domingo, 22 de febrero de 2015

MIL HISTORIAS.

Cada día el Maratón y la Nocturna se parecen más. La cantidad de gente, la ilusión, el esfuerzo, la motivación y la ciudad las acercan. Podría decir que incluso el olor de ese corredor que todos conocemos es igual de insoportable, es posible que las prendas que lleve sean las mismas y que no haya habido un agua salvadora entre carreras.

Cada día el Maratón y la Nocturna se parecen menos. La algarabía de la carrera de septiembre no tiene nada que ver con la pisada de las gacelas que corren en febrero, estilismo en la estilista Sevilla, arte puro de ébano, de, como dice José Luis, raza. Raza superior, sin duda, la de ellos.

A ambas las llaman las Fiestas del Deporte. Yo tengo claro cual de ellas es deporte y cual de ellas es un espectáculo para corredores de apps. Runners, así se llaman ahora. 

Y ahí entre las once mil historias de este maratón han estado las nuestras, las mil camisetas isbiliyas, repartiendo color y calidad sobre este asfalto que han pisado mil veces.

Yo no me conozco todas las hazañas, pero sé que salvo para nuestro amigo David, que ya le vale y podría dejar descansar al perro, ha habido dolor y sufrimiento, coraje y ganas de decir, aquí estamos, miradnos. Y ahí han estado todos los locos del asfalto, los tragakilómetros, cada uno con su historia, con su carga, con...¿quién sabe con qué?. A veces ni ellos lo saben.

Otros compañeros han arrasado en Extremadura. Nuestro pequeño gran compañero, Igor, demuestra que es madera noble, que se está tallando poco a poco, que será dentro de nada capitán isbiliyo. Es verdad, y que me perdonen si hablo menos de ellos, pero es que me enamora el maratón. Me enamoró hace mil años y hace cien que decidí correr el primero, hice mal pues su gusanillo no abandona nunca.

Ha habido mil historias. Mil. Conozco la de José Luis, que vamos a ver, vamos a ver, por poco no baja de las tres horas. La de Álvaro, que descubrió la dureza y la belleza, y que ya ha mordido la manzana...si hubiera ido más rápido, la marca no se me escapa, ha grabado en su alma. David, el grande, hizo un carrerón y encima me disculpa la broma sobre su perro. Mil historias, mil, y unos kilómetros en las piernas que no son kilómetros cualquiera, son de maratón.

Mi historia, la mía, o hable usted de la suya, ha sido una más. Y si el maratón es metáfora de la vida podría decir que hoy ha sido un torbellino en el que me he perdido y del que no sé cómo salir. La primavera ha llegado y yo debo ahora hibernar y encontrarme. Permitidme mi salida por un tiempo del foro, de la carrera.

Vuestras historias las novecientas noventa y nueve han sido hermosas. Hermosas y rojas.

La primavera ha llegado. El fruto rojo ha madurado.

jueves, 19 de febrero de 2015

LEYENDAS, MONTILLA

Mucho se ha escrito sobre la uva que reina en la campiña cordobesa. Es una variedad de uva blanca y dulce, de tipo moscatel, con la que se elabora el vino de esta tierra. Vinos finos que capturan el color del sol; vinos dulces que enardecen el espíritu.

Una leyenda cuenta que fue un soldado del Tercio, Pedro Ximénez, tal vez Ximen, el que trajo una cepa de esta uva oculta desde la gélidas riberas del Rhin. Esa uva, emparentada con la Riesling, de alguna forma arraigó aquí, en esta tierra albariza, de suaves ondulaciones.

Como toda leyenda es discutida. Muchos se han dedicado a analizar la uva, como si se tratara del ADN de un asesino, y han determinado que esta uva es de tipo mediterráneo y que siempre lo ha sido. Otros que se trata de una variedad de la uva malvasía de Canarias; otros que fue un alemán, ¡siempre tiene que haber un alemán!, Pieter Siemens, el que trajo varias cepas y se convirtió en cultivador de viñas. Cualquiera de estas historias podría explicar el origen de este vino. Más cuando se sabe que los romanos lo apreciaban entre todos los de su imperio, y que los mismos califas desafiaban los mandatos de Mahoma bebiéndolo en sus palacios y haciendas.

Yo me quedo con la leyenda.

Habrá quien haya ido este fin de semana a Montilla y piense, qué tendrá que ver esto con mi carrera, con la prueba que disputé en la mañana fría de ayer, con que no salieran las cosas como quería, con que no sé si mereció la pena el madrugón, pasar la noche fuera, enfundarme el mono y sudar los colores.

Espere.

Piense en que la leyenda es cierta, en el soldado Pedro Ximénez que en la helada campiña germana arrebata una cepa de uvas de un campo junto al que duerme, aun sabiendo que vive en una época en la que robar esta cepa está penado con la muerte, pues ha robado la riqueza de un país. Imagine el mimo con el que el soldado envuelve la cepa en una trapo, y este, a su vez, es guardado en su zurrón donde lo protegerá bajo su pecho de heladas, batallas, lluvia y fango, donde cruzará el camino español y el mediterráneo infestado de piratas berberiscos. Visualice al soldado. Pongamos que en una mañana de un día de febrero. Visualícelo, y vea como abre con mimo el paquete que meses atrás guardó, con sus propias manos horada el duro suelo y siembra la vid. Ahora espere, unos dos años, en los que día tras día ha cuidado la planta, la ha multiplicado con esquejes y obtenido un pequeño viñedo lleno de uvas. Es primavera. Y el milagro se ha obrado. La leyenda ha nacido.

Espere.

Piense en que usted es Pedro Ximénez y diga qué llevaba en su zurrón. Dígase qué es lo que mima usted cada día, qué es lo que protege. Y sueñe con lo que acaba de sembrar en Montilla, con sus propias manos. Tiene que llegar la primavera.

La leyenda, su leyenda personal, se está forjando. 

SPASIBO, MÍSTER

El fin de semana, la semana, en realidad, han sido casi una semana en blanco. Llevo mucho tiempo sin catar la piscina, más aun, sin salir en bici. Y, !claro!, llegan el desasosiego y el bajón del domingo. ¿Cuándo me pondré al día?, ¿cuándo recuperaré el tiempo perdido?

Antes, la noche del domingo veía Estudio Estadio o La Jugada; ahora  es un carrusel por las competiciones en las que está la gente del club. Y es en las redes sociales en donde veo la etapa que habría querido hacer, la carrera que ganaron, la carrera en la que sufrieron. Ese es mi consuelo, no voy, pero vivo en diferido las actividades. Porque, si otros estaban con carrilladas y arroces, yo andaba con tartas, cumpleaños y exámenes. Y también, todo hay que decirlo, con un punto melancólico. Es la edad. Y también el trabajo de Inma, pero ¡bastante tiene con los fines de semana de Urgencias como para aguantar mis ganas de trotar!.

Y, ¡qué se le va a hacer!, cada cosa tiene un tiempo. Y el mío, el de ahora, tiene responsabilidades y otras cosas. Frase que me repetiré como un mantra este sábado y este domingo. Y el resto de días del año. Y el resto de años que queden.

Sé que han sufrido y se lo han pasado bien en la carretera. Ahí andan las reseñas de FB de los ciclistas. Sé que han ganado en Ronda. ¡Las mujeres!, las guerreras rojas. Sé que han hecho magníficos tiempos, y acabado la carrera, los valientes del Aljarafe. ¡Ahí va el maratón! Y yo sin hacer nada.

Sin embargo el sábado viví una isla, un accidente de apenas hora y media en la que aprendí más de lo que parece. Lo primero es que, por mucho que cueste, por mucho que uno peque de pesado, hay que preguntar. Mis zapatillas de ciclismo molan, pero no sirven. Una transición con ellas es mortal de necesidad. Un detalle tan tonto como una lengüeta, es un detalle tan tonto como para no permitir calzarlas mientras se pedalea. Y no es el un-dos. un-dos, es la inexperiencia a la hora de comprar y la imposibilidad física. Lo segundo es que hay algo que ya no bulle por las venas. Y es la inconsciencia. O el atrevimiento. O como se llame lo que los chavales de veinte años tienen; el descaro, la maleabilidad, las ganas de medirse a cada segundo.

Son como jóvenes electrones, como partículas libres dotadas con el gen de la velocidad, de la competitividad. Como dice el sabio, compiten hasta para comprar el pan.

Antonio y yo somos más respetuosos con el salto sobre la bici, con la transición entre modalidades. Parece indolencia o vejez. Y, por motivos distintos, imagino que ambos pensamos lo mismo. El domingo, en la carrera no se acaba el mundo; hay que llegar intacto al lunes, a las obligaciones, al trabajo. Es el peso de la edad. También pensamos en nuestro peso y en el impacto del cuerpo al montarse en la bici, ¿han pensado estos niños con qué parte impactan primero?

Y la repetición del mantra, cada cosa tiene su edad.

Hay un detalle a destacar. Por un momento, por un brevísimo momento, me viene a la memoria El Señor de los Anillos. Quien lo haya leído sabrá a qué me refiero si digo que el sábado, por un instante, apareció el Rey. Nos explicó cómo llegar, dejar las cosas, ordenar las gafas, el casco, el dorsal, nos comentó secretos de campeón...Y entonces, un joven león desafió el estatus; Samer te voy a ganar, Samer no me pillarás, Samer te daré para el pelo. Y el joven león corrió, aceleró, batió el cobre. El jefe, el rey, no se apresuró, corrió sin ansiedad, llegó al puesto y salió en un microsegundo, porque en un mismo gesto se descalzó, se puso el dorsal, las gafas y el casco e hizo que un reflejo iluminara y marcara su rostro, afilado, de competición. Rictus de tarde de Copa del Mundo.

La cantera pega fuerte. El míster desvela sus secretos. ¡Spasibo, Míster!.

Pero el rey es el rey. No lo olvidéis.

(No sé si lo siguiente es un sueño, un deseo o un realidad. Aquella tarde tras la sesión técnica, Antonio y yo nos quedamos con la bici de Samer. Ha ido a ayudar a un pupilo que ha pinchado su bici y cuando vuelve tenemos la oportunidad de tomar una cerveza, una copa o de rodar hasta casa. Imaginemos que tomamos café, o whisky, o ron con cola, da igual. Charlamos:

A:  Samer, ¿cómo te encuentras?

S:  Cansado, no puedo parar, en cada recta, en cada puerto, en cada curva hay un ataque; en la carrera me exprimen, me mueven a ritmos infernales. Quizás solo en la piscina me siento más libre.

G:  No lo parece.

S:   Es lo que pretendo.

G:   ¿Es bueno este grupo?

S:   ¡Qué quieres que te diga! Sí que hay gente con talento y con ganas. Pero hay que esperar a ver cómo se desarrollan. Son valientes, pero hay que trabajar mucho. Si todos tuvieran el pundonor de las mujeres serían estupendos, pero eso hay que verlo. La cantera es impresionante,¡ a ver cuántos permanecen!

A: Yo los veo buenos; con mucha calidad.

S:  Es verdad, lo parecen. Pero creo que tiene que salir alguna oveja negra. Y hay que depurarla. En ese tema, cortar de raíz.

G: ¿Lo has hecho alguna vez?

S: Eso es secreto de míster.

G: Samer, creo que esta gente está loca. Que no paran.

S: Eso forma parte del aprendizaje. Se tiene que aprender a escuchar al cuerpo, a competir en las pruebas y no en los entrenamientos; estos piques se pagan al día siguiente. Hoy me atacas en Alcalá, mañana lo pagarás en algún puerto, te saldrás de punto. Pero es lo loco que se debe estar a su edad. No sé si vosotros erais así, se os ve más tranquilos.

A: No creas. Si con nuestra edad permanecemos aquí, y tenemos ganas, es porque persiste el gusanillo de antes. Porque nos pican las ganas de hacer algo.

G: Yo creo lo mismo. Lo que ocurre es que ya no tenemos que demostrarnos nada, no nos  vemos como cuarentones con miedo a envejecer o a morir. Con más o menos talento, o fuerzas, nos sentimos deportistas. Y esto, tener esta edad y seguir activo, es un premio.

Y en ese momento callamos, cada uno bebe de su copa, de su café o de su ron-cola. Y calla, piensa en antiguas tardes de gloria, de otros deportes, de otras competiciones, de canastas imposibles, de mates imposibles para esta estatura, de rebotes imposibles con esta complexión, del pacto por el que no se juega una final, del amargo sabor de la victoria en un partido no jugado.

Y todos callamos, cada uno con la mente puesta en un lugar, en la lozanía que tuvimos, en el gen de la velocidad que se nos fue...

Y lo veo. El rey es el rey, pero nosotros le llevamos ventaja en una cosa; la edad, este handicap, nos da experiencia, ganas de decir que estamos vivos, de sentirnos vivos y de probarnos, no con la velocidad de nuestros compañeros sino con la mente puesta en el reto contra el viento, contra los elementos, contra el Tiempo...

Samer tiene que aprender todavía esto. Es el Rey, pero la vida ha de enseñarle cosas. Como a todos. Pero eso será otra historia.

Cada cosa tiene su edad.)

LOS ISBILIYOS SON ITALIANOS

La mañana nace fría, abierta, luminosa. Es un domingo más, el barrio, tu barrio, se despierta poco a poco y mientras suena en los bares el sonido de las cazoletas de café y marchan las medias con jamón, otras cosas marchan.

El primer sonido de la mañana es el de la máquina engrasada que gira, el zumbido de los radios cortando el viento, el de la cadena que engrana un piñón más o menos. Y así, camino del norte, un norte cercano, varias bicicletas inician un camino de velocidad y compañerismo.

Como siempre, o casi siempre, que es lo mismo, voy tarde. Todo preparado con antelación, todo listo…salvo los cola-caos matutinos, los deberes de última hora, la llamada de atención. Y mi café, ese café que es una isla de relax, se pierde; y me molesta que Álvaro, por culpa mía, también convierta su relax en un minuto acelerado. Así que a programar el tiempo, que es el justo y contado; a pensar que no habrá foto previa, que no habrá calentamiento distendido, que será llegar y correr.

La realidad es más amable; vemos a casi todos, Samer, Julio, Jesús, Juan…eso sí, sin foto. Podemos calentar, aclimatarnos, colocarnos atrás en la salida y hablar con los demás para saber el tiempo que han programado. Es entonces cuando pienso que los isbiliyos son italianos; que todos dicen, decimos, cinco o seis minutos más de lo que piensan hacer; que todos dicen, decimos, que están justitos, cuando se ven más fuertes que otras veces; que todos guardan, y ahí ya no entro yo, una bala en la recámara, un último acelerón, un feroz cambio de ritmo.

Lo decía aquel locutor, la serpiente multicolor; eso es esta carrera, un monstruo que gira, que va dando a cada uno un lugar, a los primeros el premio a su constancia y a sus facultades; a los demás también un premio, el de batir al dios Cronos, el de superar un obstáculo, el de acabar un reto. A mí me trae unas heridas que se me antojan bestiales, que no lo serán tanto, no hay que ser tan mirado, y un cambio de idea. Los isbiliyos no pueden ser italianos.

Cierto es que se acicalan, se cuidan, se miran, se visten de rojo y blanco para la ocasión. Cierto es. Cierto es que saben guardar un poco, solo por si a algún mamón le da por atacar al final, que siempre los hay, y no es cuestión de dejarse ganar. Pero eso es cierto hasta que otro isbiliyo necesita un compañero.

Sobre las bicicletas varios jinetes de rojo cabalgan, parecen escoltar a un rey; y lo es, un compañero queda atrás, y esperarlo, y llevarlo, es cuestión de Estado. Sobre la pista de tierra del Alamillo un corredor isbiliyo sacrifica su tiempo por llevarme, por hacerme desistir de la idea del abandono, por ayudarme a borrar el dolor de mi mente. Es Juan, un veterano, que habrá sido isbiliyo desde hace tiempo sin saberlo.

Y los isbiliyos han llegado a meta. No sé lo que hemos conseguido entre todos, no sé si somos el club con más miembros en meta, no lo sé, ahora no estoy para eso. Estoy para pensar que habrá mas domingos, con sol, con lluvia, con frío. Y para decir que los isbiliyos son de esta tierra: recios, fuertes, bravucones…Y grandes compañeros.

¡Go, go, go!