sábado, 12 de diciembre de 2015

EL NÚCLEO, LAS LÍNEAS EN LOS MAPAS, LOS SECRETOS.

Hay un núcleo en todo ser, en cada célula, en cada cachivache que se mueva. Es algo que rodea al alma, al espíritu de cada cosa, al ánima, como decían los antiguos. En ese núcleo, y en esa celebración que por Navidad hemos hecho este año, hemos notado a los que estaban, a los que han venido, a los que se han unido, y a los que han faltado. Tópico sobre tópico, todos coincidimos: la grandeza de este club está más allá del deporte, está, por lo que decimos, en la gente que practica este deporte. Y en los momentos de celebración se echa de menos a los que no han estado, sea en Madrid, en el trabajo, cuidando de la familia o estudiando, y también, debe decirse, se disfruta con los que hemos ido. En ese núcleo estamos los neutrones y los protones, metáfora de populares y élite, unos con carga y otros no, ambos con masa, ambos necesarios para el equilibrio, ambos necesarios para dotar de estructura a la materia. A los sueños.  

El deporte tiene algo de arte efímero; hay veces que una cámara registra los hechos, las carreras, la natación, la bicicleta, la cara de esfuerzo, de sudor, de concentración...Todavía no ha habido la posibilidad de captar lo que siente un deportista, el momento en que algo desconecta del yo interior y otro yo que no se sabe dónde está, impulsa la pierna, la mano, la cadera, que impide que te despistes, que te caigas, que te pares. Ese momento mágico en el que no hay aire, ni respiración, ni sudor, ni cansancio, es una obra maestra de la naturaleza, y todos nosotros, los que estamos aprendiendo en este club a hacer triatlón, lo hemos vivido alguna vez, hemos sido en alguna ocasión actores de esta obra; aunque solo haya sido un instante. Al volver a casa sé que muchos miramos un mapa, y miramos, y volvemos a mirar, y trazamos sobre el Google Earth la carrera que hemos hecho, la ruta en bici, y la miramos, y nos alejamos del mapa, y pensamos, ¡coño, esta ruta se vería desde el espacio, como la Gran Muralla!. Si seguimos con la metáfora atómica vedla como una nube de probabilidad en la que se mueven los electrones; si pasamos al símil artístico, en esas pinceladas, con esos trazos se está dibujando algo, las líneas con las que se escriben los cuentos.

Algunos pensáis que observo lo que ocurre, lo anoto, lo escribo y lo cuento; podría pensarse. Algunos me conocéis mejor y sabéis que observo lo que ocurre, no lo anoto sino que lo guardo por ahí, lo escribo cuando puedo y lo narro de la mejor forma que sé. Los que ya son más amigos saben que observo, escucho y guardo los secretos de los amigos. Y que lo que escribo tiene mucho de invención, unas pinceladas de lo observado y mucha cosa superflua. Esto lo cuento porque si observo mucho es para aprender de lo que hacéis, no para usarlo. En este año y medio vivido con vosotros, no sé lo que habré aprendido, que algo habrá sido, pero he disfrutado mucho con la evolución de mucha gente. A muchos os he nombrado a lo largo de las crónicas, muchos habéis hablado en la comida, otros habéis conseguido premios, otros habéis afinado vuestro cuerpo, otros os habéis empeñado en ser mejores triatletas, esto es lo que me gusta observar, la trastienda del deporte, el arte en primera fila.

También contaba eso porque voy a contar un secreto, el secreto de Samer. La clave está en el trabajo, en el empeño, en la constancia. Higgs predijo que el bosón sería la partícula clave en la formación de la materia; para confirmar la existencia del Bosón de Higgs se ha necesitado un acelerador de partículas de kilómetros de radio. Desde hace un mes y medio se han acelerado las constantes de este descendiente de jordanos, se ha sometido a presión, a choques, pensad si no en las empetadas calles de San Jerónimo, en las noches sin dormir, en las series, en el control sobre todo, sobre todos, en los patrocinios, la ropa, las gafas, los neoprenos, las bicis, las puñetas...Al final se ha desvelado, si existe el bosón de la materia, también existe el bosón del triatlón, y no es de Higgs, es de Samer Alí.




Esta entrada va por toda la guardia isbiliya: Luis, Álvaro, Lolo, Juan, Juanito, Guille, Javi, Jesús, Leo, Alberto, José López, José Luis, Samer, Adrián, Rocío, María, Susana, Luis Romero, Antonio, Igor, Diego, Diego Rodríguez, Juan, Josemi, Juampi, Arias, David Ropaútil, Miguel, Julián, Corpas, Manolo, Caraballo, Calderón, Alejandro, Antonio B., todos los que conozco y no he puesto y todos los que se han incorporado a este club y que han sumado como buenos neutrones. Perdonadme si no ha sido extensa, si no recojo las palabras de Bermúdez, la emoción de los veteranos, la ilusión de los jóvenes; no estaba observando, estaba tan solo disfrutando. 

Un placer haber estado en el segundo cumpleaños isbiliyo. Feliz Aniversario. Feliz Navidad.

miércoles, 28 de octubre de 2015

KRYPTONITA.

El científico Jol-El descubrió que la causa principal del colapso de Krypton fue una fusión de los elementos del núcleo del planeta y la aparición de un nuevo compuesto que se llamó kriptonita o kryptonita. Su hijo Kal-El, más conocido por Clark Kent en su personalidad periodística, o Superman en su faceta como superhéroe, resultaba afectado por este mineral que anulaba sus superpoderes. A alguien se le ocurrió que a todos nos afecta algún tipo u otro de kriptonita. 

Me he fijado en que en casi ninguna de mis entradas sobre mi faceta isbiliya, léase mi parte de superhéroe, hablo de la natación. Tengo la impresión empírica de que esta modalidad es la que más nos cuesta a todos; tengo la certeza, también empírica, de que, dentro de los entrenamientos de natación, a la gran masa de infantería lo que más nos cuesta son los ejercicios de piernas y de que, el día que usamos aletas, empiezan los gemelos a congratularse entre sí y hacer piña, dejando esa tan molesta sensación de que se nos ha "montado" un gemelo. Podría llegarse a concluir que mis aletas son mi kriptonita, y afortunado, como buen daltónico, puedo ver que son verdes, como la kriptonita original. 

Los originarios de Krypton que sobrevivieron, Superman, Superboy, Supergirl y Superdog, sufrían todos, los efectos de la kriptonita, pero podían protegerse de ella con plomo, con una armadura o, incluso como cuenta una historia de los años 40, usándola como combustible para naves interplanetarias. Hay muchas formas de "viajes", pero como esos implican a unas pildoritas, por cierto, también llamadas kriptonitas, y no va de eso la cosa, lo dejamos a un lado; a pesar de los farmacéuticos.

El caso es que contra lo que nos debilita y nos cuesta más trabajo tenemos siempre la posibilidad de usar una armadura de plomo. Y no es baladí el uso de este metal en el símil, pesado y hosco como pocos, porque para vencer una dificultad y progresar, como decía el gran Juan Pablo, hay que abandonar muchas veces la zona de confort, recomponer la cabeza, empezar despacio y sin quemar etapas pasándolas por los pelos, sino con determinada maestría. Que es algo pesado y molesto casi siempre, como el plomo. 

Pienso que lo que comento vale para nuestra vida de triatleta y para cualquiera de las modalidades, natación, carrera, bici o transiciones. Para mejorar en cada cosa y hacerlo bien, primero hay que conocer los fallos, los defectos, los cuellos de botella y luego hay que pensar cómo mejorarlos, y entrenar una y otra vez, en las tardes de plomo, en las horas pesadas, forjando una armadura a medida y ligera, que el plomo es lo que tiene, que es maleable.

Quedan tres cosas por decir. Una, que alguna vez escribiré sobre natación, pues me subyugan el silencio bajo el agua y la ola que abro la rara vez que nado bien; dos, que nadie se tome esto en sentido literal y use bañadores, aunque sean paqueteros, de plomo, que si ya se nos hunden el culo y las piernas no quiero ni contar con ese peso añadido. 

La tercera, en la vida real, en nuestra personalidad de ingenieros, farmacéuticos, trabajadores o estudiantes existen muchas kriptonitas; la única forma de hacernos inmunes a su efecto es buscarlas, identificarlas y luchar contra ellas, llámense miedos o dificultades. El triatlon también es una escuela para vivir sin miedo y resistir los avatares de la vida.

Para terminar, recuerdo la primera vez que escuché la palabra kriptonita en este club; me dejaron una camiseta para hacer una carrera y fue justo después de un entrenamiento, me dijeron, lávala bien que lleva kriptonita, yo pensé, un lavado corto y con norit, que es una prenda delicada. El resultado fue que puse dos veces la lavadora, la primera siendo delicado, la segunda a saco, y con veinte prendas más, que la esencia de la camiseta contaminó la colada entera. Así que el que lo dijo sabía bien de lo que hablaba y suda kriptonita, pues no es que no le cuesten las cosas, no es que no tenga dificultades, pero lucha contra ellas. ¿Verdad?


NOTA DEL AUTOR:

Esto texto es una interpretación libre de la idea original del señor Samer Alí Guarda.
Quien ha escrito esto es un fanático del cómic, pasión que mantiene desde la más tierna infancia. Los datos que aparecen sobre Superman son todos ciertos, en el ámbito del cómic, se quiere decir. Se han extraído de las lecturas de las primeras historias sobre Superman de Action Comics ideadas por los autores Jerry Siegel y Joe Shuster y de los ensayos de Javier Coma. Entre los años 2010 y 2011 colaboró en un programa de radio en el que mantenía una sección semanal sobre cómics; es autor del blog sobre el mundo de la historieta POR AMOR AL ARTE, AL NOVENO ARTE.
 

 


sábado, 24 de octubre de 2015

RUNNERS KARATE KID.

Cada vez me encuentro más en las redes sociales la furibunda crítica que hace un corredor de nuevo cuño a otros. Viene a ser algo así como, te odio solo porque te he visto, porque trotabas en el semáforo, porque llevabas unas Mizuno o porque llevabas auriculares y escuchabas música. A su vez, otro día, el mismo corredor furibundo, el crítico, contará elogioso, hoy ha sido un día duro, me machaqué, hice series y me dolían las pantorrillas, pero superaré el dolor porque soy superior al dolor, soy casi Superman. Y faltará la proclama interior, la de corte nietzscheano, pasada por el filtro de Conan, lo que no nos mata, nos fortalece. 

Bien, eso no va conmigo. 

Siempre he sido un corredor solitario, lo poco que sé sobre correr lo he aprendido a base de madrugones y de esfuerzo, pero jamás he hecho alarde de nada. Si me levantaba temprano no era por un deseo contumaz de sacrificio, por pensar que el rendimiento matutino mejoraría mis marcas, no, ese horario me lo marcaban dos cosas. A primera hora es raro que surja algún imprevisto, lo hay pero se minimiza el riesgo; saliendo temprano me podía incorporar a la vida familiar sin problema y sin dejar cosas por hacer. Y si alguien piensa que no hay de qué presumir, que no hay medalla o premio que mostrar, también se puede argumentar que empecé a correr con unos 35 años, quitando lo que entrenaba para el baloncesto, la medalla en la milla y en el 400 de la Universidad, las nocturnas desde hace mucho. Que ahora es habitual correr, que antes éramos los raritos.

Tras esta introducción, en la que las cosas parecen inconexas, me explico.

Hay una persona que veo poco, menos de lo que me gustaría, y a la que considero mi amigo. Cuando este amigo me llamó por primera vez me encontraba en un lugar idílico. Es una pequeña iglesia de Roma llamada San Marcos, y como no podía ser menos, se encuentra en Piazza Venezia, es de venecianos antiguos, sabios y venerables, y tiene algo de lugar mágico, de logia masónica. Allí, la voz emocionada de este sevillano de raíces mesorientales, me transmitió algo. Queda claro que la emoción no era por fichar a uno de los grandes, sino porque hablaba de un deporte que es su vida. Y sin conocerlo apenas por un minuto de voz, por una conversación entrecortada, supe de él que sonreía; también que había viajado mucho. Es posible que yo le haya salido rana y que escriba más de lo que corro, pero eso no me lo va a decir. Es posible que, para mí, el lugar de aquella conversación me hiciera sentir que lo que venía era algo bueno. 

Algo más de un año más tarde, lo sé. 

El club Isbilya tenía, tiene, algo de grupo de los años 50, o de los años 20, de un siglo antes, se conoce, y usa tecnología de esta década, del siglo XXI. Cuando hablo de esta antigüedad me refiero a que en la caballerosidad, en la limpieza de las intenciones, en la competitividad, siempre sana, en los entrenamientos grupales, todavía no he visto ningún desprecio al compañero, ningún desprecio al rival, ninguna artimaña, ningún atajo de los que no nos gustan. Hay compañeros, y compañeras, que van genial y nos alegramos de sus victorias, los tenemos como referente y nos gustaría imitarlos. Pero estoy seguro de que a muchos no nos gustaría ni ganarles, sino ganar nosotros y que ganaran ellos también.

Esa filosofía, la de trabajar para superarse, la de buscar la excelencia propia, la de luchar contra uno mismo, cada uno a su ritmo, con sus objetivos, con sus posibilidades, venciendo sus limitaciones con cabeza, encaja por completo con la forma en la que yo quiero entender el deporte. Es una faceta de mi vida, forma parte de mi vida, y está ahí. No soy mejor o peor que otra persona a la que no le llenen correr, nadar o ir en bici, soy tan solo distinto. Y no me siento mejor o peor que quienes quieren competir cada semana; yo no puedo, otras facetas de mi vida, otros intereses, también ocupan mi tiempo. 

No sé a cuántos de nosotros nos puede gustar la Semana Santa, y dentro de esta tan especial celebración una faceta singular, la saeta. Esto viene al caso de que hace unos años se pusieron de moda las academias para cantar saetas. Era la época en la que España era pija, pija de cojones, rancia, también con cojones, y la gente acudía en masa para cantar uno de los palos flamencos más difíciles. No os podéis imaginar los que no lo vivierais, el bochorno que en aquella época supuso para  la propia primavera la multitud de gallos y falsetes desentonados. Que aquello sí que fueron saetas en el sentido literal, flechas hirientes. Y viene al caso porque las academias, los clubes nacidos de un corredor medianito cualquiera, las agrupaciones de app´s actuales me recuerdan esa época.

Se han cambiado unos intereses por otros, unas modas por otras, pero son los mismos los que llenan estas Academias con una fiebre que les hace hipermotivarse, hipervitaminarse e hipermineralizarse, cual si fueran ya no Superman, sino Superratón. Y si les llamaba Karate Kid Runners, es porque su comportamiento me recuerda a los chavales de negro del Dojo Cobra Kai, a su sensei sintiéndose no solo superior sino único por practicar Kárate, por su filosofía mortal, de legionario, en la que no piensan que el deporte es una forma de vivir, sino un camino de mortificación hacia la gloria, quizás hacia la muerte.

Todos tenemos un tendón de Aquiles. Esta gente lo tiene, sin duda, el día que se les pase la fiebre, que las modas son pasajeras, se vendrán abajo como un castillo de naipes, y pasarán, como ya han pasado antes de la saeta a la cocina, y de la cocina al asfalto, a un nuevo ciclo, que serán el macramé o los puzzles, ¡vaya usted a saber! También tenemos los isbiliyos nuestro tendón de Aquiles, nuestra particular kryptonita, en forma de pies en la piscina, en forma de aletas, que caemos como moscas, sobre todo los que esperamos de puntillas las instrucciones. Pero salven este obstáculo y véanlos entrenar, véanlos competir, véanlos comentar, hay orgullo y alegría, nunca he visto ni rabia ni soberbia. A pesar de hacerlo, como dicen por ahí, "a deshoras"

Pero eso es porque están hartos de dar cera, pulir cera, dar cera, pulir cera...

NOTAS:

Al Miyagi Alí Guarda. Es difícil escribir por encargo, encajar un tema cuando se ha pensado otro, pero por un amigo se da una vuelta y se hace un circunloquio. Tu idea era muy buena y quizás ha quedado desaprovechada. Pero es lo que parece a primera vista, dedícale tres minutos más y, a lo mejor, encuentras que no tiene tan poco uso y trayecto.

Al sensei Juan Garrido. Creo que compartimos una forma de entender el deporte similar, es algo que forma parte de nuestras vidas que no queremos abandonar pero que, salvo contados momentos, no queremos que nos coma el terreno. Es posible. Y si hace falta parar se para, luego se vuelve y se coge con la misma fuerza e ilusión.

Al sensei Álvaro Dueñas. No me hablo contigo, lo que no quiere decir que no te escriba ( ;-) ). No difieras decisiones por el deporte, puedes acoplarlo a tu vida, a la laboral y a la afectiva. 

A los jóvenes padawanes. El deporte no es una moda, es una forma de entender la vida que los griegos conocían, que los romanos llevaban al extremo. No vivimos en época de guerras, no necesitamos ser guerreros, basta con ser un poco felices con esto, con una carrera por un parque, con una ruta en bici, con nadar en un río, en el mar. Mens sana in corpore sano per semper. 

Al compañero Samer. La cerveza...
  






lunes, 5 de octubre de 2015

GLÓBULOS ROSAS.

Si el Creador hubiera sido la Creadora, el toque de color estridente de este mundo habría sido atemperado. En la paleta de colores de Nuestra Señora habría habido muchas más tonalidades de las que hay ahora, y esos colores que llevan adjetivo, verde botella o verde pistacho, azul cielo o azul de Prusia, habrían tenido su propio nombre. En ese supuesto, es posible que la Creadora pensara que los glóbulos rojos no deberían tener ese color y que mejor dejarlos en un tono rosa, mezclando parte de su rojo con el blanco.

Se podría pensar eso, o que ya que se van a poner glóbulos en la sangre, para qué poner dos; mejor poner solo unos pero que tengan dos funciones. Porque, y esto es sabido, las mujeres tienen capacidades distintas a los hombres, pueden hacer varias cosas a la vez, y hacerlas bien, además de mostrar muy poca tendencia a la épica y el heroismo trasnochado del que sí hacemos gala los hombres.

Por explicarlo un poco mejor, los glóbulos rosas de la Creadora, a la vez que transportaran oxígeno irían mirando si por ahí hay algún extraño al que sacar de inmediato, pelearse con él y proteger a los suyos, y si se apuran, arropar a esa celulita que duerme destapada. Y no se me ocurre pensar en una mejor imagen de las mujeres de ayer, las que vistieron una camiseta rosa e inundaron la ciudad. Son ellas las que llevan el oxígeno que a todos nos alimenta, ya sea el verdadero, el del amor y el del cariño, o las que nos cuidan de mil y una formas. Son estas mujeres las que nos curan, nos protegen, nos aúpan; las que nos mantienen. Y solo ellas son capaces de hacer esto sin darle importancia, llevando a los niños de la mano, tirando de ellos, con la tirita o la botella de agua por si acaso, cantando a la vez, corriendo y luchando contra el mundo. Si hubieran sido hombres ya se habrían escrito mil y una epopeyas.

Un cáncer es una putada. Un cáncer es, además, una putada que crece de forma silenciosa: se instala en la vida de quien lo sufre, en su familia, en la vida íntima, en los miedos y en las preocupaciones de él o ella, de su pareja, de sus hijas, de sus amigas. Y jamás se va de vacío, o se lleva un trozo de ti, o te lleva entero, o te deja un hueco irrellenable de otra cosa que no sea miedo. Contra ese silencio, contra la falta de financiación para estudiar a fondo a ese mal bicho, para conseguir lo necesario para ayudar a los que lo sufren, se conjuraron ayer las mujeres en Sevilla. Ellas, capaces de dar vida, capaces de mantenerla a salvo, llevan la mayor parte del peso en la lucha contra la enfermedad, son la columna vertebral de las familias cuando aparece, son pacientes ejemplares cuando les toca, mirándola cara a cara, muchas veces sin darle importancia, llevando a los niños de la mano, tirando de ellos, con la tirita o la botella de agua por si acaso, cantando a la vez, luchando contra el mundo; si fueran hombres pedirían la escritura de mil y una epopeyas. (Sí, has leído esto antes, es que es cierto para casi todo).

Ayer, ellas, vestidas de glóbulos rosas, dieron una lección. Para ganar no es necesario competir, ni convertir cada acto reivindicativo y festivo en un torneo; ganó la madre que corrió junto a su hija, ambas con el coraje y el orgullo de saber que, juntas, nada las parará; ganó la amiga que cogió a la hija de su amiga de la mano, ganó la hija de su amiga, que venció el cansancio y corrió; fueron Carmen e Inma, Nieves y Marta; ganaron mujeres que no conocía, otras que sí, mostrando que no son una marea que viene y se va, sino una corriente que fluye, que está ahí, presente, permanente. 

Quizás nadie se diera cuenta, pero llegó un momento en el que las primeras alcanzaron a las que aun no habían salido; de alguna manera cerraron un anillo, un circuito. Y de esa forma la imagen de que ellas forman el sistema circulatorio de la vida, de que son glóbulos multifuncionales, me quedó clara, nítida. Pero eso siempre lo he sabido.

Y está claro, si el Creador hubiera sido la Creadora, jamás se habría escrito: "Y al séptimo día descansó". 

 

lunes, 28 de septiembre de 2015

FINAL DE TEMPORADA.

Por lo pronto siempre hay más de una manera de entender y de explicar la realidad, una es lo que es, que nadie sabe lo que es, y otra es lo que nosotros percibimos, lo que contamos. Por eso estas crónicas siempre hablan de forma subjetiva de lo que ha ocurrido, pasan por un tamiz personal y llegan a quien tiene a bien leerlas filtradas por su propia experiencia, su percepción y lo que quiere encontrar. No son, a menos que ese día sople el mistral de lado, una narración lineal y subjetiva. Tampoco serán, a menos que entonces sople la tramontana por detrás, la crónica de todos, puesto que no conozco a todos; pero sí que procuro que aparezcan aquí los compañeros del club que, en determinado momento, encuentro a mi lado. Y los amigos, que siendo sincero, empieza a haberlos. Y buenos.

Por eso hay días que me imagino al míster saturado; llegando a casa cansado y comenzando a leer mensajes de whatsapp, de facebook, de twitter... Y, entonces, le llega el trabajo; a ver qué le pongo hoy a este pesado; que sí que la talla del traje la has pedido pequeña, pero tú no sabías que no podías adelgazar siete kilos en dos semanas; bueno, tío, has corrido a cuatro minutos el kilómetro, sí han sido ochocientos metros, sigue así y pronto llegas al kilómetro a tres cincuenta y nueve; hombre, qué bien, corriste la popular de tu barrio, la nocturna del pueblo que se hace a las cinco de la tarde porque no hay alumbrado público; ahora me tocan ochenta megusta de fb, coño, otra vez le he dado al me gusta del vídeo de las universitarias orgiásticas, si por lo menos lo viera. Es eso, un pelotón entero pidiendo consejo, bramando sus éxitos personales, llevando a un equipo de competición con sus dudas, sus problemas, su logística. Esa es una versión de la historia, la del cansancio.

Otra versión de los hechos muestra una realidad un poco diferente. El trabajo con la élite es difícil y satisfactorio: el equipo masculino va solo, el femenino se sale, solo hay que acomodar programas, competiciones, patrocinios, desplazamientos; pero al final del verano se ha conseguido un objetivo, uno de los grandes, colocar al club en la órbita nacional. Desde mi perspectiva de espectador privilegiado, veo algo más, algún salto a otra esfera, y ahí está Rocío, y ahí está Igor. Es complicado, pero la madera, la genética y el sacrificio, están; si la corriente del destino ayuda, algo llegará. ¿Y el trabajo con los populares? En la anterior versión dijimos que es una tarea más, cansada; veamos aquí que esta tarea da alguna que otra satisfacción. Imagine que usted tiene un sueño, y que lo cumple; imaginemos que es algo parecido a tener un hijo, con días buenos y malos, con tareas y deberes, con obligaciones, con disgustos, algo que le quita el sueño; pero, imagine, solo imagine, que es el día de la función final de curso, que reparten las notas y que hay una representación de ballet en la que participa su hija; yo estaría muerto de miedo, pues cada padre sabe en dónde estan las debilidades y las fortalezas de sus hijos; sepa ahora que las notas han sido buenas, que el esfuerzo de su hija ha dado resultado; mire a su hija, no solo está guapísima con ese peinado hacia atrás, sino vea que cuando baila está disfrutando y que tiene cierta gracia y que lo transmite, ¿no lloraría usted aunque fuera un poquito? No sé yo lo que haría, pero el orgullo me rebosaría. A tanto no llegará nuestro amigo Samer, pero algo de orgullo debe haber; y, si me apuran, alguna lágrima jordana llevará el nombre de Isbilya.

Se ha mencionado un ballet. Hablemos de algunos de los que intervienen en la coreografía. De los montes asturianos de Diego, de las esfuerzos titánicos de Ángel, de la fuerza de Andrés, de la impresionante puesta a punto de Lolo y Adri, del cambio de chásis de Bermu y Antonio Salar, de la confirmación de esos chavales que son José López y José Luis, de la progresión constante de Luis y de Álvaro, de la gracia de Josemi y de Fran Calderón, de la ilusión de Niño Niño y de la fama de Julio, del regreso de Alberto, de la forma en la que Juan Garrido se ha afinado y ha dado un golpe de mano, de Botello, Manolo, el croata que empieza a rascar podiums, de la legión de corredores y triatletas que copan las inscripciones, las clasificaciones, los parques y se hacen series peleando con las señoras que dicen que por poco las tiran y que el parque es de todos.

Así ha sido este verano, lleno de cambios, de entradas y de salidas, que se iniciaron cuando Javi marchó a Berlín, que se acaban cuando Juampi ha dado el salto a Madrid. Así ha sido este verano que empezó un día en un calentamiento con Igor disputándole la llegada a Samer y este corriendo y mirando hacia atrás como si estuviera ensayando para los sanfermines, y diciéndome que yo siempre calentaba el calentamiento. Luego vinieron Escocia, la tierra de William Wallace, la crónica que espera en la que se cuenta el maratón de Durban, la playa por la que corrían los carros de fuego, las carreras por el Caledonian Canal y hacia el Loch Ness, las carreteras sin arcén por las que podríamos hacer alguna salida si nos llamáramos ICH-BILGH-YAHH. Una crónica que pensaba en inglés pero que, por ahora, reposa por ahí.

Cada vez es más fácil quedarse sin dorsal para las pruebas, y adquirir los dorsales sin oportunidad de usarlos, pero doy por buena mi temporada; acabé el sábado en Córdoba, nadando en mi río, cumpliendo un pequeño sueño. Fue una prueba en la que el tono era popular, en la que competíamos los fuera de forma, pero en la que, al final, siempre hay codazos en el agua, pelotones en la bici, dificultades en las transiciones y ahogo en la carrera. Pero disfruté. Y eso que el día de antes había hecho la nocturna, una tradición en la que llevo casi veinte años arrastrándome, con dos versiones, pre y post extracción del menisco; y con una ilusión, un año antes había estrenado colores del club en esta carrera, un mono de los antiguos, y este año quería ratificar que me siento del club. Y, ¡milagro!, llegué a la foto.

Si miro atrás no sé si ha habido progresión, si han mejorado los tiempos, si ha habido cambios en el estilo. Solo sé una cosa, ha habido un aumento de la fortaleza, no de la corporal sino de la mental. No se nota, no se ve, pero como Lola Flores, ahí está. Queda mucho por hacer, mucho por unir, para eso estoy en el club. En este año ha habido momentos de los que no se olvidan. Quarteira, la San Silvestre, Posadas y el olímpico de septiembre están ahí.

Corría, corría, con los riñones haciendo cosas raras, con unas ganas tremendas de orinar, con mi vejiga cerrada; estaba preocupado. En el circuito paralelo al río me cruzaba de vez en cuando con algún compañero, ellos corrían, yo me desplazaba. Mis piernas llenas de sangre tras la bici se doblaban menos de lo poco que ya de por sí se doblan en la carrera. Pero seguía, para cruzarme con alguien, para sentir la competición, para seguir a Guille y admirar su esfuerzo frente al dolor, para ver correr a Juanito, marchando como una liebre, como si antes no hubiera habido nada. Pero solo yo sé la alegría que fue encontrar a Juan Garrido poco antes de la meta, con ilusión, con ánimo, haciéndote sentir que has hecho algo grande. Se merece Juan un capítulo aparte; pocas personas, no solo de este club, he visto tan educadas, tan buenas personas como él. Como deportista es grande; ha evolucionado en todo, pero en natación se sale. Y es que, podéis hacer la prueba, poneros a su lado y hacer lo mismo que él, lo hará de forma más elegante y mejor que vosotros; y sin decir nada. Solo sé que verlo en la meta, animando, me hizo pensar en que hay un mundo alrededor del nuestro, quizás, un mundo real de trabajo, de salarios, del día a día; pero que este mundo, el nuestro, el pequeño, el que se monta en cada entrenamiento, en cada prueba, es un mundo que merece la pena conocer y sentir.

Hace una semana me sentí como si hubiera corrido por las dunas. En algún lugar de mi mente, por ahí, anda mi intención de cruzar a nado la desembocadura del Guadalquivir; es un reto que asumiré  el día que corresponda. Diego, el fisio, el que siempre tiene una broma cargada, oculta algo. Yo lo voy vislumbrando. Y no piensen ustedes mal, lo que oculta no tiene ni forma, ni peso, ni materia, es pura energía. Algo que viene de eso que llamaban éter, de la materia dividida, de la energía transformada. Si le hubieran dolido el hombro, o la cabeza, a lo mejor, se habría callado, y aguantado en la bici, en el agua, en la arena de Tartessos. Si hubiera estado cansado, a lo mejor, no lo habría contado; tampoco habría contado que alguna carrera es como una procesión, un momento íntimo de recato, de vivencia interior, de recuerdos y de nada. Como un pequeño nirvana, un instante, acaso un segundo, en el que se sienten el vacío y el infinito del alma, en el que el dolor y el cansancio nos llevan a olvidarnos de la existencia y vemos tan solo la meta, el objetivo y el viaje. Diego lo oculta, pero, a pesar, de su socarronería, ahí están las dunas infinitas del recuerdo y el mar de la infancia.

Ha acabado el verano. La temporada va a acabar. En unos día volveremos a las andadas. A que Samer me diga, ya estás "heating the heating".

Heating the heating. 










lunes, 14 de septiembre de 2015

SOBRE RUEDAS.

En los anales (*) de la traición deportiva queda el 8 de octubre de 1995. Aquel día España consiguió su primer Mundial en ruta de ciclismo, mas lo hizo con el actor secundario, el lugarteniente que desobedeció las órdenes de equipo y atacó a Induráin. Se dice que fue una táctica preparada, el plan alternativo, mas yo sé, y tú lo sabes, que no fue así. Olano robó la gloria al campeón bajo la lluvia de Cali y con una rueda pinchada.

Años después, frente a una mujer muy, demasiado, reivindicativa, el Chava Jiménez volteó la Vuelta en una ascensión, y solo la honradez de Unzué y la fatalidad del abulense le entregaron a Olano su Vuelta. Esa vez no hubo justicia poética, casi nunca la hay, y no pudimos entonar el mantra de Phoebe Buffay: "has probado de tu propia medicina y cuán amarga es".

Nuestro amigo Diego Andrade ayer hizo de todos los ciclistas y deportistas que nos emocionan. A todos nos encanta ver la fluidez, la magnificencia de las brazadas y de las pedaladas de los grandes, la velocidad de la carrera, la elegancia y la naturalidad con la que los campeones se desplazan. Pero en lo que nos hace amar el deporte hay algo que se refiere a la superación y a la épica. Nos sentimos grandes cuando corremos bajo la lluvia, la nieve, el frío intenso o la niebla por barrizales extremos, por eriales. Simpatizamos con los pequeños cuando los grandes caen ante los pequeños; simpatizamos con los grandes cuando los grandes se levantan y entonces los sentimos más grandes. Nos ha pasado con Contador, con Froome, incluso con Nadal. Diego ayer se ganó el respeto de todos nosotros, cayó y se levantó, quizás para no decepcionar a su hija, quizás para no decepcionarse él y tener fuerzas para cruzar la meta con ella. Lo sensato habría sido retirarse antes de la meta, curar las heridas, resolver los asuntos médicos. Pero no, Diego ayer se doctoró, como un campeón.

Aru ganó el sábado esta Vuelta. Lo hizo como se hacía antes, liderando un equipo, hablando con ellos, pidiéndoles un último esfuerzo, agónico, que él ya daría el definitivo. Y así fue, su equipo se fundió con la carretera, atacó como un tren y como una pequeña nave nodriza fue dejando atrás a ciclistas que recogían a Aru para impulsarlo hacia adelante. Como se sabe, Aru remató. Cuentan las crónicas que alguien que me recuerda un poco a Aru, hizo algo parecido en el Levante español. También fue el sábado y se trajo un ascenso, el de nuestro club. Gracias a ese esfuerzo de todos daba gusto el domingo ir por ahí, la gente va conociendo este club, el Isbilya, y pensando que unos de nosotros ganaría. No se equivocaban. Por si alguien no sabe de lo que hablo, Aru me recuerda un poco a Samer, nuestro club venció en Águilas, de donde era Paco Rabal, y el equipo, en todas sus categorías, estuvo soberbio. Como ayer en el triatlón del puerto de Sevilla, sin Samer, pero con Alberto, Manolo Botello, Curro, Corpas, Julián y Diego, Robles... La tesis es cierta, hay una guardia isbiliya, con varios cuerpos de ejército.

Aun sigo sin saber si vencí yo al olímpico o él a mí. Solo las fotos que he visto de mi prueba me han bajado la euforia. Si os digo la verdad, creí correr, pero me veo andando en ellas. Y ni tan siquiera muy rápido. Mi marca final demuestra que habría mucho que mejorar, lo que no sé es si tengo dentro de mí esa mejora, pero, todavía eso no me preocupa, ya llegará mañana. Algo sí aprendí en el anterior, check list, calentamiento, material, horarios y repuestos; comida y agua. Eso y que venía a disfrutar.

Por primera vez me sentí cómodo en el agua, la marca fue la prevista, no me desvié demasiado y no fui asfixiado. Pero la bici y las transiciones, en especial la T1, se han convertido en una cruz, primero porque no encontraba ayer el desarrollo que me venía bien, segundo porque, cuando lo encontré tras un isbiliyo que me enganchó a su rueda, cuyo nombre completaré una vez que lo identifique, entonces, segunda vuelta, pinché la rueda delantera. Como había sido muy precavido, saqué el spray sellador e inflé la rueda. A seguir, ya mucho mejor, sin atrancarme como al principio y sin contar con que la presión que el bote dejó en la rueda era mínima. La tercera vuelta fue, en su mayoría, una lucha dialéctica. Entre el coste monetario que supondría reponer la rueda delantera, pues pegué un llantazo en el paso subterráneo y volví a pinchar, y el coste moral del abandono; entre si sería capaz de dar una vuelta más o me metería en boxes pasase lo que pasase. De ese marasmo hegeliano me salvó un espectador con bici al que rogué una cámara y que monté como pude, y que inflé, con una bombita, con la presión que les queda a los globos de una fiesta de cumpleaños al día siguiente.

Algo de bilbaíno debo tener, pues, a pesar de tener roto ya cualquier ritmo, a pesar de ir rodando con un ancho de rueda doble al que llevo, ¡así se hundía la de delante!, decidí acabar. Con cuarenta minutos en bici más que el resto por lo menos, pero sin vergüenza alguna. Y mereció la pena aunque fuera por ver correr a la gente en ese circuito anular, por verlo, de repente, lleno de gente. Por cruzar la meta. Por no quebrarme ante determinadas adversidades. Por muchas razones.

No hay nada bueno en pinchar, lo digo; ya había aprendido a cambiar la cámara, no me hacen falta más problemas externos que yo tengo ya los míos, no me sirvió de acicate para crecerme, ¡qué va!. Todo eso me puede pasar, pero que me pase otro día. Y encima ahora le doy un carácter un poco más épico, porque sé lo que se sufre, a la victoria de Olano, como si lo perdonara un poco. Y eso no puede ser.

Acabamos, los que pudimos y tuvimos suerte, acabamos. Con cansancio, dolor, heridas y épica. Con pundonor. Como si fuéramos unos inconscientes, unos descerebrados o unos masocas. O como isbilyos, inconscientes, masocas, descerebrados y preparando la siguiente. 


(*) Bonita palabra que merece tenerse en cuenta en todos sus sentidos

miércoles, 9 de septiembre de 2015

LA GUARDIA ISBILIYA.

Luis Saldaña es un teórico. Para muchas personas eso significa un tipo aburrido y pesado. Para mí quiere decir que es un estudioso y sabe mucho, mejor dicho, casi todo. Sobre qué cambio es el mejor, o la zapatilla, o el músculo que te debe impulsar, sobre interpretar gráficos incomprensibles sobre la pedalada, o sobre la creatinina, el gel o la alimentación antes y durante una prueba. Cumplió años hace unos días y lo celebró como hace alguien metido en su papel, de forma alegre y frugal. Ese tipo de cuestiones, el estudio, el sacrificio y la excelencia, son el día a día de mis compañeros de club. Se afinan y se preparan, afilan el cuchillo y lo muestran. Incluso, como en su caso, se han recuperado de una intervención quirúrgica y, aplicando eso que no sé dónde se aprende, van como un tiro.

A su lado, al lado de muchos, veo que mi aprendizaje es como el de un niño, a base de ensayo y error; sobre todo eso, de mucho error. No creo que ni tan siquiera pudiera considerarse intutitiva mi forma de hacer las cosas; hay algo de caótico, y algo de orden, algo de aprendizaje, algo de experiencia y de serenidad y algo de nervios; contradicciones puras, de las que es testigo casi siempre el amigo Juan Pablo, y que me saca de más de un apuro. Porque se ha convertido casi en una costumbre empezar un triatlón contrastando su sonriente tranquilidad con mi rictus de apuro. Y sé que eso lo dan el carácter, pero también la preparación, que es la que da la confianza y la que muestra la buena cara de cada uno.

En la brumosa, extraña, mañana de agosto que apareció el día veintitrés, siento algo raro. Alguno dirá que no es que la cosa fuera rara, sino incómoda, pues un mono de triatlón del revés no deja de ser, digámoslo, incómodo, raro y molesto. Pero no es eso solo. Sino la sensación de estar de vuelta en casa, allí, sobre el adarve de la presa, entre la niebla, en formación delante de las bicis, como si fuéramos a la batalla. Esa sensación, la de estar acompañado de un cuerpo de ejército, es la que me hace olvidarme de mi vergüenza, y de mis vergüenzas, a la hora de desnudarme frente al resto de triatletas. Porque han formado un círculo en cuyo interior me veo menos desprotegido. Y me tapan la vergüenza, y las vergüenzas.

Será un rato más tarde en el que se me ocurra que he sido arropado por un grupo que bien podría ser la guardia isbiliya, gente con mucha personalidad, mucho talento y experiencia; gente a la que me uní hace un año y con la que me siento a gusto. Compartiendo algo que sin darte cuenta ocupa todo tu tiempo, tus pensamientos. Porque estoy seguro que más de uno haciendo cualquier cosa que no tenga nada que ver con el triatlón, en cualquier lugar fuera de nuestro hábitat, se ha abstraído y se ha imaginado qué sitio tan bueno para hacer una ruta en bici, o qué aguas tan buenas para probar el neopreno o si se pudiera organizar aquí un triatlón estaría "tó wapo". (1) Y en ese momento te das cuenta de que te ha atrapado esta historia, de que quizás no seas bueno, ni siquiera el mejor de tu urbanización, ni de tu bloque, si me apuras, ni de tu planta, y que crees que lo dominas, que lo puedes dejar cuando quieras, pero estás enganchado. 

Y la hipótesis propuesta y la tesis formulada acaban en proposición, hay una guardia isbiliya, una vieja guardia isbiliya, de gente que nos conocemos por los nombres, ¿verdad, Juampi?, que nos aceptamos, que hasta nos llevamos bien. Y es así, pues en el pantano de La Breña, entre más de un centenar de gorros en el agua, como yemas de espárrago, nos reconocemos, nos juntamos, nos reímos antes del inicio y nos acordamos de los ancestros de la juez que da la salida con gente por delante de la línea que la marca. 

El resultado de la carrera ni da igual, ni es lo menos importante, ni se debe obviar; lo que ocurre es que ya ha sido contado en varias ocasiones. Lo que no he contado, no sé si lo habrán hecho otros, es que fue un día lleno de intrahistorias, por darle otro nombre a las anécdotas. En el que Juan y Rafa, guardias también de pro, desayunaron un gel; en el que se cantó el cumpleaños feliz en honor a Samer, que me perdí por llegar el último; en el que me recogió un autocaravanista bondadoso y me evitó la subida al pantano; en el que, por primera vez, vi al campeón pillado, pensando en qué había ocurrido, dándole vueltas a la cabeza e intentando cambiar de tercio, aunque fuera la elección de coche, para digerir, asimilar y corregir. 

Tampoco lo he contado, pero allí en La Breña, a treinta kilómetros de mi casa, viví gran parte de los fines de semana de mi infancia. Antes de que se construyera la actual presa sobre la antigua, en la época en la que los pantalones de campana se pasaron de moda por primera vez, íbamos, de forma más que regular, desde la mañana del sábado al domingo después del arroz, el cola-cao y los dulces a pasar allí nuestro tiempo. Fue en ese lugar en el que corrí por primera vez, entendiendo correr como un ejercicio en sí mismo; en el que descubrí  cómo defender en baloncesto; en el que aprendí el poco equilibrio que tengo sobre la bici tirándome cuesta abajo hasta la zona de las zarzas; en el que remábamos hasta la isla y nos tirábamos al agua para tocar la cruz de la torre de la iglesia sumergida... Esto es un ejercicio de nostalgia, es posible, pero debo hacerlo, si no, no podría considerarme honesto ni conmigo, ni con los que ya no están, María, Paco, Manrique, Luciano...

Luciano habría sido un gran isbiliyo. Hace años cuando nadie lo era, él era hipster. Tenía barba y perro, vivía con su pareja, como solía decirse, amancebado, hacía helados y corría. Fue la primera persona que conocí que hubiera corrido veinte kilómetros, o más. Él se fue, pero si me admiten en la guardia isbiliya, que se sepa que una parte, de esas que están enroscadas por ahí dentro de uno, es de él. 











(1) Concesión lingüística a la hornada que mira como una palabra viejuna el vocablo guay.

lunes, 29 de junio de 2015

VERANO EN MORDOR.

[Pensando en todos los que por motivos de trabajo han dejado su casa]

Hace un tiempo escribí una historia llamada "Un año con dos inviernos". Unos amigos, una familia completa, había emigrado a Sudáfrica; este país nuestro exportaba talentos en la época en la que más falta le hacían. Así las personas en las que, durante años, se había invertido, a las que se había formado y que habían crecido en su país, debían marchar al extranjero para tener futuro. Aquel año,  el primer día de verano, al acabar el curso, justo al día siguiente de la fiesta final, sus padres cogieron de la mano a Julio y lo llevaron a aquel país, a quince mil kilómetros de sus amigos, a vivir un nuevo invierno. 

Aquella historia me salió tan triste que la borré. Pero debería haberla borrado mejor, porque de su poso me queda aun algo por dentro.

Se cuenta que en los días de verano también los orcos, en especial los uruk-hai, acostumbraban a hacer alguna correría por la zona más inhóspita de Ithilien, en la frontera con Mordor. Quizás por eso, por su caracter de frontera me costó tanto alcanzar La Gravera, y quizás por eso, ayer cuando en bici transitaba y sudaba bajo ese ojo de Sauron que llaman sol, recordaba lo hecho el domingo anterior. Equipos uniformados, cierta desorganización controlada hasta el descontrol de "todos al agua y a correr" y una laguna con un penetrante olor a cieno. En eso iba pensando, en los alacranes taladrándonos el pescuezo mientras corríamos, en el ahogo de la primera rampa, por pequeña que fuera, en que algunos somos como croquetas en esto de la natación y la carrera. Pero no tuve tiempo para pensar en lo mal que estoy nadando, a pesar de entrenar como todo triatleta que se precie, por unos días en solitario. La cabeza se me fue pensando, agradecido, que hay personas que tienen imaginación y que organizan cosas como esta. Sí, y en que nos divertimos como orcos, pasándolo mal, nos divertimos.

Y sí, la bici en solitario da para pensar cuando se pasa por algún llano, da para pensar en que hay muchos mundos a la vez en este mundo, que mientras otras personas encuentran emoción en el ocio total, otros no comprendemos el ocio total sin cansarnos aun más, en tirarnos a una antigua cantera con estanque y correr o cabalgar bajo el sol. Quizás ese sea el verano de Mordor.

Y sí, la bici me recuerda el domingo anterior cuando de repente, entre junco y junco, el sol se escondió. Todo se volvió oscuro, como una tarde de invierno, y llovió. Fue más tarde, pero llovió en el primer día de este verano. Y fue como en el año con dos inviernos. Oscuro día para pensar en que hay otros mundos, como ese en que un talento debe marcharse a Berlín para tener futuro. 

Horas más tarde se abrieron las nubes y volvió el calor, y el verano entró con fuerza. Me gustó. Pensé en la luz, en que quizás haya otros mundos en los que los orcos puedan seguir jugando en esa piscina cenagosa, en los que quizás Javi vuelva y lo organice, en los que él decida, y no las circunstancias, dónde quiere tener su futuro, su vida. 

Buena suerte, elfo viruta.

lunes, 11 de mayo de 2015

VA POR TI, COMPAÑERO.

Las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Y no es cuestión de lamentarse, ni de flagelarse, ni de convertir cada carrera en una espinosa procesión. Es necesario, obligatorio, disfrutar con lo que cada fin de semana podamos hacer.

Hace unos días, unos cuantos diría yo, hubo una competición en Soria. Allí estaba el Isbilya, compitiendo, dejando el pabellón altísimo. Antes lo había hecho en Quarteira, en la ronda de duatlones de Andalucía, en alguna carrera; después ha sido en Sevilla en las populares, en Cádiz; y será en muchos sitios, pues hay una calidad innata en quienes compiten y marcan ese peldaño alto al que todos queremos subirnos. 

Ayer, bajo un sol de justicia y un aroma de pólenes mortal, corrimos algunos y fuimos detrás de los impresionantes Juan, Miguel Ángel y Corpas. Otros habían estado en la costa portuguesa de nuevo, como si quisieran que no pasara mes sin reivindicar este país, y dos fueras de serie, Samer y Rocío, habían sentado cátedra junto a la ladera donde murió Durruti. Y viene a cuento este anarquista, no se vaya a creer el lector que es cosa de traer a los ídolos sin ton ni son, porque fue lider. Y lo hizo con trabajo, con fe en una creencia, por convertir su vida en un ejemplo, con, la tan traída siempre, pasión. Esto me recuerda a alguien, ¿verdad, jefe?

Ayer, bajo un sol de justicia y un aroma de pólenes mortal, mientras corríamos, algunos sentimos una extraña náusea, la del kilómetro seis. Y allí estuvimos a punto de decir adiós, Jesús continuó con vergüenza torera e hizo un tiempo fuera de serie, otros seguimos solo con vergüenza, pero seguimos. Y acabamos, si fuera posible decepcionados con la marca, si fuera posible, a la vez, valorando que es necesario, obligatorio, disfrutar con lo que cada fin de semana hacemos.

Se afronta la semana antes de una gran cita, hay nervios, mucha gente con la puntería muy afinada, mucho valor, mucho entrenamiento. Se afronta una semana en la que aparece de repente la logística, cómo ir, cómo volver, cómo llegar.  Y ahí está Adri, en todas las soluciones aparece él.

Rememoremos. Carreras, duatlones, triatlones, salidas en bici, viajes a Soria, a Portugal, a Cádiz; miremos las fotos, ahí está él. Y si buscamos lo que hace a los campeones, poner pasión, entrenar, no desfallecer, estar ilusionado, arropar a los compañeros, no dejar a nadie solo, ahí está él. 

Pasará el tiempo, mucho, y esta idea, este club, será un buen recuerdo. Cuando no den más de sí nuestras piernas y nuestro corazón  recordaremos muchas cosas. Imagino que las series matadoras, las salidas en bici emulando a las clásicas, los golpes en la piscina, las campeonas, que convivimos con algún olímpico, o alguna olímpica, los viajes que nos quedan... Y a Adri.   Eso es seguro.

Las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Y no es cuestión de dejarlo pasar.

¡Va por ti, compañero!

¡Adri, go, go, go!




lunes, 4 de mayo de 2015

REFLEXIONES.

Este puente me deja en la cabeza algunas  reflexiones, de todo tipo y de toda índole. No son muchas, pues como dije el otro día a un amigo, ni con oxígeno, ni sin oxígeno, pensar me cuesta. Y lo que sí puede que haga sea adornar las pocas ideas que tengo; pues si  me llamaron el otro día el filósofo, será más por darles coba a las ideas que por generarlas.

El jueves me invitaron a  un curso para aprender a escribir, para que mis escritos tengan una mayor repercusión en las redes sociales o en los medios; al fin y al cabo para alcanzar mayor notoriedad y difusión. Me gustó la idea, primero porque quien me invitó ha debido notar mi afición a escribir, ¿tanto se me nota?, y segundo porque jamás he seguido curso alguno sobre esto. Muchas veces he pensado en qué hace un ingeniero mediocre escribiendo, redactando, atreviéndose con poemas y demás; y me encuentro fuera de lugar. Pero eso me pasa con casi todo, me siento muchas veces como un francotirador. Ya sea en el deporte, en la escritura, en la cocina, en el trabajo o en la feria. Por tanto, hay algo en mí que se somete siempre a un examen, que piensa que hay que superar una prueba, estar preparándose siempre. Me gustó la idea, haré el curso en otro momento. Aunque mi objetivo no es alcanzar a un público más amplio, sino hacerlo mejor, para mí y para las personas que tienen a bien usar un poco de su tiempo para leerme.

De esta idea salto a otra, de la forma en la que entiendo la escritura entiendo también el deporte. Ayer aconsejaron a un compañero hacer del triatlon una forma de vida, comprometerse, así conseguiría los objetivos. Yo no he hecho esto, ni sé si puedo, o quiero. La vida se compone de muchas cosas, y existen asuntos que están por encima de la práctica deportiva. Sé que es repetitivo, pero no hago triatlon para conseguir marcas o puestos, aunque claro que quiero hacerlo mejor, tardar menos, sentirme más rápido. Hago triatlon para  sentirme bien. Según mi mujer estoy obsesionado y es porque si voy a la playa me llevo el neopreno y nado, si voy a la sierra lo mismo con la bici o si cogemos un hotel o hacemos un viaje por ahí, de forma disimulada siempre van en la maleta las zapatillas, el bañador o ambos. Mi forma de comprometerme ha sido incorporar el triatlon a mi vida, intentando, con pequeños roces que a veces causan heridas, que no sea un lastre para todo lo demás. Que nadie entienda que desdeño a quienes han tomado otros caminos, no, incluso me parecen mejores que el mío. Pero a mí esto ya me ha pillado con la vida hecha, y no es cuestión de deshacerla. Me basta con hacerle unos huequecitos.

He mencionado el neopreno. Descubrí que en este deporte lo que se necesita, se necesita. Es verdad que el otro día nadé solo con bañador y gafas. Me habría venido bien llevar un gorro, eso es seguro. ¿Y qué contar si hubiera tenido el traje de neopreno? Se frivoliza con determinadas cosas: el neopreno, las zapatillas, la bici, los masajes, los calcetines o los acoples. Sin tener la disposición desaforada de los runners de nuevo cuño, todo lo que he contado es necesario para realizar este deporte con garantías para la salud. Es posible que no sea necesario, posible no, seguro, irse a los elementos más altos de cada gama, ni invertir una millonada en cada bici, ni llevar la última moda en pantalones. Pero protegerse de cara a golpes de calor, de frío, caídas, lesiones del pie, de los isquios, las caderas, la piel o los ojos no es de ser más o menos duro, es solo de ser sensatos.

El filósofo. A Valdano, el entrenador, lo llamaban así. Y este contaba cuando un delantero o un equipo justificaban una mala racha goleadora en la mala suerte, que la mala suerte, la falta de puntería se contrarrestaban con trabajo, con entrenar más y mejor, con estar concentrado. Yo cometo muchos despistes, y eso tiene un nombre y no es mala suerte, es falta de concentración. Si analizo tan solo el viernes puedo darme cuenta de que los errores cometidos al inflar las ruedas, dejar el freno abierto, dar por sentado que iba con el plato grande son faltas de concentración. Y no hay excusas, yo sé que hay una motivación derivada de mis prisas por llegar a la hora, por la idea de estar a la altura, pero hay más culpa en no descansar lo suficiente, en no dormir las horas necesarias que en lo demás.

Y la última cuestión tiene que ver con la idea de puente. Que habrá sido para muchos, pero no para nosotros. Inma tiene un trabajo y un turno puñeteros, y eso condiciona muchas cosas: la disponibilidad, la posibilidad de estar en determinados lugares o días, la forma de entender el ocio y el descanso… Es verdad. Por contra, salirse de los parámetros y los horarios habituales nos ha dado también muchas oportunidades de disfrutar de determinadas cosas a deshora, sin gente, sin agobios. Esta forma de vivir el trabajo es vocacional, requiere de disposición, de ánimo, de sacrificio, de fuerza, de ganas de que los que lo necesitan estén cuidados. Yo vivo con una atleta de élite, quizás no nada, pero corre como nadie para atender una urgencia, para suturar una herida, para cuidarnos también a nosotros cuando lo necesitamos. Ella a lo mejor no lo sabe, pero la admiro. Porque un triatlon o un maratón no son nada comparados con las noches en vela pendientes de la salud de los demás. Y esto no es retórica, es una simple verdad.

POPULARES. ESTADÍSTICAS.

Al fondo hay unas piedras, unas rocas enormes que cortan el paso por la playa. El sol aprieta, no es natural pues ha amanecido hace menos de una hora, pero voy sudando como nunca. El corredor que llevo delante aprieta y esquiva las rocas. Lo sigo, pretendo cogerlo, parece oirme, aprieta, endurece el ritmo. Él esquiva las rocas, unos segundos más tarde yo no quiero esquivarlas, quiero adelantar y las piso, mis pies no pisan sobre firme sino sobre una amalgama de algas que alfombra la playa. Y como la superficie de estas algas se hunde el corredor de delante, se desfonda, lo adelanto y lo dejo.Veo como él se queda en la primera escalera. A mí me quedan unos seis kilómetros.Voy bien.

Este episodio me traslada a la última carrera que hice, la popular de Nervión. Aquel día se me ocurrió escribir una entrada que se llamaría Estadísticas. Quería contar cómo cada vez es más difícil seguir el ritmo de competición del club, se diversifica, la gente se va a Soria y vence, o va a un duatlon a Tomares o a La Algaba, o corre en Marbella, o en Cádiz o en un lago de Portugal. Sí, quería contar que somos muchos, y que cada fin de semana hay algo. Además algo importante. Y que ni tan siquiera las Estadísticas, los primeros lugares, los subcampeonatos, los podiums, pueden reflejar lo que hay detrás. Que quedan las marcas, los puestos, la rabia por haber pinchado dos segundos en una transición, por entrar en los grupos de edad y no en la éllite, por no bajar de los cuarenta minutos, por no ir a 3:15 el kilómetro… pero que una estadística por sí sola no refleja lo que hay, el trabajo de  detrás, la falta de aliento en la carrera, el dolor de las caídas, la insatisfacción cuando las cosas no salen bien. Esa entrada queda atrás.

Lo que me ha hecho recordar ese día es la forma en la que se desfonda ese corredor. Y recuerdo que Estadísticas se llamaba la otra entrada, la que no escribí, porque pensaba en una frase: Las estadísticas dirán que terminé la carrera en 46 o 48 minutos, mi reloj dirá que en 42:34 y también mi corazón. Y todo es porque al igual que hoy, un corredor iba por encima de sus posibilidades, yo lo veía, una edad parecida a la mía, mayor volumen que yo, camiseta holgada, gafas graduadas aseguradas con una cinta. Y una cara de esfuerzo que lo dice todo. Se ha tambaleado varias veces, pero al marchar por la trasera del polideportivo de San Pablo, hace algo extraño y cae delante de mí. No es un tropiezo sino un desfallecimiento, o algo peor. Las asistencias tardan un mundo en llegar, primero viene alguien en bici, luego otro andando, al final la ambulancia. Todos me preguntan a mí cómo se llama el corredor y yo no sé contestar, no lo conozco, tan solo ha caído delante de mí y yo me he parado. No lleva dorsal y se me ocurre que vive por aquí y se ha querido marcar un tanto en su barrio, presumir ante sus amigos o su familia; es una elucubración, puede ser que esté en la crisis de los cuarenta y que sea una forma de demostrarse algo. No lo sé, no lo reflejarán las estadísticas, ni las noticias. No volveré a saber de él. Cuando se marcha la ambulancia salgo en pos de la meta. Quizás haya hecho mejor tiempo gracias a la parada, o al revés, no lo sé. No lo dicen las estadísticas.

El sol ya no aprieta, de repente unas nubes lo han tapado. Me duelen las piernas, me las encuentro pesadas, ya que a su alto peso les sumo el del agua y la arena que han recogido mis zapatillas. Corro hacia al Oeste, con el viento en contra, like a lonesome poor cowboy who is far away from home.

UN POCO DE FRÍO.

Escocido aun por el viernes me encuentro este sábado. Y cuando hablo de escocido lo digo en dos sentidos, uno fisiológico, que tendrá remedio si cambio un poco la postura, coso el coulotte o modifico la forma de pedalear. Y otro moral, pues lo que en un principio me hizo gracia, y bastante, al día siguiente lo veo como un fallo pueril, como los miles que cometo.
Con el ánimo de desquitarme, y por más que nos hayamos ido de fin de semana, deslizo en la bolsa de playa unas gafas y el bañador del club. Las zapatillas y la ropa de correr no cuentan porque estas hace años que forman parte del equipaje obligatorio.
Así que el sábado, que es un día espectacular, a eso de la una, cambio mi bañador de persona respetable por el de entrenar. Que enseña más cacha y  más blancuras, que  atraen poco y que se sienten un poco fuera de lugar en esta playa en la que hay gente variopinta, tirando a dominguera, algún aprendiz de programas de telecinco y unos surferos.
De esta guisa, y con unas gafas mucho más transparentes que las que llevo casi siempre, empiezo a nadar. Unos treinta metros hacia dentro, no más, que el mar tira, y paralelo a la costa, desde Casa Eduardo hasta Costa Ballena, y la vuelta. El mar está transparente, como pocas veces en esta costa, y eso me permite ver la trazada de mi brazo, la estela de burbujas, el agarre que realizo. He estado en pocas clases de técnica, pero intento aplicar los consejos, estirar la brazada, aprovechar el rolido, llevar la cabeza hacia abajo para no levantar la espalda ni el culo, aumentar la cadencia de brazada sin acortarla. Y creo que lo hago bien. Sé que hay mucho donde mejorar, pero esta vez nado bien. Eso creo, no tengo a nadie que me vea.
Al salir del agua me noto mareado y pienso que es por el oleaje o por el agua que me ha entrado en los oídos, pero empiezo a notar algo raro. Es un frío inmenso, el cuerpo cortado, la sensación de no saber bien donde estoy. Y no me cuadra. El día está estupendo, estoy en Las Tres Piedras. Estoy con mi familia. Me siento y me doy cuenta de que se me ha dormido la mano derecha. Y reacciono, lo que tengo es hipotermia. He nadado cuarenta minutos y no sé la temperatura del agua, pero está fría, más allá, adentro, que en la orilla. La masa de agua es más profunda y se está moviendo, por mucho que la superficie se caliente, estamos a primeros de mayo y hay un fondo frío, de ahí esas corrientes de convección congeladas que atravesaba.
Entonces descubro que el neopreno es necesario por algo. Y que sea obligatorio en las pruebas en las que la temperatura del agua es baja. Por más que la temperatura exterior sea alta.
Me recupero pronto. Aunque me lleve una pequeña bronca, primero por nadar con esa temperatura, segundo porque creen que estoy obsesionado. Pero no pasa de ahí, es un fin de semana de descanso, estamos bien, hay sol, buscamos la cerveza, el pescado a la brasa, estar juntos. Y yo tengo mis cosas, como todos. ¡Como si no me conocieran!

DESPISTES.

Conforme se acerca el verano me es más fácil levantarme temprano, como decían mis hijas en una canción de guardería, para saludar al sol. Así fue el viernes. Desayuno tempranero, esperar el relevo de Inma y salir corriendo hacia el Alamillo.
Me siento alegre, he quedado con Juan para hacer un recorrido más corto, pero he llegado a la hora a la glorieta, y salgo con el pelotón. Es verdad que solo veo gafas y cascos y que en la maraña de bicis y pedaleos no distingo apenas a nadie. Tan solo a la cabeza, con Samer y José Luis, y al compañero ocasional que marcha paralelo a mí. Perdonadme pues, es algo natural y consuetudinario en mí, soy despistado.
Me siento alegre, ¿lo he dicho?, alegre y fuerte. Detrás de Samer, por primera vez en mi vida me voy fijando en el plato y en el piñón del que me precede, y veo que el jefe lleva plato y piñón grande, y no entiendo que yo que llevo el plato grande y dos piñones menos tenga que pedalear el triple que él e ir sudando para mantener la rueda.
Por si fuera poco me doy cuenta de que al montar esta mañana la rueda trasera se me ha olvidado bajar la palanquita del freno, y como aun no me siento con confianza para ir en pelotón masivo, me descuelgo a cola para evitarles accidentes a los demás. ¡Bastante he tenido con el susto en el cruce  de San Jerónimo! Pero esta maniobra resulta un problema en cada glorieta, y hay unas cuantas, pues este grupo después de cada cruce acelera, y me va costando trabajo coger rueda.
En La Algaba se incorpora alguien, e imagino que es Juan, los diez metros de distancia que hay entre mí y el último se me hacen un mundo, y cuando la mayoría  gira hacia Gerena, veo los maillots de Rafa y Julio continuar hacia Las Pajanosas. Se me hace extraño, pues deberían ser tres, ellos dos y Juan, pero no pienso, aprieto y voy de caza.
Las películas de persecución ciclista que voy montándome no son pequeñas, pues voy apretando, con el piñón pequeño y con la mira puesta en lo pequeño que me siento. Así hasta que cojo a los dos ciclistas que había visto y resultan ser otros aficionados que nada tienen que ver con nosotros. ¡El susto que les he dado! Pues ya puesto me digo de tirar hacia adelante, aunque sea solo, y me animo, me encuentro bien y voy dando alcance a unas cuantas parejas de ciclistas, incluidas las que se pican y con las que me pico, y, todo hay que decirlo, que no me ganan.
Tras una paradita que incluye una barrita de chocolate, me cruzo con Juan en la bajada, me doy la vuelta y subo otra vez a Las Pajanosas. Como siempre, y fiel a las citados esquemas mentales de este corredor que se habla a sí mismo, no pienso en el mañana, ni tan siquiera en el cinco minutos de dentro de cinco minutos, a tirar, con lo que puedo, que es poco, pero a tirar.
Y así es, me falta algo en la subida; me falta mucho en la bajada, como una velocidad más; en el llano quiero dar más de mí, y por más que voy en el primer piñón, me falta, me falta, me falta. Pero Juan y yo nos hemos encontrado bien, tirando, tirando; otra vez adelantando a gente, picándonos con un pelotón que nos coge cerca de Santiponce, y al que le aguantamos el tipo, por más que ellos van a acabar allí y están como en el final de etapa.
Ha sido una bonita mañana. Buen tiempo, buenas sensaciones y dando todo lo que había. Estoy en el tramo que más me cuesta, entre La Algaba y San Jerónimo. Casi siempre lo hago solo y se me hace duro, pero esta vez me digo, bueno, aprieta, queda poco, aprieta, esta mañana has hecho caso y has llevado el plato grande todo el rato. Es el momento en el que miro para abajo y me fijo. ¡Su puta madre!, he engranado el pequeño. Con el chico, todo el día con el chico…
Este despiste último, o primero, me hace entender muchas cosas. Y aunque me alivie, me queda por ver si lo que pienso, que ese punto extra que me faltaba, o esa velocidad que no cogía, ha sido de verdad por este fallo o por otras razones. Ha sido un buen ejercicio la mañana pero no un buen test.

lunes, 23 de marzo de 2015

EL TRIATLÓN ES UN PREMIO.

"¡A ver si escribes una crónica! ¡Y que salga Diego!" Palabras de un amigo, palabras también reales, pero que me hacen pensar. Porque estoy de horas bajas, y analítico. Y pienso, mucho. Porque estoy de horas bajas, y analítico. Y creo que mi papel en este grupo se ha visto reducido a hacer crónicas, pero esto es un club deportivo. Y pienso. En las horas bajas. Y analizo.

Las vueltas a lo que será esta crónica son infinitas; me bullen en la cabeza todos los acontecimientos del fin de semana, de la semana, y me pasan como un bucle sin fin, como una película enredada sobre la bobina que se proyecta una vez, otra vez, otra vez. Y ahí están Portugal, la semana, la bici, el neopreno, el dinero, los bigotes, el frío, el carrerón de muchos, mi tiempo, la pizza, el hall del hotel, el viaje...

Al volver a España pienso en si serán isbilyo o isbiliyo la grafía y la pronunciación correcta, aunque me queda claro que prefiero isbiliyo; de ahí derivo a Guadaira o Guadaíra, me acuerdo de Ramón J. Sender y su Tesis de Nancy, de los besos que son como los huevos fritos sin sal, y se me ocurre algo. No sé si valdrá como crónica.

 LO PRIMERO.

Portugal es tierra amiga, su saudade, su forma de hacer las cosas a la europea, su seriedad casi melancólica me han contaminado. No es de ahora, ni lo del mundo interior, ni lo de Portugal. Hace años, tantos que el río Guadiana se cruzaba en barcazas, viajé allí. Fue un tiempo en el que comía mariscos y pescados, arroces y cataplanas, desayunaba weetabix, y cenaba huevos y bacon. En esa época el almuerzo terminaba con una copa de amarginha. 

Nada de esto tiene que ver con el deporte. Salvo que allí tuve tiempo de relajar la presión, desterrar ideas y limpiar muchas cosas. Volví de allí con una cabeza nueva, lo que me ayudó a jugar al baloncesto, de repente, como nunca. Todavía le escuecen a algunos los tapones y los triples de aquella época.

Esta vez el tiempo ha sido menor, muy poco; las gambas de la pizza parecían congeladas, y no hubo pescado. Y tampoco me decidí por los huevos en el desayuno. Pero ha habido tiempo para reflexionar, para pensar, aunque haya sido en las horas de coche. Así que mañana a jugar al baloncesto...

Bromas aparte. El baño en el mar ha limpiado algo en mí. Descubrir en qué aspecto me mejora, o en qué me ayuda, es cuestión de tiempo. Y si digo la verdad, tampoco me importa que no sea en el triatlón. Por más que me guste.

LA CARRERA.

Conocimos el fin de semana al aspirante. Usa, viste, gasta, ¿quién sabe cómo decirlo?, ¿se adorna con?, un bigote. Este hombre quiere aparentar ser mayor, dotarse de algo que ya tiene. Pero es como un león buscando su familia.

Es así, los jóvenes leones pelean con los viejos por convertirse en los reyes de la sabana, en robarle la manada a un señor; se lamen la melena para que aparente ser de mayor volumen, para dar la imagen de ferocidad que necesitan. Piensan que amedrentarán a los viejos leones y que estos rehuirán la pelea. No saben que el león viejo ya las ha visto venir y que no irá a buscarlo, tendrán que ir ellos a enfrentarse y ya llevarán un punto perdido, no sabrán a lo que se enfrentan.

El clan isbilyo, isbiliyo, es leal. Los aspirantes, los fuertes, se miden entre ellos. Miran y aprenden. El resto es una fiesta. Sí. Hasta el desayuno. A esa hora veo las caras afiladas, los deseos de competir, las miradas de matadores. Y me asusto. Me siento un francotirador fuera de lugar, sin el rifle calibrado.

No puede ser de otra manera. Se salen en la prueba. Todos me sacan una minutada. Todos lo han hecho bien. Perfecto.

Pero el jefe, el rey, es el rey. Su estela negra me adelanta en el circuito de bici y oigo el viento ocupar el espacio que desaloja, el zumbido perfecto del piñón engranado. Es seguro que no me ha visto. Es lo que tiene la hipervelocidad.

¡Alto ahí!, rebobina. ¿Y la fiebre?, ¿y el virus?, ¿y lo de asumir cada uno su papel, su rol, en la vida?, ¿y lo del dolor de piernas al iniciar la carrera?...Recuerda las palabras al juez organizador,¿vas a competir?, bueno, daré lo que pueda, he estado malo, tú sabes... Recuerda la mueca que esconde una medio sonrisa, recuerda el brillo inesperado de los ojos, recuerda la concentración en el desayuno.

El viejo león, el que ya las ha visto venir, el que quizás piense en retoños, en cachorrillos, guarda algo. No es que no te lo enseñe, no es que no te lo quiera enseñar, es que tiene algo, algo que se encuentra alguna vez, que se ve a través de los cristales de unas gafas de natación, que se recoge en alguna carretera, que se alcanza a la carrera.

Es algo que tienen los reyes. Y ellos permanecen inmóviles. Son el mar, el suelo, la carretera, los que se desplazan bajo ellos. Y ese es uno de los secretos, domar y no dominar, mecerse y no ser dominado. A los elementos, al tiempo, a los aspirantes. Hay otros secretos, pero si no te los cuenta no es porque no quiera, es que hay que aprenderlos.

EL FRÍO.

"Y aun dicen que el pescado es caro" es un cuadro de Sorolla. Si no recuerdo mal, muestra la muerte de un pescador en su barco. Yo lo asocio a otro cuadro de Sorolla que hay en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, este retrata a unos pescadores recogiendo el aparejo en plena galerna. Sus impermeables amarillos apenas les protegen.

Nosotros ayer nadamos, digamos lo que digamos, por diversión. No nos jugábamos la vida para ganar un jornal, estábamos allí para hacer algo que nos gusta, por amor al arte. Y aun así nos protegimos, nos enfundamos unas prendas de neopreno. No debemos quejarnos.

Este fin de semana, hemos usado nuestro tiempo de ocio, hemos aburrido a nuestras parejas, a nuestros hijos. Este fin de semana hemos desplazado bicis, coches, ropa, casco, monos, gafas, bombas, cámaras, trajes de neopreno, chandals...un arsenal. Este fin de semana hemos colonizado el tiempo, el descanso, las olas.

Diego temía el mar, el frío mar del Algarve, las olas. Superó ese temor, nadó como un rey, y ni siquiera estar en una calle u otra le pasó factura, nadó, nadó, montó en bici y corrió. Como un campeón. Como lo que es.

Y ni tan siquiera pensó en las frías aguas; ni fue como un pasajero del Titanic en el Mar del Norte. Para eso ya estábamos otros.

MI CARRERA.

Para los que siempre están delante, el paisaje que se vive en la parte de atrás de una carrera es terra ignota. No es igual que para mí, pues los focos nos muestran qué ocurre en la cabeza de una carrera, de un pelotón. Nunca sé si lo que escribo interesa a alguien, si alguien lo lee, pero debo unas palabras a la desventura. Debo poner algún foco en la parte de atrás de un carrera pues debe ser parecido ir escapado y ser primero, que ir último. Lo digo por la soledad, no por la dureza. De un tipo, físico, en la cabeza. De dos tipos, físico y mental, en la cola.

Que conste de antemano algo, no me quejo. Por muchas razones, estar en un triatlón, en una carrera, en cualquier prueba, es un regalo. En la cena se contaba que un triatleta de élite se retiró cuando lo penalizaron con diez, veinte o treinta segundos, quizás, porque pensaba que no alcanzaría un puesto relevante. Esa no es mi filosofía. Creo que hay que acabar siempre, salvo lesión mayor, y demostrar, con pundonor, que se sabe estar bien, y mal. Que se sabe ganar, que se sabe perder.

Dejemos los prolegómenos, situémonos en la arena, esperando la salida, siguiendo el consejo de Samer, en tercera o cuarta fila.

Pistoletazo de salida.

Corro, busco un hueco en el agua, un espacio para mí en ese banco de atunes alrededor de las boyas. El traje no sé si me ayuda o me retiene. No sé si floto más o si no puedo estirar el brazo, realizar la brazada. No lo sé. En este medio acuático, no oigo nada, no siento nada. Tan solo veo gorros blancos, azules, rojos, como los hombres del Playa Girón, pies y espuma. Y sigo unos pies, adelanto a unos nadadores, voy bien, creo. Pero pienso, en la semana anterior, en la noche anterior, en el hospital, en el concierto. Y pienso que si pienso algo va mal, porque no voy concentrado. Y nado. Y todo es como a cámara lenta. Y en blanco y negro. Y en silencio. Hasta que una ola me revuelca. Y salgo del agua. Como un péndulo. De izquierda a derecha. De izquierda a derecha.

Primera transición.

Esto no le pasa a nadie. A nadie. Ni con un brazo ni con el otro. No llego. Mi mano no llega al velcro, mi mano no llega a la cremallera. Mi pantorrilla izquierda se ha encariñado en el neopreno y no se sueltan de su amoroso enredo. Un mundo, ha pasado un mundo.

El Tourmalet.

Sin calcetines. Es lo que me han recomendado. Y así lo hago. Pero ni por esas. Ni sé dónde hay un grupo, ni sé a quién decirle que hagamos grupo, dúo, duetto, tercetto. Tan solo Adri anda por ahí, por delante de mí, hasta que lo adelanto, justo después de la chicane. Y subo esa pendiente. Bien. No hay problema. Es como la carretera del hipódromo. Bien.

Y la pendiente hay que bajarla. Me he quedado en la zona derecha de la carretera, y un grupo viene por la izquierda. Pico el freno. Bien. Se me ha levantado la rueda trasera y por poco me caigo. Bien. La rueda delantera me zigzaguea. Bien. He estado a un tris de caerme. Bien. Algo me dice que la carrera se ha acabado. Bien.

Los grupos pasan a mi lado. Gritan. Pedalean. Yo pedaleo y si no me equivoco, si no se equivoca mi velocímetro, voy a 37, 38, 39. Pero voy solo. Imagino que eso supone más desgaste. Merda, porca miseria. Ya no veo a Adri, tan solo a un tal Caetano. Una mole. Lo adelanto. Lo dejo en la cuesta. Me adelanta. Me deja en la bajada. Bien.

Y como el Tourmalet en la última vuelta la pendiente. Y mi ánimo. Bien. Elástico, como los cordones de la carrera. Bien.

El final.

Un carrusel. Así veo, así siento, la carrera a pie. Por delante de mí van pasando, al igual que en un tiovivo, casi todos los compañeros del club. Y todos tienen un punto para animar.

He conseguido correr sin pararme después de la bici, coger un ritmo al principio e incrementarlo. Lo he conseguido. Pero voy viendo el paisaje desolado, el público que cruza ya por delante de los corredores, que nos corta el ritmo.

Y todo es como llegar tarde a una fiesta, a un cumpleaños con la tarta repartida, a un cine con la película terminada.

Y es un paisaje de desierto. Bien.

Y no sé por qué. A pesar de todo. Me gusta.

EL PREMIO.

Son varias cosas las que he contado. Y como decía, estoy de capa caída, de horas bajas. Y analítico.

Y pienso.

El deporte es una expresión de desarrollo. En nuestra sociedad no lo practicamos para escapar del hambre; lo practicamos por placer. Si se quiere, por vicio.

El triatlón supone muchos esfuerzos. Y no puedo hablar de lo que cuesta bajar los tiempos, entrenar, correr con frío, cansancio o lluvia. Me refiero al esfuerzo económico que supone adquirir el equipo necesario. Al esfuerzo en tiempo que se requiere para entrenar. A lo que les cuesta a nuestras parejas posponer sus aficiones, su tiempo, el tiempo de la familia, para que practiquemos esto, que nos gusta. Lo que les supone el desayuno en soledad, la cena en soledad, la mañana del domingo en soledad.

Así que analizo. Hago, hacemos, esto porque queremos y porque hacerlo no nos impide seguir viviendo con comodidad. Hago, hacemos, esto porque nuestras parejas, nuestras compañeras, nuestros compañeros, nos apoyan, se callan, esperan, se aburren y consienten. Por tanto, merecido o no, y pienso que no en mi caso, practicar triatlón es un premio.

Ayer Samer recogió su premio. Yo ni tan siquiera me enteré de cómo había resultado hasta mucho más tarde. No lo ví en el podio. No ví la medalla.

Yo terminé mi triatlón. Y al igual que las lesiones del alma tardan en curarse; por más que no se vean, aunque se presientan; tardará en esfumarse de mi ánimo el acto de recogida de mi premio, íntimo, propio.

Terminé mi triatlón. He ahí mi premio.














domingo, 8 de marzo de 2015

AMOR, PASIÓN...261

Todas murieron en el incendio de la fábrica. Eso fue hace mucho tiempo, o quizás muy poco; lo que sabemos es que su sacrificio, involuntario, su tragedia, no fue suficiente para que todo cambiara, para que la invasión masculina del mundo cediera.

Hoy algunas mujeres han montado en bicicleta en la llanura asiática, en la misma que alguna vez Gengis Khan cabalgara a sangre y fuego. En la misma tierra en la que, ¿unos hombres?, están destrozando los últimos vestigios de las civilizaciones más antiguas. Unos hombres, ¿merecen ese nombre?, que se creen mejores que las mujeres.

En los dos últimas Olimpiadas el número, y el valor, de las medallas femeninas españolas ha sido superior al de las masculinas. Algunos dicen que nos han dado para el pelo, y yo pienso, ¿a quiénes?, ¿a los españoles?, ¿a los hombres españoles?... Discriminación encubierta porque parece que sus logros son los de niñas pequeñas, desvalidas, los de personas que se lo merecen porque, como son poquita cosa; porque parece que las selecciones las de verdad, las absolutas, son las de hombres.

Ayer las isbiliyas coparon el podio en Sevilla. Y hay quien piensa que nos ganaron por la patilla, que nos superaron. Yo, su triunfo, lo he sentido como el de mi club, como el de mis compañeras, como el de las inalcanzables.  

El título de esta entrada podría dar a entender que donde hay mujeres hay romance. Con ellas es verdad, hay romance, amor, pasión. La que sienten por el deporte, por estos bellos deportes, el atletismo, el ciclismo, el duatlón, el triatlón. Son constantes, ágiles, fuertes, elegantes; son, como se repite en mi impresión de los elegidos, aristocráticas. Y la discreción de la primera, la rabia y las ganas de la segunda y la humildad de la tercera son ejemplo para mí de lo que debemos hacer, todos. Trabajo, constancia, entrega, sacrificio. Amor, pasión.

261 es un número impar. Un número mítico, pero que no tiene nada de magia. Su poder proviene de una mujer, como todos los poderes y saberes de este mundo, del dorsal de la primera mujer que corrió el maratón de Boston, de la que se atrevió a desafiar a los que decían que la mujer no podría soportar el mismo esfuerzo que Filípides. Pero, ¿se atrevería cualquier árbitro de estos a parir?, ¿a soportar los dolores del parto?, ¿a desafiar a una sociedad machista? 

Gracias al 261, y al 8 de marzo, hoy, ayer, mañana, habrá podios femeninos. Gracias a eso seguiremos disfrutando de las poderosas, y elegantes, zancadas de nuestras compañeras. Gracias a eso sentiremos su triunfo como el nuestro. Porque el suyo es un triunfo absoluto.

Yo, por una mujer, mi madre, ayer no pude competir en el Duatlón. Eso no me hace mejor, solo correspondo, con poco, a lo que ella me ha dado.

Ellas, las ganadoras, hablaban el día de antes de García Márquez, de decepciones previas, de buenas sensaciones. Y llegaron a la prueba, la dominaron, la reventaron. Y acabaron, como decía el colombiano, convirtiendo la carrera en una amable geografía, sin ecuaciones algebráicas, sin despedidas, sin fuerzas de gravedad.  

Ellas, nosotros, el Isbiliya, estamos orgullosos. Orgullosas.

Gracias.

domingo, 1 de marzo de 2015

UNA LEY

Una ley es una ley. 

Me contaban de un sargento que siempre explicaba en la teórica sobre tiro que las balas, ya fueran de cañón o de fusil, bajan por la ley de la gravedad. Meditabundo, con la mano en la barbilla, añadía, y digo yo, que si no existiera esta ley, las cosas caerían por su propio peso.

En realidad las balas y yo sufrimos el efecto gravitatorio, y son, esta, la acción entre masas, y otra ley de Newton, el principio de acción y reacción, la que me tienen entre algodones. Mi masa se desplaza, de forma lenta, ya lo sé, pero en su deambular, impacta unas cuantas veces contra el suelo. De alguna manera los suelos del mundo se han aliado para reaccionar y contra mí ejercen una fuerza; como son justos no sobrepasan la fuerza que yo he hecho contra ellos, pero son más, muchos más que yo; así que sus fuerzas han creado una especie de nudo en mi glúteo y contra él lucho; con lo que puedo y con la ayuda de un experto fisio, sus manos y la electroestimulación.

Una ley es una ley.

El tiempo y la edad no son lo mismo. Mi cuerpo sufre el paso del tiempo. Intento que mi mente no. Así procuro que mi edad no sea la que me marcan los años. Y así escapo al dictado, a la dictadura, del tiempo. Corro, nado, salto y marcho en bici. Se ha dicho ya que sin excesivas prisas. Pero de esa forma, lento o rápido, hay algo que me ayuda a ser amigo del tiempo, de procurarme que, ya que las leyes de Newton me oprimen, las de la flecha temporal me mimen. A veces veo al mismo Cronos pedalear a mi lado. Y en eso quiero entender que siempre hay una oportunidad más, la siguiente. 

Es verdad. Lo conocéis. Suele vestir de rojo y blanco, montar gafas y hablar con un suave acento vallisoletano. Sé que corrió el maratón hace una semana, y que ya está pensando en el siguiente, en la salida de la semana, en el entrenamiento. Es el señor del tiempo. Un isbiliyo, pero no un isbiliyo más.

Una ley es una ley.

Sé que las leyes son para todos, y que todos debemos ser iguales ante la ley; pero usted y yo sabemos que no es verdad. Si se siente indignado, e informado, sabrá que los estafadores, los que roban, los que tiene cierta alcurnia reciben un trato, digamos, que de favor. Y es entonces cuando las leyes no son iguales para todos. 

En mi club, el Isbiliya, me estafan. Yo no lo sabía pero son ladrones, roban tiempo al tiempo, para entrenar, para estar informados, para ir más deprisa; estafan, y eso lo he visto yo, a los mortales. Sí, los he visto ponerse al lado de otros atletas, corredores, nadadores o triatletas, y hacerse ver; se hacen pasar por uno más, por uno de nosotros, los normales mortales, y entonces, cuando un juez decreta la salida, se visten con su ropaje de ganadores y estafan al propio reloj unos segundos o unos minutos, ¡vaya usted a saber!, el caso es que siempre están delante, en ese principio de lista en el que no aparecemos los demás.

Hay una explicación. Son la nobleza, la alcurnia, y las leyes, ni siquiera las naturales, no los tratan igual que a mí. Y eso es fundamental, haga usted un pacto con la Ley Gravitacional y marche hacia adelante, podrá ir al lado de ellos, como si ganara usted una etapa en los Lagos de Covadonga cada día. No entenderá ni de rozamiento ni de peso. Y ahí está la casta, la aristocracia, el selecto grupo al frente de este cotarro, que se ha ganado este trato de favor con el trabajo diario, con el entrenamiento, con la concentración...

Quiero cambiar mi relación con la gravedad, aprender a flotar no solo en el agua sino en el aire, como hace esa compañera que parece deslizarse en el viento, como hace ese otro que pedalea como si lo hiciera siempre en un descenso, como el jefe, que corre mientras toma nota y planifica. 

Por lo pronto creo que voy haciendo bien las cosas, a mi ritmo, pero bien. Es hora de volver a entrenar, aunque sea de forma suave, de nadar, de patalear, de pedalear. También me he ido haciendo con esas cosas que parecen ser como un salvoconducto para el tribunal del tiempo, las camisetas rojas, los monos rojos, el bañador. 

Sé que no es suficiente, falta madera, escasea la posibilidad de una dedicación mayor, pero creo que estoy en buen sitio para que me miren de otra manera los suelos, los cronómetros, los calendarios. 

Buen sitio, sí. Bueno no, el mejor.    

domingo, 22 de febrero de 2015

MIL HISTORIAS.

Cada día el Maratón y la Nocturna se parecen más. La cantidad de gente, la ilusión, el esfuerzo, la motivación y la ciudad las acercan. Podría decir que incluso el olor de ese corredor que todos conocemos es igual de insoportable, es posible que las prendas que lleve sean las mismas y que no haya habido un agua salvadora entre carreras.

Cada día el Maratón y la Nocturna se parecen menos. La algarabía de la carrera de septiembre no tiene nada que ver con la pisada de las gacelas que corren en febrero, estilismo en la estilista Sevilla, arte puro de ébano, de, como dice José Luis, raza. Raza superior, sin duda, la de ellos.

A ambas las llaman las Fiestas del Deporte. Yo tengo claro cual de ellas es deporte y cual de ellas es un espectáculo para corredores de apps. Runners, así se llaman ahora. 

Y ahí entre las once mil historias de este maratón han estado las nuestras, las mil camisetas isbiliyas, repartiendo color y calidad sobre este asfalto que han pisado mil veces.

Yo no me conozco todas las hazañas, pero sé que salvo para nuestro amigo David, que ya le vale y podría dejar descansar al perro, ha habido dolor y sufrimiento, coraje y ganas de decir, aquí estamos, miradnos. Y ahí han estado todos los locos del asfalto, los tragakilómetros, cada uno con su historia, con su carga, con...¿quién sabe con qué?. A veces ni ellos lo saben.

Otros compañeros han arrasado en Extremadura. Nuestro pequeño gran compañero, Igor, demuestra que es madera noble, que se está tallando poco a poco, que será dentro de nada capitán isbiliyo. Es verdad, y que me perdonen si hablo menos de ellos, pero es que me enamora el maratón. Me enamoró hace mil años y hace cien que decidí correr el primero, hice mal pues su gusanillo no abandona nunca.

Ha habido mil historias. Mil. Conozco la de José Luis, que vamos a ver, vamos a ver, por poco no baja de las tres horas. La de Álvaro, que descubrió la dureza y la belleza, y que ya ha mordido la manzana...si hubiera ido más rápido, la marca no se me escapa, ha grabado en su alma. David, el grande, hizo un carrerón y encima me disculpa la broma sobre su perro. Mil historias, mil, y unos kilómetros en las piernas que no son kilómetros cualquiera, son de maratón.

Mi historia, la mía, o hable usted de la suya, ha sido una más. Y si el maratón es metáfora de la vida podría decir que hoy ha sido un torbellino en el que me he perdido y del que no sé cómo salir. La primavera ha llegado y yo debo ahora hibernar y encontrarme. Permitidme mi salida por un tiempo del foro, de la carrera.

Vuestras historias las novecientas noventa y nueve han sido hermosas. Hermosas y rojas.

La primavera ha llegado. El fruto rojo ha madurado.

jueves, 19 de febrero de 2015

LEYENDAS, MONTILLA

Mucho se ha escrito sobre la uva que reina en la campiña cordobesa. Es una variedad de uva blanca y dulce, de tipo moscatel, con la que se elabora el vino de esta tierra. Vinos finos que capturan el color del sol; vinos dulces que enardecen el espíritu.

Una leyenda cuenta que fue un soldado del Tercio, Pedro Ximénez, tal vez Ximen, el que trajo una cepa de esta uva oculta desde la gélidas riberas del Rhin. Esa uva, emparentada con la Riesling, de alguna forma arraigó aquí, en esta tierra albariza, de suaves ondulaciones.

Como toda leyenda es discutida. Muchos se han dedicado a analizar la uva, como si se tratara del ADN de un asesino, y han determinado que esta uva es de tipo mediterráneo y que siempre lo ha sido. Otros que se trata de una variedad de la uva malvasía de Canarias; otros que fue un alemán, ¡siempre tiene que haber un alemán!, Pieter Siemens, el que trajo varias cepas y se convirtió en cultivador de viñas. Cualquiera de estas historias podría explicar el origen de este vino. Más cuando se sabe que los romanos lo apreciaban entre todos los de su imperio, y que los mismos califas desafiaban los mandatos de Mahoma bebiéndolo en sus palacios y haciendas.

Yo me quedo con la leyenda.

Habrá quien haya ido este fin de semana a Montilla y piense, qué tendrá que ver esto con mi carrera, con la prueba que disputé en la mañana fría de ayer, con que no salieran las cosas como quería, con que no sé si mereció la pena el madrugón, pasar la noche fuera, enfundarme el mono y sudar los colores.

Espere.

Piense en que la leyenda es cierta, en el soldado Pedro Ximénez que en la helada campiña germana arrebata una cepa de uvas de un campo junto al que duerme, aun sabiendo que vive en una época en la que robar esta cepa está penado con la muerte, pues ha robado la riqueza de un país. Imagine el mimo con el que el soldado envuelve la cepa en una trapo, y este, a su vez, es guardado en su zurrón donde lo protegerá bajo su pecho de heladas, batallas, lluvia y fango, donde cruzará el camino español y el mediterráneo infestado de piratas berberiscos. Visualice al soldado. Pongamos que en una mañana de un día de febrero. Visualícelo, y vea como abre con mimo el paquete que meses atrás guardó, con sus propias manos horada el duro suelo y siembra la vid. Ahora espere, unos dos años, en los que día tras día ha cuidado la planta, la ha multiplicado con esquejes y obtenido un pequeño viñedo lleno de uvas. Es primavera. Y el milagro se ha obrado. La leyenda ha nacido.

Espere.

Piense en que usted es Pedro Ximénez y diga qué llevaba en su zurrón. Dígase qué es lo que mima usted cada día, qué es lo que protege. Y sueñe con lo que acaba de sembrar en Montilla, con sus propias manos. Tiene que llegar la primavera.

La leyenda, su leyenda personal, se está forjando.