. Muestran su fortaleza, su ligereza, su voluntad, pero, un poco más allá, recurren todos a lo mismo, tanto que no parece un tópico. Todos hablan de que lo mejor fue hacer la prueba junto a otros isbiliyos, compartiendo esfuerzo, ansias y metas. Tanto que los que hicieron la prueba juntos se hablan como hermanos.

En el norte, el equipo de competición de nuestro club destacó en Gijón. Calidad, entrenamiento, compromiso... Lo sabido. Pero lean lo que todos han destacado, lo mejor no es la competición sino el fin de semana, el ambiente, el grupo. 

¡Coño!, hablamos de deporte y de competición, pero ¿lo mejor no es eso?, ¿lo mejor no es correr, nadar, pedalear? Aquí es necesario hacer algo de investigación, algo de psicología deportiva que dejamos a Julio, y pensamos que todo el esfuerzo, todo el entrenamiento, todo el sacrificio te conducen a una meta; traspásala y descubre que todo el entrenamiento, todo el esfuerzo, todo el sacrificio te permiten valorar otras cosas, estás en otro plano. 

Desde la distancia, y la imposibilidad material, uno se siente como el miembro amputado. Gracias a que el pensamiento positivo existe, y a que el deporte te hace sentir que todo es posible, el ejemplo de los isbiliyos por Doñana inspira a muchas cosas. Por lo pronto a negar que la lesión sea permanente, por lo pronto a procurar vencer al dolor, por lo pronto a buscar una meta que me lleve a otro plano. Porque ahora no está el horno para bollos. Pero lo estará.

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Posadas fue el verano pasado un descubrimiento para mí. Este año me lo tomé como un reto personal; algunos de los amigos, como Ale y Álvaro Dueñas, saben de la difícil logística que me suponía hacer esta prueba, pero me las apañé y logré llegar, nadar, montar en bici y sentirme muy bien. Siguiendo los consejos de José López busqué un grupo en bici para no quemarme en esta parte, aunque me había supuesto esperar a gente; estrategia que me estuvo dando fruto hasta el maldito momento en el que me sentí volando de costado, golpeando la carretera con el casco, el hombro, el codo y la cadera en ese orden; hasta que me vi sentado en el asfalto mirando las luxaciones de mi mano y sabiendo que se acababa de terminar mi verano.

Obviemos el traslado en ambulancia, la cura en la tienda de campaña, la cara de Samer en meta, el desconcierto ante los jueces y la organización, qué tengo que hacer, dónde está mi bici, cómo me cubre el seguro de la federación...Quizás todo eso tendría un papel más relevante si Álvaro Dueñas no hubiera estado allí. Su ayuda, su traslado a Córdoba, recoger a mis hijas y traerme a Sevilla, ver juntos el bronce en baloncesto, el bronce en mountain bike, todo eso después de la paliza del triatlón, después del madrugón, después de todas las vicisitudes íntimas que tan bien lleva, merecen algo más que este agradecimiento.

Otro compañero, Fco. Javier Ramos, ya supo de la generosidad en la ayuda de Álvaro. También en el difícil momento de su caída en el duatlón de Sevilla, estuvo Álvaro a su lado, ayudando en lo posible,  dando lo que se necesita en ese momento, un poco de ánimo, un poco de compañía.

No me extraña que Álvaro haya completado el Desafío, ni que lo hiciera a pesar de las molestias que sufrió; ya ha hecho cien mil cosas que demuestran su carácter, el deportivo y el humano. Ahora vive, además, en otro desafío, este también lo va a superar. ¡Fuerza, Álvaro! Silba y te ayudaremos.

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En la nocturna me divertí, me lo pasé bien y me probé un poco. Medio contento.

Mi mayor alegría fue la de encontrar uno de esos detalles que son los que me hacen sentirme bien en el deporte. No sé si habrá alguna foto, pero que José Toranzo me esperara para entrar juntos en meta, es de esas imágenes que se guardan por ahí, en algún lugar de la memoria.

Eso me llevó a un mes y poco atrás. A la meta de Posadas llegué antes que todos, vendado, escayolado y dolorido, pero antes. Eso me permitió el lujo de ir viendo a todos los que entraban; no era mi intención asustarles, pero a la cara de esfuerzo y cansancio de todos se fue sumando la de asombro por la vistosidad de mis vendajes, y cada uno fue preguntando por lo ocurrido y dándome ánimos. Esta feo decirlo, pero me sentí mal cuando uno de nosotros me mostró lo jodido que estaba porque le había salido mal su carrera y porque le había devuelto una botella de agua sin tapón. Esa amargura todavía me late por ahí. Por eso entiendo que el gesto de Toranzo ayer en la carrera redime el mal gesto de otro en Posadas. Por eso creo en el deporte, cuna de segundas oportunidades y segundas juventudes.

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Posadas tuvo una crónica especial en nuestro club. No podía ser menos porque fue un duro comienzo de la segunda parte de la temporada, porque se unió al medio ironman y porque se deben hacer crónicas. Pero eché de menos alguna reseña a todo lo que ocurrió, al accidente, a la caída. 

Pensé en otros compañeros que han tenido problemas en otros momentos como Fco. Javier Ramos, como Lolo Lage, incluso como José López, o Mariano, o Noelia, y no sé si han tenido esa impresión de que el éxito como una ola lo barre todo; incluso de que el éxito barre las lesiones, las vicisitudes, los problemas. Y no sé si han llegado a sentirse como los miembros amputados de un gran cuerpo. Lo que espero, lo que siento, lo que sé, es que es posible que seamos esos miembros fantasma, que no estamos, pero que picamos un poquito, que nos hacemos sentir. Aunque sea un poco.  

    


 



  


jueves, 7 de abril de 2016

RESET

En los años 80 la compañía Sinclair desarrolló los procesadores ZX. En mi primer contacto con un ZX Spectrum 48K mi idea de la informática era tan romántica como el alma de HAL 2000 o el ordenador de Juegos de Guerra. Así que, durante una primera y exasperante tarde, todo lo que hicimos fue escribir Hello, Hola, Hi y recibir la consabida respuesta Command not found. Así fue hasta que mi hermano pulsó varias teclas a la vez y en la pantalla del televisor se inició un scroll infinito de números. Fue así como tuvimos que abrir el Manual de Instrucciones, buscar la solución de problemas y encontrar la sentencia mágica: RESET. 

No fue muy fino este primer RESET, desconectar la corriente de alimentación. Sí fue efectivo, mi madre aprovechó para reclamar la devolución de su televisión, y el ordenador descansó de interpretar nuestras clases de inglés conversacional.

Quizás esta anécdota le parezca al lector traida por los pelos; piense entonces el lector de otra forma, cuando algo se está haciendo mal, cuando los resultados no son los adecuados, cuando se nota que no funciona la cosa como se esperaba, si se quiere mejorar se deben cambiar los fundamentos. Para eso lo mejor es resetear. Es normal querer el camino fácil, buscar atajos, buscar el camino de otros, ser, de repente, pintor abstracto. Lo normal en ese caso es que se vaya de forma directa a fallar. Que recuerde si no el lector que Picasso primero aprendió a dibujar de manera academicista, a retratar de forma fiel la imagen ante sí hasta que pudo encontrar el alma de las cosas y desvirtuarlas para plasmar su esencia, para captar otra mirada y otra perspectiva.

Cada uno tenemos un camino, una perspectiva, una mirada y una meta. Andar el camino de otros, mirar con las miras de otros o tener su perspectiva nos alejan de nuestra meta. Es entonces el momento de resetear, de aprender los fundamentos, de coger un lápiz nuevo y empezar desde cero. En ese momento puede que se estén empezando a hacer bien las cosas.

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Un extraño Deja Vú.

Quizás para ir a Quarteira en marzo o en abril haya que acompañarse de la saudade. El tiempo acompaña, tarde gris de sábado, frío por momentos, lluvia a ratos. La carretera hasta Loulé que recuerdo hasta la más mínima curva. Todo empieza igual.

Como a alguno ya le conté, todo es igual pero diferente. El anticuado hotel que el año pasado nos alojó sigue allí, al igual que el recepcionista de gafas, al igual que el comedor pequeño, la mínima WiFi. Decido, pues, que es el momento de confirmar la inscripción, de ir a la oficina de la carrera y recoger el chip, el dorsal y pagar; pero, de repente, no entiendo nada. Todos los portugueses que me encuentro allí en realidad me parecen que hablan en otro idioma, en un tosco dialecto olvidado de otro lugar del mundo. Confirmar mi inscripción, mis datos, los datos del club, es un proceso que costará 14 horas. 

Y cambio cosas para intentar que todo siga igual, doy una vuelta en bici por el circuito, recorro a pie el de carrera, preparo las cosas antes de ir a cenar, visito tres veces la oficina de los jueces, llamo por teléfono, veo la entrega de premios de la Copa de Europa e intento dormir más temprano. Es imposible, el deja vú vuelve aquí. Todo ha cambiado para que mi insomnio siga igual. 

Pero a partir de ahí, aunque a la mañana siguiente cada cosa esté en su sitio, llueva, haya venido Leo, coma en la misma pizzería de Loulé, y la carrera también me salga mal, ya nada es igual. Quizás ha sido un reseteado suave; no lo sé aún, el tiempo tiene que escribir esas líneas.

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Una tradición.

Imaginemos que todo lo que se escribe en estos días de alguna forma pudiera recuperarse e imprimirse, archivarse y constituir la crónica escrita de este club. Es mucho imaginar y mucho despilfarro, pero es solo un ejercicio, una serie de calidad para la mente, tampoco se agobie usted.

En la segunda serie vamos a imaginar que dentro de unos años siguen existiendo los historiadores. Y sin descanso, metemos la tercera que consiste en pensar que alguno encuentra los papeles de este club y los estudia. 

En ese caso, sería bonito pensar en que el historiador escribiera una reseña sobre nosotros, una al modo en el que los cronistas de la Semana Santa escriben las glosas de cada una de las cofradías sevillanas. Algo como: "El club Isbilya Sloppy Joe´s comenzó a gestarse durante los últimos meses de 2013 alrededor de un grupo de triatletas andaluces afincados en Sevilla, aunque su primera configuración data de los primeros registros de la entidad en torno a 2014. El club copó durante sus primeros años los primeros puestos en muchas de las competiciones a las que acudían. Como curiosidad, el club ha participado durante todos los años de su existencia en el Triatlón de la ciudad de Quarteira, incluso tras el cierre de las fronteras. Este año la equipación conserva el rojo de la organización y ha sustituido la publicidad de la parte posterior por un cuadro en el que está impreso el nombre de todos los triatletas que han formado parte del club"

Dirán ustedes, ¡qué tontería!. Yo pensaré, es cierto, es una tontería, pero así empiezan las tradiciones, sin sentido, solo por conservarlas, y hay momentos en los que cuesta. Este año yo he venido solo. Espero que el año que viene vuelva a ser el punto de inicio de la temporada, el punto de inicio  de los fundamentos del club, un pequeño reset para volver a los orígenes. Como rezan los papeles de Facebook del club, un club de aficionados amantes del triatlón. En Quarteira eso hace que cambie, y que se pueda escribir, un grupo de amigos amantes del triatlón. Pero eso no es una serie intensa, es una tirada larga.

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El fondo del pozo. 

Si yo dijera que todo lo que podía salir mal, salió mal, diría la verdad. Pero también mentiría. Me dijeron mal la hora y tuve que apretar para llegar. Pero eso me permitió recoger el dorsal sin colas y comprobar que en mi inscripción todos mis datos, incluído el nombre del club, con dos pes, estaban bien registrados.

Podría decir que mis tiempos de carrera y de bici fueron pésimos, peores que los del año pasado, y diría la verdad. Pero tampoco sería cierto del todo. Había estado tres semanas en el dique seco, desde el desatroso duatlón; había tenido como piedras los isquiotibiales y los glúteos, la fisioterapeuta me dio permiso para correr y lo primero que hice fue ir a un triatlón. Pues fue una insensatez, podía haber empeorado mi lesión y no pasó nada de eso. Además la inconsciencia, e ir adelantando siempre a gente, me crearon una falsa ilusión de hacerlo bien. Bendito sea ese espejismo, cualquier cosa es buena para agarrarse a lo que nos gusta. 

Incluso podría añadir que la natación fue más lenta que el año pasado, mucho más lenta, pero no tengo un referencia clara, los primeros, como yo, tardaron unos seis minutos más que el año anterior. Puede que sea solo casualidad, que el nivel fuera más bajo este año. Puede que no, y que las corrientes fueran más fuertes este domingo.

Y si nuestro amigo portugués escribiera aquí diría, sí, se cayó de la bici en la salida, sí, tuvo que arreglar la cadena, el cambio, el freno, sí, se le engancharon dos o tres detrás y no le dieron ni un relevo, sí, pero tuvo mucha suerte, fue toda la carrera con la rueda de atrás suelta, podría haber tenido una grave caída. Muito perigoso, muita boa sorte.

Quizás el reseteo ha coincidido con el fondo del pozo, ese lugar oscuro al que alguna vez se llega. Quizás todo lo que veo está condicionado por la falta de luz, por ver solo al final de ese agujero una luz, una única luz. Quizás el ver las cosas de otra forma este domingo indica un cambio de tendencia. De ir bajando siempre a empezar a ir cuesta arriba. Recordatorio: cuesta arriba se va contra la gravedad, se va más lento. Es bueno asegurar los pasos.
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A manhã de domingo.

La boya roja se deja a la derecha, mientras que las boyas amarillas se dejan a la izquierda. Hubo deriva entre la última boya amarilla y la roja, pero fue una deriva fortuita, haciendo lo que debía, seguir unos pies que me adelantaban. 

El neopreno, mi neopreno se convierte en un suplicio; si no fuera porque este mar es como un saco lleno de agujas en el que uno se hunde, y si no fuera porque ese traje nos aisla de ese frío, preferiría mil veces nadar con frío, a pelo, con más esfuerzo, que ponerme y quitarme el traje. Eso, a pesar de que alguno no lo crea, es un problema.

El frío del agua, el vaivén de las olas, figura manida de café cantante, me aturden, cambian mi sentido y todo parece que le ocurriera a otra persona. No soy yo el que se cae, ni al que le salta la cadena. No soy yo el que corre tras el número 4119, mamón chuparruedas, hasta adelantarlo. Tampoco el que va viendo objetivos a quince metros para adelantar, el que los adelanta y decide no esprintar, aunque eso le cueste dos puestos, porque eso no le cuesta repetir la lesión. 

El frío del agua ha congelado mi cuerpo, todo se me cae, no sé recoger nada, ni qué hacer con la bici. Nada, no sé hacer nada. Es lo que tiene hacer unos de los múltiples reset de los últimos tiempos. Se empieza de cero.

La boya roja se deja a la derecha, buena metáfora política para estos días. Cuando la alcanzo, viro y enfilo la playa, me topo con varios nadadores asustados, van directos a cogerse al cable de la marca, nadando con un heterodoxo estilo de braza, algo que mis hijas llaman perrito. El miedo les da una fuerza superior, sus patadas son de fuerza mayor, una de ellas rompe la correa de mi reloj, allí queda, registrando un tiempo increíble, registrando allá, en el fondo del mar, la deriva a la que las olas lo someten. Es gracioso, si alguien lo encontrara podría pensar que soy yo el que estoy allí. No se equivocaría mucho.

Es domingo. Es Portugal. Hace sol a ratos, llueve a ratos. Mañana es 4 de abril. Me invaden la saudade y la rabia a partes iguales. Es domingo. Ha comenzado la temporada. Continúan las tradiciones, continúan los fallos. Es hora de cambiar de tendencia. Tiempo de hacer reset.


viernes, 11 de marzo de 2016

UN DÍA CUALQUIERA, LOS VIKINGOS.

Es un día cualquiera, aunque pienso que no es sino el compendio de muchos días, de muchos momentos de vagabundear y divagar; wondering and wandering around.

Es un día cualquiera y las niñas están en clase de inglés, es el momento propicio para llevar la bicicleta al artesano que restaurará su sonido original, metálico, sinuoso, equilibrado y blanco. Para pensar en la pedalada ineficiente, en su componente mecánica, en el olvido y en el descuido, el graznido del eje, el baile lateral de la cadena y sus saltos desacompasados que significan algo que no se ha querido escuchar.

En este día cualquiera se olvida pronto la enfermedad mecánica y se abandona uno a la cavilación; es la hora de correr hacia el Guadaira y su ribera. Y es en ese sencillo acto de mantener a la vez la carrera y la mente en otro mundo, en conservar las ensoñaciones mientras percibo la zancada y el terreno, en el que me sumerjo.

Bajo el manto de agua insondable del pensamiento encuentro bajeles y pecios, restos de naufragios que sueño rescatados; ahí están el cuento sobre el soldado que busca un paso del río, las brumas del hipódromo cercano, el día que corrí en Triana por las calles de virtudes, la certeza de que habrá un día, espero lejano, en que este ejercicio me resultará imposible y no sabré como alcanzaba a repetirlo, la imagen de toda Sevilla sostenida como una peonza por el mástil de la Torre Pelli. Ahí están todos los velámenes sumergidos, las escuadras maestras de las quillas, los remos abandonados; ahí están  pidiendo a gritos salir a flote mientras yo busco un buen puerto donde fondearlos cuando alguna vez refloten.

Y es en ese día cualquiera donde unos caballos blancos rescatan una vieja idea que sale a la superficie por delante de otras; y con mi horizonte y meta en Los Bermejales, quiero imaginar que su toponímico proviene de una antigua raza de nórdicos, de vikingos establecidos en estas islas y estribaciones del Guadalquivir, en donde hace más de mil años produjeron quesos y criaron caballos. Y que, quizás, solo quizás, algunos decidieron establecerse aquí; y que, quizás, solo quizás, tuvieran el pelo rojo, como Erik, el legendario.

Y es antes de alcanzar el horizonte, antes de atravesar la frontera que marca la traviesa del tren y antes de que la realidad barra como una ola estos momentos, cuando pienso si, en un día cualquiera, hace muchos años, más de mil, los veteranos guerreros nórdicos pensaron, en un día cualquiera buscando el Valhalla con la batalla, es un día cualquiera, los niños están en clase de la lengua del reino de los francos, o en clase de espada y escudo, es el momento propicio para batallar, para matar, para morir. Es un día cualquiera, es el momento propicio para correr. 

viernes, 15 de enero de 2016

EL CICLISMO NECESITA LA ÉPICA

Cuando quieras sorprender al espectador, antes tienes que aburrirlo

David Lean, director de cine.



La carretera de los pequeños desastres. 

Al final de la cuesta abajo está Alcalá de Guadaíra. Hace un rato he pinchado la rueda delantera con esa desesperante certeza que otorga el bisbiseo del aire que irrumpe en la atmósfera atravesando cámara, cubierta y los laterales del cristal que se ha incrustado hasta el fondo. Llueve. Con parsimonia he cambiado la cámara y la he inflado; he saludado a los ciclistas que han preguntado si todo va bien y me he lamentado por no pedirles una cámara de repuesto; la que acabo de poner está en las mismas condiciones que la que pinché. Llueve.

La mirada hacia el dragón que custodia el paso del río Ira me trae una alegría; en lontananza, como decían los antiguos marinos, se divisa la silueta de un ciclista. Decido esperarlo para pedirle auxilio, y la espera es, como buena espera, desesperante. Da para pensar un rato y recordar la escena en la que Lawrence de Arabia aguarda con un beduíno la llegada de un jinete a camello. La secuencia es memorable, un plano trasero del pozo con los dos personajes en un primer plano de espaldas y un camello que, poco a poco, en un interminable paseo se acerca hasta que el jinete, Omar Shariff, tiene a tiro al beduíno y lo mata de un certero disparo. El ciclista que se acerca viene en uno de esos camellos, es seguro; por fortuna no trae arma alguna y solo escopetea sus palabras, a saber por qué muerde con los dientes delanteros la válvula de una cámara. No entiendo nada de lo que dice, pero somos capaces de llegar a un acuerdo. Él me da una cámara de repuesto y, a cambio, se lleva la que voy a quitar. 

Incluso entre estos seres que montan a camello, él y yo, recuerdo aquella vieja solidaridad de carretera en la que, por encima de todo, otro jinete de la llanura debe ser auxiliado. Por estos parajes se viaja con un par de cámaras en la chepa, con una bomba y con cuidado. En el arcén los visitantes de las haciendas cercanas dejan los restos etílicos de las bodas o comuniones, ya sean orgánicos o vidriados y no es dífícil pinchar. 

Gracias, quizás, a esas heridas en la bici, he aprendido, a la fuerza, a cambiar una cámara. Gracias a eso y gracias a gente como el gracioso ciclista Naranjo que un día me auxilió. 

Naranjo, Hueso y López.

Desde el día del maratón me ronda en la cabeza la idea de contar la gente a la que se conoce en este mundo del atletismo popular. De repente, el día del maratón se me escaparon todos los isbiliyos y me quedé solo, sin móvil, sin dinero, sin coche con el que volver. Cuando pasó a mi lado alguien vestido con un mono de triatlón, no dudé en pensar que podría ayudarme. Así fue, resultó ser un hombre llamado David López, ganador de las primeras carreras nocturnas de Sevilla; la casualidad me unió a uno de los fuertes y sabedor de que quien que te pide que le dejes llamar por teléfono no siempre es un aprovechado; a veces es tan solo una persona que ha acabado media maratón y ha tenido un problema. Me reconfortó encontrarme con gente que pensaba, como yo, que el atletismo popular está sufriendo el mal de la masificación, el mal de la marca, que se está alejando del goce de sentir que es otro mundo distinto al de la rutina, al de la lucha por medrar. ¡Y eso me lo decía todo un campeón!

No podría entonces dejar de contar que conocí en enero del año pasado a dos personas de esas que piensas que son buenas solo con ver cómo se mueven.

Un día me hice un estudio combinado de la pisada y de la postura en bicicleta. Mientras que del estudio de mi pisada salí mal, no dejan de decirte que estás contrahecho, que caminas y corres fatal y que sin invertir un pastón no vas a mejorar; del estudio de la bicicleta salí agradecido. Jesús Hueso corrigió con tacto, enseñó, probó varias cosas y preguntó. Además fue un hombre confiado que postergó el cobro de lo que me instaló sin conocerme.

Y resultó que tras corregir las distancias de mi bici quise probar, y me sentí mucho mejor de lo que había ido antes. Eso fue un sábado frío de enero. Como suele pasar volví a pinchar, ¡y van n sobre n!, así que, como no llevaba ni cámara, ni llaves, ni manetas, ni bomba, ni teléfono, me senté por un momento en la puerta de un cortijo, no sé si para lamentarme o para coger fuerzas antes de la caminata que me esperaba hasta Dos Hermanas.

El ciclista pasó, me vio, me saludó y siguió; y yo me acordaba de alguno de sus ancestros porque no podía imaginarme mi mala fortuna y su mala condición. Pero tuve que desdecirme en segundos, aquel ciclista curtido y su bonita bicicleta volvieron para ayudarme. Con una amplia sonrisa aquel sexagenario desmontó la rueda y la cubierta, sacó la cámara, le puso un parche, repasó la cubierta, montó la rueda, ajustó el freno, me dio agua, un caramelo, me contó quién era, al mecánico al que conocía, cuánto le costó la bici, cómo la guardaba, me enseñó la pintura con su nombre, la bandera de España y la de Andalucía, se montó en su máquina y se marchó. Y puede ser que hasta hiciera una cabriola. Y si no me dio un beso en la frente y me dijo hijo mío ve con cuidado, fue porque aquel sábado no tocaba ni ducha ni afeitado antes de salir a pedalear.

Eso fue algo que me reconfortó y que me hizo pensar que la solidaridad en carretera no es cosa solo de moteros.

Caballos, camellos.

Melonares, una etapa completa, aunque sea con el grupo segundo, volver en pelotón, se han convertido en un imposible.

El domingo descubrí la razón por la que mi salvador del fin de semana previo llevaba una válvula en la boca. Hasta que no recurrí a Adri, no me di cuenta de que la cámara que me había dado el ciclista anónimo y medio mudo no tenía la válvula en condiciones. No le reprocho nada al hombre que me había salvado de un apuro, es posible que hasta me lo comentara. Lástima que no habláramos o el mismo idioma o en la misma frecuencia.

Empezó ya la cosa con cierto nerviosismo, pero Alberto me dio un buen consejo para aplicar y eso me calmó. Ya me veía sufriendo en el centro del pelotón y aguantando unos kilómetros más que las otras veces. Fue un espejismo.

Un objeto volador que no identifiqué hasta que su dueño lo hizo, pasó a pocos centímetros de mi casco. Vi que el ciclista paraba y paré; pensé que juntos enlazaríamos con un pelotón que aminoraría el ritmo, pero fue otro espejismo. Pedro y yo hicimos la etapa por nuestra cuenta; sé que intentamos coger al grupo, ir lo más rápido que podíamos, al menos yo, que Pedro tiene más carrete, pero nos quedamos solos.

Tanto traer los espejismos al texto, me hicieron pensar en el desierto, donde es sabido que son frecuentes. Si además le sumamos la escena del oasis que conté, no podía menos que referir que imaginaba a la gente en briosos corceles y me veía a mí mismo en camello. Y es que es común que en las estepas de Asia se cuenten ambas especies de animales entre los vehículos que llevan a los pasajeros de un extremo a otro. No deja de ser un dato cierto, y muy contrastado, que la velocidad a la que lo hacen es distinta, el caballo es rápido, no tanto el camello. No hace falta que comente en qué vehículo me imaginaba yo. Daré otra pista, tiene dos jorobas, que los que tienen una son dromedarios.

Un caravasar era un centro de reunión del que partían las caravanas de la Ruta de la Seda. Las componían hombres, mujeres, camellos y caballos. Las caravanas no siempre acababan juntas, había quienes acortaban el camino, paraban en Samarkand, o Bagdag, y no llegaban hasta China. Pero el camino común siempre lo hacían juntos, camellos y caballos, carromatos y palanquines. Yo imaginé que algo así era el Puente del Alamillo. Debió ser falsa mi impresión.

Las conclusiones. 

Correr, a lo que llamamos correr, es decir, desplazarnos deprisa, con un movimiento coordinado de piernas y brazos, con una zancada amplia, trabajada y dinámica, lo hacen unos pocos elegidos. En el grupo cada uno llevamos un ritmo muy diferente. Y en una carrera, incluso en una tirada, dependiendo de si estamos empezando o terminando, los ritmos personales varían. Pero muchas veces amoldamos nuestra carrera al compañero, caminamos con él, nos apoyamos, sentimos el estímulo de estar a su altura, nos sentimos importantes ayudando a que coja nuestra ritmo, y, a veces, no podemos más. Es entonces cuando debemos decir "sigue tú" y no frenarlo, y si el compañero es bueno, como son los que conozco, comprobará que podemos llegar a meta y nos soltará.

No puedo explicarlo mejor, ni de otra forma. El deporte no es siempre más alto, más rápido, más fuerte; es muchas veces una lección de cooperación y de ayuda. Es como dije antes, el ciclista Naranjo dándose la vuelta, aunque sea para ayudar a un capullo como yo.

Otra conclusión importante, el podólogo del estudio de pisada debe ser sevillista y saber que yo soy bético. No progreso ni con las plantillas.

El epílogo. La etapa.

Desde el momento en el que Pedro y yo nos hemos quedado solos cambia la luz del día. Es solo una casualidad que ocurra en ese instante, pero empezamos a pedalear en una medio penumbra que enmarca el día. Pedro pedalea, yo pedaleo, y nos gastamos; por lo menos yo me gasto, no ha habido calentamiento sino calentón. Y creemos ver al fondo de una recta al grupo. Allá vamos, hasta las señales, hasta el espejismo.

Ahora pensamos que les han pillado en verde los semáforos que a nosotros lo han hecho en rojo y seguimos cuesta arriba. Pedro anuncia que nuestro ritmo no es malo, pero no sé si es verdad o lo hace por animarme. No vemos a nadie, ni siquiera en el desayuno, en Castilblanco, con las bicis bajo la lluvia que ha comenzado a caer.

Y desde este momento solo recuerdo fotos, imágenes estáticas. Está lloviendo y yo no sé bajar, así que no sé contar cómo lo hice, ni como pillé a los ciclistas que iban por delante, ni como aguanté el viento que me llevaba al centro de la carretera. Solo recuerdo un inmenso dolor de piernas, el viento en contra, la lluvia que empapa la ropa de ciclismo, los relevos que doy, más por vergüenza que por fuerza, la imagen del ciclista que me acompaña como si estuviera en Flandes, en una clásica. Hay viento para todos, hay lluvia para todos.

Esto es el ciclismo, un poco de épica. Aunque sea de andar por casa.