lunes, 11 de mayo de 2015

VA POR TI, COMPAÑERO.

Las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Y no es cuestión de lamentarse, ni de flagelarse, ni de convertir cada carrera en una espinosa procesión. Es necesario, obligatorio, disfrutar con lo que cada fin de semana podamos hacer.

Hace unos días, unos cuantos diría yo, hubo una competición en Soria. Allí estaba el Isbilya, compitiendo, dejando el pabellón altísimo. Antes lo había hecho en Quarteira, en la ronda de duatlones de Andalucía, en alguna carrera; después ha sido en Sevilla en las populares, en Cádiz; y será en muchos sitios, pues hay una calidad innata en quienes compiten y marcan ese peldaño alto al que todos queremos subirnos. 

Ayer, bajo un sol de justicia y un aroma de pólenes mortal, corrimos algunos y fuimos detrás de los impresionantes Juan, Miguel Ángel y Corpas. Otros habían estado en la costa portuguesa de nuevo, como si quisieran que no pasara mes sin reivindicar este país, y dos fueras de serie, Samer y Rocío, habían sentado cátedra junto a la ladera donde murió Durruti. Y viene a cuento este anarquista, no se vaya a creer el lector que es cosa de traer a los ídolos sin ton ni son, porque fue lider. Y lo hizo con trabajo, con fe en una creencia, por convertir su vida en un ejemplo, con, la tan traída siempre, pasión. Esto me recuerda a alguien, ¿verdad, jefe?

Ayer, bajo un sol de justicia y un aroma de pólenes mortal, mientras corríamos, algunos sentimos una extraña náusea, la del kilómetro seis. Y allí estuvimos a punto de decir adiós, Jesús continuó con vergüenza torera e hizo un tiempo fuera de serie, otros seguimos solo con vergüenza, pero seguimos. Y acabamos, si fuera posible decepcionados con la marca, si fuera posible, a la vez, valorando que es necesario, obligatorio, disfrutar con lo que cada fin de semana hacemos.

Se afronta la semana antes de una gran cita, hay nervios, mucha gente con la puntería muy afinada, mucho valor, mucho entrenamiento. Se afronta una semana en la que aparece de repente la logística, cómo ir, cómo volver, cómo llegar.  Y ahí está Adri, en todas las soluciones aparece él.

Rememoremos. Carreras, duatlones, triatlones, salidas en bici, viajes a Soria, a Portugal, a Cádiz; miremos las fotos, ahí está él. Y si buscamos lo que hace a los campeones, poner pasión, entrenar, no desfallecer, estar ilusionado, arropar a los compañeros, no dejar a nadie solo, ahí está él. 

Pasará el tiempo, mucho, y esta idea, este club, será un buen recuerdo. Cuando no den más de sí nuestras piernas y nuestro corazón  recordaremos muchas cosas. Imagino que las series matadoras, las salidas en bici emulando a las clásicas, los golpes en la piscina, las campeonas, que convivimos con algún olímpico, o alguna olímpica, los viajes que nos quedan... Y a Adri.   Eso es seguro.

Las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Y no es cuestión de dejarlo pasar.

¡Va por ti, compañero!

¡Adri, go, go, go!




lunes, 4 de mayo de 2015

REFLEXIONES.

Este puente me deja en la cabeza algunas  reflexiones, de todo tipo y de toda índole. No son muchas, pues como dije el otro día a un amigo, ni con oxígeno, ni sin oxígeno, pensar me cuesta. Y lo que sí puede que haga sea adornar las pocas ideas que tengo; pues si  me llamaron el otro día el filósofo, será más por darles coba a las ideas que por generarlas.

El jueves me invitaron a  un curso para aprender a escribir, para que mis escritos tengan una mayor repercusión en las redes sociales o en los medios; al fin y al cabo para alcanzar mayor notoriedad y difusión. Me gustó la idea, primero porque quien me invitó ha debido notar mi afición a escribir, ¿tanto se me nota?, y segundo porque jamás he seguido curso alguno sobre esto. Muchas veces he pensado en qué hace un ingeniero mediocre escribiendo, redactando, atreviéndose con poemas y demás; y me encuentro fuera de lugar. Pero eso me pasa con casi todo, me siento muchas veces como un francotirador. Ya sea en el deporte, en la escritura, en la cocina, en el trabajo o en la feria. Por tanto, hay algo en mí que se somete siempre a un examen, que piensa que hay que superar una prueba, estar preparándose siempre. Me gustó la idea, haré el curso en otro momento. Aunque mi objetivo no es alcanzar a un público más amplio, sino hacerlo mejor, para mí y para las personas que tienen a bien usar un poco de su tiempo para leerme.

De esta idea salto a otra, de la forma en la que entiendo la escritura entiendo también el deporte. Ayer aconsejaron a un compañero hacer del triatlon una forma de vida, comprometerse, así conseguiría los objetivos. Yo no he hecho esto, ni sé si puedo, o quiero. La vida se compone de muchas cosas, y existen asuntos que están por encima de la práctica deportiva. Sé que es repetitivo, pero no hago triatlon para conseguir marcas o puestos, aunque claro que quiero hacerlo mejor, tardar menos, sentirme más rápido. Hago triatlon para  sentirme bien. Según mi mujer estoy obsesionado y es porque si voy a la playa me llevo el neopreno y nado, si voy a la sierra lo mismo con la bici o si cogemos un hotel o hacemos un viaje por ahí, de forma disimulada siempre van en la maleta las zapatillas, el bañador o ambos. Mi forma de comprometerme ha sido incorporar el triatlon a mi vida, intentando, con pequeños roces que a veces causan heridas, que no sea un lastre para todo lo demás. Que nadie entienda que desdeño a quienes han tomado otros caminos, no, incluso me parecen mejores que el mío. Pero a mí esto ya me ha pillado con la vida hecha, y no es cuestión de deshacerla. Me basta con hacerle unos huequecitos.

He mencionado el neopreno. Descubrí que en este deporte lo que se necesita, se necesita. Es verdad que el otro día nadé solo con bañador y gafas. Me habría venido bien llevar un gorro, eso es seguro. ¿Y qué contar si hubiera tenido el traje de neopreno? Se frivoliza con determinadas cosas: el neopreno, las zapatillas, la bici, los masajes, los calcetines o los acoples. Sin tener la disposición desaforada de los runners de nuevo cuño, todo lo que he contado es necesario para realizar este deporte con garantías para la salud. Es posible que no sea necesario, posible no, seguro, irse a los elementos más altos de cada gama, ni invertir una millonada en cada bici, ni llevar la última moda en pantalones. Pero protegerse de cara a golpes de calor, de frío, caídas, lesiones del pie, de los isquios, las caderas, la piel o los ojos no es de ser más o menos duro, es solo de ser sensatos.

El filósofo. A Valdano, el entrenador, lo llamaban así. Y este contaba cuando un delantero o un equipo justificaban una mala racha goleadora en la mala suerte, que la mala suerte, la falta de puntería se contrarrestaban con trabajo, con entrenar más y mejor, con estar concentrado. Yo cometo muchos despistes, y eso tiene un nombre y no es mala suerte, es falta de concentración. Si analizo tan solo el viernes puedo darme cuenta de que los errores cometidos al inflar las ruedas, dejar el freno abierto, dar por sentado que iba con el plato grande son faltas de concentración. Y no hay excusas, yo sé que hay una motivación derivada de mis prisas por llegar a la hora, por la idea de estar a la altura, pero hay más culpa en no descansar lo suficiente, en no dormir las horas necesarias que en lo demás.

Y la última cuestión tiene que ver con la idea de puente. Que habrá sido para muchos, pero no para nosotros. Inma tiene un trabajo y un turno puñeteros, y eso condiciona muchas cosas: la disponibilidad, la posibilidad de estar en determinados lugares o días, la forma de entender el ocio y el descanso… Es verdad. Por contra, salirse de los parámetros y los horarios habituales nos ha dado también muchas oportunidades de disfrutar de determinadas cosas a deshora, sin gente, sin agobios. Esta forma de vivir el trabajo es vocacional, requiere de disposición, de ánimo, de sacrificio, de fuerza, de ganas de que los que lo necesitan estén cuidados. Yo vivo con una atleta de élite, quizás no nada, pero corre como nadie para atender una urgencia, para suturar una herida, para cuidarnos también a nosotros cuando lo necesitamos. Ella a lo mejor no lo sabe, pero la admiro. Porque un triatlon o un maratón no son nada comparados con las noches en vela pendientes de la salud de los demás. Y esto no es retórica, es una simple verdad.

POPULARES. ESTADÍSTICAS.

Al fondo hay unas piedras, unas rocas enormes que cortan el paso por la playa. El sol aprieta, no es natural pues ha amanecido hace menos de una hora, pero voy sudando como nunca. El corredor que llevo delante aprieta y esquiva las rocas. Lo sigo, pretendo cogerlo, parece oirme, aprieta, endurece el ritmo. Él esquiva las rocas, unos segundos más tarde yo no quiero esquivarlas, quiero adelantar y las piso, mis pies no pisan sobre firme sino sobre una amalgama de algas que alfombra la playa. Y como la superficie de estas algas se hunde el corredor de delante, se desfonda, lo adelanto y lo dejo.Veo como él se queda en la primera escalera. A mí me quedan unos seis kilómetros.Voy bien.

Este episodio me traslada a la última carrera que hice, la popular de Nervión. Aquel día se me ocurrió escribir una entrada que se llamaría Estadísticas. Quería contar cómo cada vez es más difícil seguir el ritmo de competición del club, se diversifica, la gente se va a Soria y vence, o va a un duatlon a Tomares o a La Algaba, o corre en Marbella, o en Cádiz o en un lago de Portugal. Sí, quería contar que somos muchos, y que cada fin de semana hay algo. Además algo importante. Y que ni tan siquiera las Estadísticas, los primeros lugares, los subcampeonatos, los podiums, pueden reflejar lo que hay detrás. Que quedan las marcas, los puestos, la rabia por haber pinchado dos segundos en una transición, por entrar en los grupos de edad y no en la éllite, por no bajar de los cuarenta minutos, por no ir a 3:15 el kilómetro… pero que una estadística por sí sola no refleja lo que hay, el trabajo de  detrás, la falta de aliento en la carrera, el dolor de las caídas, la insatisfacción cuando las cosas no salen bien. Esa entrada queda atrás.

Lo que me ha hecho recordar ese día es la forma en la que se desfonda ese corredor. Y recuerdo que Estadísticas se llamaba la otra entrada, la que no escribí, porque pensaba en una frase: Las estadísticas dirán que terminé la carrera en 46 o 48 minutos, mi reloj dirá que en 42:34 y también mi corazón. Y todo es porque al igual que hoy, un corredor iba por encima de sus posibilidades, yo lo veía, una edad parecida a la mía, mayor volumen que yo, camiseta holgada, gafas graduadas aseguradas con una cinta. Y una cara de esfuerzo que lo dice todo. Se ha tambaleado varias veces, pero al marchar por la trasera del polideportivo de San Pablo, hace algo extraño y cae delante de mí. No es un tropiezo sino un desfallecimiento, o algo peor. Las asistencias tardan un mundo en llegar, primero viene alguien en bici, luego otro andando, al final la ambulancia. Todos me preguntan a mí cómo se llama el corredor y yo no sé contestar, no lo conozco, tan solo ha caído delante de mí y yo me he parado. No lleva dorsal y se me ocurre que vive por aquí y se ha querido marcar un tanto en su barrio, presumir ante sus amigos o su familia; es una elucubración, puede ser que esté en la crisis de los cuarenta y que sea una forma de demostrarse algo. No lo sé, no lo reflejarán las estadísticas, ni las noticias. No volveré a saber de él. Cuando se marcha la ambulancia salgo en pos de la meta. Quizás haya hecho mejor tiempo gracias a la parada, o al revés, no lo sé. No lo dicen las estadísticas.

El sol ya no aprieta, de repente unas nubes lo han tapado. Me duelen las piernas, me las encuentro pesadas, ya que a su alto peso les sumo el del agua y la arena que han recogido mis zapatillas. Corro hacia al Oeste, con el viento en contra, like a lonesome poor cowboy who is far away from home.

UN POCO DE FRÍO.

Escocido aun por el viernes me encuentro este sábado. Y cuando hablo de escocido lo digo en dos sentidos, uno fisiológico, que tendrá remedio si cambio un poco la postura, coso el coulotte o modifico la forma de pedalear. Y otro moral, pues lo que en un principio me hizo gracia, y bastante, al día siguiente lo veo como un fallo pueril, como los miles que cometo.
Con el ánimo de desquitarme, y por más que nos hayamos ido de fin de semana, deslizo en la bolsa de playa unas gafas y el bañador del club. Las zapatillas y la ropa de correr no cuentan porque estas hace años que forman parte del equipaje obligatorio.
Así que el sábado, que es un día espectacular, a eso de la una, cambio mi bañador de persona respetable por el de entrenar. Que enseña más cacha y  más blancuras, que  atraen poco y que se sienten un poco fuera de lugar en esta playa en la que hay gente variopinta, tirando a dominguera, algún aprendiz de programas de telecinco y unos surferos.
De esta guisa, y con unas gafas mucho más transparentes que las que llevo casi siempre, empiezo a nadar. Unos treinta metros hacia dentro, no más, que el mar tira, y paralelo a la costa, desde Casa Eduardo hasta Costa Ballena, y la vuelta. El mar está transparente, como pocas veces en esta costa, y eso me permite ver la trazada de mi brazo, la estela de burbujas, el agarre que realizo. He estado en pocas clases de técnica, pero intento aplicar los consejos, estirar la brazada, aprovechar el rolido, llevar la cabeza hacia abajo para no levantar la espalda ni el culo, aumentar la cadencia de brazada sin acortarla. Y creo que lo hago bien. Sé que hay mucho donde mejorar, pero esta vez nado bien. Eso creo, no tengo a nadie que me vea.
Al salir del agua me noto mareado y pienso que es por el oleaje o por el agua que me ha entrado en los oídos, pero empiezo a notar algo raro. Es un frío inmenso, el cuerpo cortado, la sensación de no saber bien donde estoy. Y no me cuadra. El día está estupendo, estoy en Las Tres Piedras. Estoy con mi familia. Me siento y me doy cuenta de que se me ha dormido la mano derecha. Y reacciono, lo que tengo es hipotermia. He nadado cuarenta minutos y no sé la temperatura del agua, pero está fría, más allá, adentro, que en la orilla. La masa de agua es más profunda y se está moviendo, por mucho que la superficie se caliente, estamos a primeros de mayo y hay un fondo frío, de ahí esas corrientes de convección congeladas que atravesaba.
Entonces descubro que el neopreno es necesario por algo. Y que sea obligatorio en las pruebas en las que la temperatura del agua es baja. Por más que la temperatura exterior sea alta.
Me recupero pronto. Aunque me lleve una pequeña bronca, primero por nadar con esa temperatura, segundo porque creen que estoy obsesionado. Pero no pasa de ahí, es un fin de semana de descanso, estamos bien, hay sol, buscamos la cerveza, el pescado a la brasa, estar juntos. Y yo tengo mis cosas, como todos. ¡Como si no me conocieran!

DESPISTES.

Conforme se acerca el verano me es más fácil levantarme temprano, como decían mis hijas en una canción de guardería, para saludar al sol. Así fue el viernes. Desayuno tempranero, esperar el relevo de Inma y salir corriendo hacia el Alamillo.
Me siento alegre, he quedado con Juan para hacer un recorrido más corto, pero he llegado a la hora a la glorieta, y salgo con el pelotón. Es verdad que solo veo gafas y cascos y que en la maraña de bicis y pedaleos no distingo apenas a nadie. Tan solo a la cabeza, con Samer y José Luis, y al compañero ocasional que marcha paralelo a mí. Perdonadme pues, es algo natural y consuetudinario en mí, soy despistado.
Me siento alegre, ¿lo he dicho?, alegre y fuerte. Detrás de Samer, por primera vez en mi vida me voy fijando en el plato y en el piñón del que me precede, y veo que el jefe lleva plato y piñón grande, y no entiendo que yo que llevo el plato grande y dos piñones menos tenga que pedalear el triple que él e ir sudando para mantener la rueda.
Por si fuera poco me doy cuenta de que al montar esta mañana la rueda trasera se me ha olvidado bajar la palanquita del freno, y como aun no me siento con confianza para ir en pelotón masivo, me descuelgo a cola para evitarles accidentes a los demás. ¡Bastante he tenido con el susto en el cruce  de San Jerónimo! Pero esta maniobra resulta un problema en cada glorieta, y hay unas cuantas, pues este grupo después de cada cruce acelera, y me va costando trabajo coger rueda.
En La Algaba se incorpora alguien, e imagino que es Juan, los diez metros de distancia que hay entre mí y el último se me hacen un mundo, y cuando la mayoría  gira hacia Gerena, veo los maillots de Rafa y Julio continuar hacia Las Pajanosas. Se me hace extraño, pues deberían ser tres, ellos dos y Juan, pero no pienso, aprieto y voy de caza.
Las películas de persecución ciclista que voy montándome no son pequeñas, pues voy apretando, con el piñón pequeño y con la mira puesta en lo pequeño que me siento. Así hasta que cojo a los dos ciclistas que había visto y resultan ser otros aficionados que nada tienen que ver con nosotros. ¡El susto que les he dado! Pues ya puesto me digo de tirar hacia adelante, aunque sea solo, y me animo, me encuentro bien y voy dando alcance a unas cuantas parejas de ciclistas, incluidas las que se pican y con las que me pico, y, todo hay que decirlo, que no me ganan.
Tras una paradita que incluye una barrita de chocolate, me cruzo con Juan en la bajada, me doy la vuelta y subo otra vez a Las Pajanosas. Como siempre, y fiel a las citados esquemas mentales de este corredor que se habla a sí mismo, no pienso en el mañana, ni tan siquiera en el cinco minutos de dentro de cinco minutos, a tirar, con lo que puedo, que es poco, pero a tirar.
Y así es, me falta algo en la subida; me falta mucho en la bajada, como una velocidad más; en el llano quiero dar más de mí, y por más que voy en el primer piñón, me falta, me falta, me falta. Pero Juan y yo nos hemos encontrado bien, tirando, tirando; otra vez adelantando a gente, picándonos con un pelotón que nos coge cerca de Santiponce, y al que le aguantamos el tipo, por más que ellos van a acabar allí y están como en el final de etapa.
Ha sido una bonita mañana. Buen tiempo, buenas sensaciones y dando todo lo que había. Estoy en el tramo que más me cuesta, entre La Algaba y San Jerónimo. Casi siempre lo hago solo y se me hace duro, pero esta vez me digo, bueno, aprieta, queda poco, aprieta, esta mañana has hecho caso y has llevado el plato grande todo el rato. Es el momento en el que miro para abajo y me fijo. ¡Su puta madre!, he engranado el pequeño. Con el chico, todo el día con el chico…
Este despiste último, o primero, me hace entender muchas cosas. Y aunque me alivie, me queda por ver si lo que pienso, que ese punto extra que me faltaba, o esa velocidad que no cogía, ha sido de verdad por este fallo o por otras razones. Ha sido un buen ejercicio la mañana pero no un buen test.