De las andanzas y desventuras deportivas del autor. Reflexiones o historias que puede costar leer más de tres minutos, pero no mucho más.
sábado, 12 de diciembre de 2015
EL NÚCLEO, LAS LÍNEAS EN LOS MAPAS, LOS SECRETOS.
miércoles, 28 de octubre de 2015
KRYPTONITA.
La tercera, en la vida real, en nuestra personalidad de ingenieros, farmacéuticos, trabajadores o estudiantes existen muchas kriptonitas; la única forma de hacernos inmunes a su efecto es buscarlas, identificarlas y luchar contra ellas, llámense miedos o dificultades. El triatlon también es una escuela para vivir sin miedo y resistir los avatares de la vida.
Para terminar, recuerdo la primera vez que escuché la palabra kriptonita en este club; me dejaron una camiseta para hacer una carrera y fue justo después de un entrenamiento, me dijeron, lávala bien que lleva kriptonita, yo pensé, un lavado corto y con norit, que es una prenda delicada. El resultado fue que puse dos veces la lavadora, la primera siendo delicado, la segunda a saco, y con veinte prendas más, que la esencia de la camiseta contaminó la colada entera. Así que el que lo dijo sabía bien de lo que hablaba y suda kriptonita, pues no es que no le cuesten las cosas, no es que no tenga dificultades, pero lucha contra ellas. ¿Verdad?
NOTA DEL AUTOR:
sábado, 24 de octubre de 2015
RUNNERS KARATE KID.
lunes, 5 de octubre de 2015
GLÓBULOS ROSAS.
lunes, 28 de septiembre de 2015
FINAL DE TEMPORADA.
Cada vez es más fácil quedarse sin dorsal para las pruebas, y adquirir los dorsales sin oportunidad de usarlos, pero doy por buena mi temporada; acabé el sábado en Córdoba, nadando en mi río, cumpliendo un pequeño sueño. Fue una prueba en la que el tono era popular, en la que competíamos los fuera de forma, pero en la que, al final, siempre hay codazos en el agua, pelotones en la bici, dificultades en las transiciones y ahogo en la carrera. Pero disfruté. Y eso que el día de antes había hecho la nocturna, una tradición en la que llevo casi veinte años arrastrándome, con dos versiones, pre y post extracción del menisco; y con una ilusión, un año antes había estrenado colores del club en esta carrera, un mono de los antiguos, y este año quería ratificar que me siento del club. Y, ¡milagro!, llegué a la foto.
Si miro atrás no sé si ha habido progresión, si han mejorado los tiempos, si ha habido cambios en el estilo. Solo sé una cosa, ha habido un aumento de la fortaleza, no de la corporal sino de la mental. No se nota, no se ve, pero como Lola Flores, ahí está. Queda mucho por hacer, mucho por unir, para eso estoy en el club. En este año ha habido momentos de los que no se olvidan. Quarteira, la San Silvestre, Posadas y el olímpico de septiembre están ahí.
Corría, corría, con los riñones haciendo cosas raras, con unas ganas tremendas de orinar, con mi vejiga cerrada; estaba preocupado. En el circuito paralelo al río me cruzaba de vez en cuando con algún compañero, ellos corrían, yo me desplazaba. Mis piernas llenas de sangre tras la bici se doblaban menos de lo poco que ya de por sí se doblan en la carrera. Pero seguía, para cruzarme con alguien, para sentir la competición, para seguir a Guille y admirar su esfuerzo frente al dolor, para ver correr a Juanito, marchando como una liebre, como si antes no hubiera habido nada. Pero solo yo sé la alegría que fue encontrar a Juan Garrido poco antes de la meta, con ilusión, con ánimo, haciéndote sentir que has hecho algo grande. Se merece Juan un capítulo aparte; pocas personas, no solo de este club, he visto tan educadas, tan buenas personas como él. Como deportista es grande; ha evolucionado en todo, pero en natación se sale. Y es que, podéis hacer la prueba, poneros a su lado y hacer lo mismo que él, lo hará de forma más elegante y mejor que vosotros; y sin decir nada. Solo sé que verlo en la meta, animando, me hizo pensar en que hay un mundo alrededor del nuestro, quizás, un mundo real de trabajo, de salarios, del día a día; pero que este mundo, el nuestro, el pequeño, el que se monta en cada entrenamiento, en cada prueba, es un mundo que merece la pena conocer y sentir.
Hace una semana me sentí como si hubiera corrido por las dunas. En algún lugar de mi mente, por ahí, anda mi intención de cruzar a nado la desembocadura del Guadalquivir; es un reto que asumiré el día que corresponda. Diego, el fisio, el que siempre tiene una broma cargada, oculta algo. Yo lo voy vislumbrando. Y no piensen ustedes mal, lo que oculta no tiene ni forma, ni peso, ni materia, es pura energía. Algo que viene de eso que llamaban éter, de la materia dividida, de la energía transformada. Si le hubieran dolido el hombro, o la cabeza, a lo mejor, se habría callado, y aguantado en la bici, en el agua, en la arena de Tartessos. Si hubiera estado cansado, a lo mejor, no lo habría contado; tampoco habría contado que alguna carrera es como una procesión, un momento íntimo de recato, de vivencia interior, de recuerdos y de nada. Como un pequeño nirvana, un instante, acaso un segundo, en el que se sienten el vacío y el infinito del alma, en el que el dolor y el cansancio nos llevan a olvidarnos de la existencia y vemos tan solo la meta, el objetivo y el viaje. Diego lo oculta, pero, a pesar, de su socarronería, ahí están las dunas infinitas del recuerdo y el mar de la infancia.
Ha acabado el verano. La temporada va a acabar. En unos día volveremos a las andadas. A que Samer me diga, ya estás "heating the heating".
Heating the heating.
lunes, 14 de septiembre de 2015
SOBRE RUEDAS.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
LA GUARDIA ISBILIYA.
A su lado, al lado de muchos, veo que mi aprendizaje es como el de un niño, a base de ensayo y error; sobre todo eso, de mucho error. No creo que ni tan siquiera pudiera considerarse intutitiva mi forma de hacer las cosas; hay algo de caótico, y algo de orden, algo de aprendizaje, algo de experiencia y de serenidad y algo de nervios; contradicciones puras, de las que es testigo casi siempre el amigo Juan Pablo, y que me saca de más de un apuro. Porque se ha convertido casi en una costumbre empezar un triatlón contrastando su sonriente tranquilidad con mi rictus de apuro. Y sé que eso lo dan el carácter, pero también la preparación, que es la que da la confianza y la que muestra la buena cara de cada uno.
En la brumosa, extraña, mañana de agosto que apareció el día veintitrés, siento algo raro. Alguno dirá que no es que la cosa fuera rara, sino incómoda, pues un mono de triatlón del revés no deja de ser, digámoslo, incómodo, raro y molesto. Pero no es eso solo. Sino la sensación de estar de vuelta en casa, allí, sobre el adarve de la presa, entre la niebla, en formación delante de las bicis, como si fuéramos a la batalla. Esa sensación, la de estar acompañado de un cuerpo de ejército, es la que me hace olvidarme de mi vergüenza, y de mis vergüenzas, a la hora de desnudarme frente al resto de triatletas. Porque han formado un círculo en cuyo interior me veo menos desprotegido. Y me tapan la vergüenza, y las vergüenzas.
Será un rato más tarde en el que se me ocurra que he sido arropado por un grupo que bien podría ser la guardia isbiliya, gente con mucha personalidad, mucho talento y experiencia; gente a la que me uní hace un año y con la que me siento a gusto. Compartiendo algo que sin darte cuenta ocupa todo tu tiempo, tus pensamientos. Porque estoy seguro que más de uno haciendo cualquier cosa que no tenga nada que ver con el triatlón, en cualquier lugar fuera de nuestro hábitat, se ha abstraído y se ha imaginado qué sitio tan bueno para hacer una ruta en bici, o qué aguas tan buenas para probar el neopreno o si se pudiera organizar aquí un triatlón estaría "tó wapo". (1) Y en ese momento te das cuenta de que te ha atrapado esta historia, de que quizás no seas bueno, ni siquiera el mejor de tu urbanización, ni de tu bloque, si me apuras, ni de tu planta, y que crees que lo dominas, que lo puedes dejar cuando quieras, pero estás enganchado.
Y la hipótesis propuesta y la tesis formulada acaban en proposición, hay una guardia isbiliya, una vieja guardia isbiliya, de gente que nos conocemos por los nombres, ¿verdad, Juampi?, que nos aceptamos, que hasta nos llevamos bien. Y es así, pues en el pantano de La Breña, entre más de un centenar de gorros en el agua, como yemas de espárrago, nos reconocemos, nos juntamos, nos reímos antes del inicio y nos acordamos de los ancestros de la juez que da la salida con gente por delante de la línea que la marca.
El resultado de la carrera ni da igual, ni es lo menos importante, ni se debe obviar; lo que ocurre es que ya ha sido contado en varias ocasiones. Lo que no he contado, no sé si lo habrán hecho otros, es que fue un día lleno de intrahistorias, por darle otro nombre a las anécdotas. En el que Juan y Rafa, guardias también de pro, desayunaron un gel; en el que se cantó el cumpleaños feliz en honor a Samer, que me perdí por llegar el último; en el que me recogió un autocaravanista bondadoso y me evitó la subida al pantano; en el que, por primera vez, vi al campeón pillado, pensando en qué había ocurrido, dándole vueltas a la cabeza e intentando cambiar de tercio, aunque fuera la elección de coche, para digerir, asimilar y corregir.
Tampoco lo he contado, pero allí en La Breña, a treinta kilómetros de mi casa, viví gran parte de los fines de semana de mi infancia. Antes de que se construyera la actual presa sobre la antigua, en la época en la que los pantalones de campana se pasaron de moda por primera vez, íbamos, de forma más que regular, desde la mañana del sábado al domingo después del arroz, el cola-cao y los dulces a pasar allí nuestro tiempo. Fue en ese lugar en el que corrí por primera vez, entendiendo correr como un ejercicio en sí mismo; en el que descubrí cómo defender en baloncesto; en el que aprendí el poco equilibrio que tengo sobre la bici tirándome cuesta abajo hasta la zona de las zarzas; en el que remábamos hasta la isla y nos tirábamos al agua para tocar la cruz de la torre de la iglesia sumergida... Esto es un ejercicio de nostalgia, es posible, pero debo hacerlo, si no, no podría considerarme honesto ni conmigo, ni con los que ya no están, María, Paco, Manrique, Luciano...
Luciano habría sido un gran isbiliyo. Hace años cuando nadie lo era, él era hipster. Tenía barba y perro, vivía con su pareja, como solía decirse, amancebado, hacía helados y corría. Fue la primera persona que conocí que hubiera corrido veinte kilómetros, o más. Él se fue, pero si me admiten en la guardia isbiliya, que se sepa que una parte, de esas que están enroscadas por ahí dentro de uno, es de él.
(1) Concesión lingüística a la hornada que mira como una palabra viejuna el vocablo guay.
lunes, 29 de junio de 2015
VERANO EN MORDOR.
lunes, 11 de mayo de 2015
VA POR TI, COMPAÑERO.
lunes, 4 de mayo de 2015
REFLEXIONES.
Este puente me deja en la cabeza algunas reflexiones, de todo tipo y de toda índole. No son muchas, pues como dije el otro día a un amigo, ni con oxígeno, ni sin oxígeno, pensar me cuesta. Y lo que sí puede que haga sea adornar las pocas ideas que tengo; pues si me llamaron el otro día el filósofo, será más por darles coba a las ideas que por generarlas.
El jueves me invitaron a un curso para aprender a escribir, para que mis escritos tengan una mayor repercusión en las redes sociales o en los medios; al fin y al cabo para alcanzar mayor notoriedad y difusión. Me gustó la idea, primero porque quien me invitó ha debido notar mi afición a escribir, ¿tanto se me nota?, y segundo porque jamás he seguido curso alguno sobre esto. Muchas veces he pensado en qué hace un ingeniero mediocre escribiendo, redactando, atreviéndose con poemas y demás; y me encuentro fuera de lugar. Pero eso me pasa con casi todo, me siento muchas veces como un francotirador. Ya sea en el deporte, en la escritura, en la cocina, en el trabajo o en la feria. Por tanto, hay algo en mí que se somete siempre a un examen, que piensa que hay que superar una prueba, estar preparándose siempre. Me gustó la idea, haré el curso en otro momento. Aunque mi objetivo no es alcanzar a un público más amplio, sino hacerlo mejor, para mí y para las personas que tienen a bien usar un poco de su tiempo para leerme.
De esta idea salto a otra, de la forma en la que entiendo la escritura entiendo también el deporte. Ayer aconsejaron a un compañero hacer del triatlon una forma de vida, comprometerse, así conseguiría los objetivos. Yo no he hecho esto, ni sé si puedo, o quiero. La vida se compone de muchas cosas, y existen asuntos que están por encima de la práctica deportiva. Sé que es repetitivo, pero no hago triatlon para conseguir marcas o puestos, aunque claro que quiero hacerlo mejor, tardar menos, sentirme más rápido. Hago triatlon para sentirme bien. Según mi mujer estoy obsesionado y es porque si voy a la playa me llevo el neopreno y nado, si voy a la sierra lo mismo con la bici o si cogemos un hotel o hacemos un viaje por ahí, de forma disimulada siempre van en la maleta las zapatillas, el bañador o ambos. Mi forma de comprometerme ha sido incorporar el triatlon a mi vida, intentando, con pequeños roces que a veces causan heridas, que no sea un lastre para todo lo demás. Que nadie entienda que desdeño a quienes han tomado otros caminos, no, incluso me parecen mejores que el mío. Pero a mí esto ya me ha pillado con la vida hecha, y no es cuestión de deshacerla. Me basta con hacerle unos huequecitos.
He mencionado el neopreno. Descubrí que en este deporte lo que se necesita, se necesita. Es verdad que el otro día nadé solo con bañador y gafas. Me habría venido bien llevar un gorro, eso es seguro. ¿Y qué contar si hubiera tenido el traje de neopreno? Se frivoliza con determinadas cosas: el neopreno, las zapatillas, la bici, los masajes, los calcetines o los acoples. Sin tener la disposición desaforada de los runners de nuevo cuño, todo lo que he contado es necesario para realizar este deporte con garantías para la salud. Es posible que no sea necesario, posible no, seguro, irse a los elementos más altos de cada gama, ni invertir una millonada en cada bici, ni llevar la última moda en pantalones. Pero protegerse de cara a golpes de calor, de frío, caídas, lesiones del pie, de los isquios, las caderas, la piel o los ojos no es de ser más o menos duro, es solo de ser sensatos.
El filósofo. A Valdano, el entrenador, lo llamaban así. Y este contaba cuando un delantero o un equipo justificaban una mala racha goleadora en la mala suerte, que la mala suerte, la falta de puntería se contrarrestaban con trabajo, con entrenar más y mejor, con estar concentrado. Yo cometo muchos despistes, y eso tiene un nombre y no es mala suerte, es falta de concentración. Si analizo tan solo el viernes puedo darme cuenta de que los errores cometidos al inflar las ruedas, dejar el freno abierto, dar por sentado que iba con el plato grande son faltas de concentración. Y no hay excusas, yo sé que hay una motivación derivada de mis prisas por llegar a la hora, por la idea de estar a la altura, pero hay más culpa en no descansar lo suficiente, en no dormir las horas necesarias que en lo demás.
Y la última cuestión tiene que ver con la idea de puente. Que habrá sido para muchos, pero no para nosotros. Inma tiene un trabajo y un turno puñeteros, y eso condiciona muchas cosas: la disponibilidad, la posibilidad de estar en determinados lugares o días, la forma de entender el ocio y el descanso… Es verdad. Por contra, salirse de los parámetros y los horarios habituales nos ha dado también muchas oportunidades de disfrutar de determinadas cosas a deshora, sin gente, sin agobios. Esta forma de vivir el trabajo es vocacional, requiere de disposición, de ánimo, de sacrificio, de fuerza, de ganas de que los que lo necesitan estén cuidados. Yo vivo con una atleta de élite, quizás no nada, pero corre como nadie para atender una urgencia, para suturar una herida, para cuidarnos también a nosotros cuando lo necesitamos. Ella a lo mejor no lo sabe, pero la admiro. Porque un triatlon o un maratón no son nada comparados con las noches en vela pendientes de la salud de los demás. Y esto no es retórica, es una simple verdad.
POPULARES. ESTADÍSTICAS.
Al fondo hay unas piedras, unas rocas enormes que cortan el paso por la playa. El sol aprieta, no es natural pues ha amanecido hace menos de una hora, pero voy sudando como nunca. El corredor que llevo delante aprieta y esquiva las rocas. Lo sigo, pretendo cogerlo, parece oirme, aprieta, endurece el ritmo. Él esquiva las rocas, unos segundos más tarde yo no quiero esquivarlas, quiero adelantar y las piso, mis pies no pisan sobre firme sino sobre una amalgama de algas que alfombra la playa. Y como la superficie de estas algas se hunde el corredor de delante, se desfonda, lo adelanto y lo dejo.Veo como él se queda en la primera escalera. A mí me quedan unos seis kilómetros.Voy bien.
Este episodio me traslada a la última carrera que hice, la popular de Nervión. Aquel día se me ocurrió escribir una entrada que se llamaría Estadísticas. Quería contar cómo cada vez es más difícil seguir el ritmo de competición del club, se diversifica, la gente se va a Soria y vence, o va a un duatlon a Tomares o a La Algaba, o corre en Marbella, o en Cádiz o en un lago de Portugal. Sí, quería contar que somos muchos, y que cada fin de semana hay algo. Además algo importante. Y que ni tan siquiera las Estadísticas, los primeros lugares, los subcampeonatos, los podiums, pueden reflejar lo que hay detrás. Que quedan las marcas, los puestos, la rabia por haber pinchado dos segundos en una transición, por entrar en los grupos de edad y no en la éllite, por no bajar de los cuarenta minutos, por no ir a 3:15 el kilómetro… pero que una estadística por sí sola no refleja lo que hay, el trabajo de detrás, la falta de aliento en la carrera, el dolor de las caídas, la insatisfacción cuando las cosas no salen bien. Esa entrada queda atrás.
Lo que me ha hecho recordar ese día es la forma en la que se desfonda ese corredor. Y recuerdo que Estadísticas se llamaba la otra entrada, la que no escribí, porque pensaba en una frase: Las estadísticas dirán que terminé la carrera en 46 o 48 minutos, mi reloj dirá que en 42:34 y también mi corazón. Y todo es porque al igual que hoy, un corredor iba por encima de sus posibilidades, yo lo veía, una edad parecida a la mía, mayor volumen que yo, camiseta holgada, gafas graduadas aseguradas con una cinta. Y una cara de esfuerzo que lo dice todo. Se ha tambaleado varias veces, pero al marchar por la trasera del polideportivo de San Pablo, hace algo extraño y cae delante de mí. No es un tropiezo sino un desfallecimiento, o algo peor. Las asistencias tardan un mundo en llegar, primero viene alguien en bici, luego otro andando, al final la ambulancia. Todos me preguntan a mí cómo se llama el corredor y yo no sé contestar, no lo conozco, tan solo ha caído delante de mí y yo me he parado. No lleva dorsal y se me ocurre que vive por aquí y se ha querido marcar un tanto en su barrio, presumir ante sus amigos o su familia; es una elucubración, puede ser que esté en la crisis de los cuarenta y que sea una forma de demostrarse algo. No lo sé, no lo reflejarán las estadísticas, ni las noticias. No volveré a saber de él. Cuando se marcha la ambulancia salgo en pos de la meta. Quizás haya hecho mejor tiempo gracias a la parada, o al revés, no lo sé. No lo dicen las estadísticas.
El sol ya no aprieta, de repente unas nubes lo han tapado. Me duelen las piernas, me las encuentro pesadas, ya que a su alto peso les sumo el del agua y la arena que han recogido mis zapatillas. Corro hacia al Oeste, con el viento en contra, like a lonesome poor cowboy who is far away from home.
UN POCO DE FRÍO.
DESPISTES.
lunes, 23 de marzo de 2015
EL TRIATLÓN ES UN PREMIO.
LA CARRERA.
Conocimos el fin de semana al aspirante. Usa, viste, gasta, ¿quién sabe cómo decirlo?, ¿se adorna con?, un bigote. Este hombre quiere aparentar ser mayor, dotarse de algo que ya tiene. Pero es como un león buscando su familia.
Es así, los jóvenes leones pelean con los viejos por convertirse en los reyes de la sabana, en robarle la manada a un señor; se lamen la melena para que aparente ser de mayor volumen, para dar la imagen de ferocidad que necesitan. Piensan que amedrentarán a los viejos leones y que estos rehuirán la pelea. No saben que el león viejo ya las ha visto venir y que no irá a buscarlo, tendrán que ir ellos a enfrentarse y ya llevarán un punto perdido, no sabrán a lo que se enfrentan.
El clan isbilyo, isbiliyo, es leal. Los aspirantes, los fuertes, se miden entre ellos. Miran y aprenden. El resto es una fiesta. Sí. Hasta el desayuno. A esa hora veo las caras afiladas, los deseos de competir, las miradas de matadores. Y me asusto. Me siento un francotirador fuera de lugar, sin el rifle calibrado.
No puede ser de otra manera. Se salen en la prueba. Todos me sacan una minutada. Todos lo han hecho bien. Perfecto.
Pero el jefe, el rey, es el rey. Su estela negra me adelanta en el circuito de bici y oigo el viento ocupar el espacio que desaloja, el zumbido perfecto del piñón engranado. Es seguro que no me ha visto. Es lo que tiene la hipervelocidad.
¡Alto ahí!, rebobina. ¿Y la fiebre?, ¿y el virus?, ¿y lo de asumir cada uno su papel, su rol, en la vida?, ¿y lo del dolor de piernas al iniciar la carrera?...Recuerda las palabras al juez organizador,¿vas a competir?, bueno, daré lo que pueda, he estado malo, tú sabes... Recuerda la mueca que esconde una medio sonrisa, recuerda el brillo inesperado de los ojos, recuerda la concentración en el desayuno.
El viejo león, el que ya las ha visto venir, el que quizás piense en retoños, en cachorrillos, guarda algo. No es que no te lo enseñe, no es que no te lo quiera enseñar, es que tiene algo, algo que se encuentra alguna vez, que se ve a través de los cristales de unas gafas de natación, que se recoge en alguna carretera, que se alcanza a la carrera.
Es algo que tienen los reyes. Y ellos permanecen inmóviles. Son el mar, el suelo, la carretera, los que se desplazan bajo ellos. Y ese es uno de los secretos, domar y no dominar, mecerse y no ser dominado. A los elementos, al tiempo, a los aspirantes. Hay otros secretos, pero si no te los cuenta no es porque no quiera, es que hay que aprenderlos.
EL FRÍO.
"Y aun dicen que el pescado es caro" es un cuadro de Sorolla. Si no recuerdo mal, muestra la muerte de un pescador en su barco. Yo lo asocio a otro cuadro de Sorolla que hay en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, este retrata a unos pescadores recogiendo el aparejo en plena galerna. Sus impermeables amarillos apenas les protegen.
Nosotros ayer nadamos, digamos lo que digamos, por diversión. No nos jugábamos la vida para ganar un jornal, estábamos allí para hacer algo que nos gusta, por amor al arte. Y aun así nos protegimos, nos enfundamos unas prendas de neopreno. No debemos quejarnos.
Este fin de semana, hemos usado nuestro tiempo de ocio, hemos aburrido a nuestras parejas, a nuestros hijos. Este fin de semana hemos desplazado bicis, coches, ropa, casco, monos, gafas, bombas, cámaras, trajes de neopreno, chandals...un arsenal. Este fin de semana hemos colonizado el tiempo, el descanso, las olas.
Diego temía el mar, el frío mar del Algarve, las olas. Superó ese temor, nadó como un rey, y ni siquiera estar en una calle u otra le pasó factura, nadó, nadó, montó en bici y corrió. Como un campeón. Como lo que es.
Y ni tan siquiera pensó en las frías aguas; ni fue como un pasajero del Titanic en el Mar del Norte. Para eso ya estábamos otros.
MI CARRERA.
Para los que siempre están delante, el paisaje que se vive en la parte de atrás de una carrera es terra ignota. No es igual que para mí, pues los focos nos muestran qué ocurre en la cabeza de una carrera, de un pelotón. Nunca sé si lo que escribo interesa a alguien, si alguien lo lee, pero debo unas palabras a la desventura. Debo poner algún foco en la parte de atrás de un carrera pues debe ser parecido ir escapado y ser primero, que ir último. Lo digo por la soledad, no por la dureza. De un tipo, físico, en la cabeza. De dos tipos, físico y mental, en la cola.
Que conste de antemano algo, no me quejo. Por muchas razones, estar en un triatlón, en una carrera, en cualquier prueba, es un regalo. En la cena se contaba que un triatleta de élite se retiró cuando lo penalizaron con diez, veinte o treinta segundos, quizás, porque pensaba que no alcanzaría un puesto relevante. Esa no es mi filosofía. Creo que hay que acabar siempre, salvo lesión mayor, y demostrar, con pundonor, que se sabe estar bien, y mal. Que se sabe ganar, que se sabe perder.
Dejemos los prolegómenos, situémonos en la arena, esperando la salida, siguiendo el consejo de Samer, en tercera o cuarta fila.
Pistoletazo de salida.
Corro, busco un hueco en el agua, un espacio para mí en ese banco de atunes alrededor de las boyas. El traje no sé si me ayuda o me retiene. No sé si floto más o si no puedo estirar el brazo, realizar la brazada. No lo sé. En este medio acuático, no oigo nada, no siento nada. Tan solo veo gorros blancos, azules, rojos, como los hombres del Playa Girón, pies y espuma. Y sigo unos pies, adelanto a unos nadadores, voy bien, creo. Pero pienso, en la semana anterior, en la noche anterior, en el hospital, en el concierto. Y pienso que si pienso algo va mal, porque no voy concentrado. Y nado. Y todo es como a cámara lenta. Y en blanco y negro. Y en silencio. Hasta que una ola me revuelca. Y salgo del agua. Como un péndulo. De izquierda a derecha. De izquierda a derecha.
Primera transición.
Esto no le pasa a nadie. A nadie. Ni con un brazo ni con el otro. No llego. Mi mano no llega al velcro, mi mano no llega a la cremallera. Mi pantorrilla izquierda se ha encariñado en el neopreno y no se sueltan de su amoroso enredo. Un mundo, ha pasado un mundo.
El Tourmalet.
Sin calcetines. Es lo que me han recomendado. Y así lo hago. Pero ni por esas. Ni sé dónde hay un grupo, ni sé a quién decirle que hagamos grupo, dúo, duetto, tercetto. Tan solo Adri anda por ahí, por delante de mí, hasta que lo adelanto, justo después de la chicane. Y subo esa pendiente. Bien. No hay problema. Es como la carretera del hipódromo. Bien.
Y la pendiente hay que bajarla. Me he quedado en la zona derecha de la carretera, y un grupo viene por la izquierda. Pico el freno. Bien. Se me ha levantado la rueda trasera y por poco me caigo. Bien. La rueda delantera me zigzaguea. Bien. He estado a un tris de caerme. Bien. Algo me dice que la carrera se ha acabado. Bien.
Los grupos pasan a mi lado. Gritan. Pedalean. Yo pedaleo y si no me equivoco, si no se equivoca mi velocímetro, voy a 37, 38, 39. Pero voy solo. Imagino que eso supone más desgaste. Merda, porca miseria. Ya no veo a Adri, tan solo a un tal Caetano. Una mole. Lo adelanto. Lo dejo en la cuesta. Me adelanta. Me deja en la bajada. Bien.
Y como el Tourmalet en la última vuelta la pendiente. Y mi ánimo. Bien. Elástico, como los cordones de la carrera. Bien.
El final.
Un carrusel. Así veo, así siento, la carrera a pie. Por delante de mí van pasando, al igual que en un tiovivo, casi todos los compañeros del club. Y todos tienen un punto para animar.
He conseguido correr sin pararme después de la bici, coger un ritmo al principio e incrementarlo. Lo he conseguido. Pero voy viendo el paisaje desolado, el público que cruza ya por delante de los corredores, que nos corta el ritmo.
Y todo es como llegar tarde a una fiesta, a un cumpleaños con la tarta repartida, a un cine con la película terminada.
Y es un paisaje de desierto. Bien.
Y no sé por qué. A pesar de todo. Me gusta.
EL PREMIO.
Son varias cosas las que he contado. Y como decía, estoy de capa caída, de horas bajas. Y analítico.
Y pienso.
El deporte es una expresión de desarrollo. En nuestra sociedad no lo practicamos para escapar del hambre; lo practicamos por placer. Si se quiere, por vicio.
El triatlón supone muchos esfuerzos. Y no puedo hablar de lo que cuesta bajar los tiempos, entrenar, correr con frío, cansancio o lluvia. Me refiero al esfuerzo económico que supone adquirir el equipo necesario. Al esfuerzo en tiempo que se requiere para entrenar. A lo que les cuesta a nuestras parejas posponer sus aficiones, su tiempo, el tiempo de la familia, para que practiquemos esto, que nos gusta. Lo que les supone el desayuno en soledad, la cena en soledad, la mañana del domingo en soledad.
Así que analizo. Hago, hacemos, esto porque queremos y porque hacerlo no nos impide seguir viviendo con comodidad. Hago, hacemos, esto porque nuestras parejas, nuestras compañeras, nuestros compañeros, nos apoyan, se callan, esperan, se aburren y consienten. Por tanto, merecido o no, y pienso que no en mi caso, practicar triatlón es un premio.
Ayer Samer recogió su premio. Yo ni tan siquiera me enteré de cómo había resultado hasta mucho más tarde. No lo ví en el podio. No ví la medalla.
Yo terminé mi triatlón. Y al igual que las lesiones del alma tardan en curarse; por más que no se vean, aunque se presientan; tardará en esfumarse de mi ánimo el acto de recogida de mi premio, íntimo, propio.
Terminé mi triatlón. He ahí mi premio.
domingo, 8 de marzo de 2015
AMOR, PASIÓN...261
domingo, 1 de marzo de 2015
UNA LEY
domingo, 22 de febrero de 2015
MIL HISTORIAS.
Yo no me conozco todas las hazañas, pero sé que salvo para nuestro amigo David, que ya le vale y podría dejar descansar al perro, ha habido dolor y sufrimiento, coraje y ganas de decir, aquí estamos, miradnos. Y ahí han estado todos los locos del asfalto, los tragakilómetros, cada uno con su historia, con su carga, con...¿quién sabe con qué?. A veces ni ellos lo saben.
Otros compañeros han arrasado en Extremadura. Nuestro pequeño gran compañero, Igor, demuestra que es madera noble, que se está tallando poco a poco, que será dentro de nada capitán isbiliyo. Es verdad, y que me perdonen si hablo menos de ellos, pero es que me enamora el maratón. Me enamoró hace mil años y hace cien que decidí correr el primero, hice mal pues su gusanillo no abandona nunca.
Ha habido mil historias. Mil. Conozco la de José Luis, que vamos a ver, vamos a ver, por poco no baja de las tres horas. La de Álvaro, que descubrió la dureza y la belleza, y que ya ha mordido la manzana...si hubiera ido más rápido, la marca no se me escapa, ha grabado en su alma. David, el grande, hizo un carrerón y encima me disculpa la broma sobre su perro. Mil historias, mil, y unos kilómetros en las piernas que no son kilómetros cualquiera, son de maratón.
Mi historia, la mía, o hable usted de la suya, ha sido una más. Y si el maratón es metáfora de la vida podría decir que hoy ha sido un torbellino en el que me he perdido y del que no sé cómo salir. La primavera ha llegado y yo debo ahora hibernar y encontrarme. Permitidme mi salida por un tiempo del foro, de la carrera.
Vuestras historias las novecientas noventa y nueve han sido hermosas. Hermosas y rojas.
La primavera ha llegado. El fruto rojo ha madurado.
jueves, 19 de febrero de 2015
LEYENDAS, MONTILLA
Una leyenda cuenta que fue un soldado del Tercio, Pedro Ximénez, tal vez Ximen, el que trajo una cepa de esta uva oculta desde la gélidas riberas del Rhin. Esa uva, emparentada con la Riesling, de alguna forma arraigó aquí, en esta tierra albariza, de suaves ondulaciones.
Como toda leyenda es discutida. Muchos se han dedicado a analizar la uva, como si se tratara del ADN de un asesino, y han determinado que esta uva es de tipo mediterráneo y que siempre lo ha sido. Otros que se trata de una variedad de la uva malvasía de Canarias; otros que fue un alemán, ¡siempre tiene que haber un alemán!, Pieter Siemens, el que trajo varias cepas y se convirtió en cultivador de viñas. Cualquiera de estas historias podría explicar el origen de este vino. Más cuando se sabe que los romanos lo apreciaban entre todos los de su imperio, y que los mismos califas desafiaban los mandatos de Mahoma bebiéndolo en sus palacios y haciendas.
Yo me quedo con la leyenda.
Habrá quien haya ido este fin de semana a Montilla y piense, qué tendrá que ver esto con mi carrera, con la prueba que disputé en la mañana fría de ayer, con que no salieran las cosas como quería, con que no sé si mereció la pena el madrugón, pasar la noche fuera, enfundarme el mono y sudar los colores.
Espere.
Piense en que la leyenda es cierta, en el soldado Pedro Ximénez que en la helada campiña germana arrebata una cepa de uvas de un campo junto al que duerme, aun sabiendo que vive en una época en la que robar esta cepa está penado con la muerte, pues ha robado la riqueza de un país. Imagine el mimo con el que el soldado envuelve la cepa en una trapo, y este, a su vez, es guardado en su zurrón donde lo protegerá bajo su pecho de heladas, batallas, lluvia y fango, donde cruzará el camino español y el mediterráneo infestado de piratas berberiscos. Visualice al soldado. Pongamos que en una mañana de un día de febrero. Visualícelo, y vea como abre con mimo el paquete que meses atrás guardó, con sus propias manos horada el duro suelo y siembra la vid. Ahora espere, unos dos años, en los que día tras día ha cuidado la planta, la ha multiplicado con esquejes y obtenido un pequeño viñedo lleno de uvas. Es primavera. Y el milagro se ha obrado. La leyenda ha nacido.
Espere.
Piense en que usted es Pedro Ximénez y diga qué llevaba en su zurrón. Dígase qué es lo que mima usted cada día, qué es lo que protege. Y sueñe con lo que acaba de sembrar en Montilla, con sus propias manos. Tiene que llegar la primavera.
La leyenda, su leyenda personal, se está forjando.