lunes, 22 de mayo de 2023

TRIATLÓN AÑO 0. UN DEJA VÛ

Hace 7 años justos hice mi primer Triatlón. De eso debemos tener un recuerdo imborrable tres personas: mi compañero, al que llevé en la bici y en la carrera y me dio un palo en la rampa de entrada; la chica que subió al podio en tercer lugar gracias a que se equivocaron en el reparto de dorsales y me dieron a mí el que le correspondía a ella; y yo mismo, que descubrí un mundo que se me antojaba imposible y que ahora conozco y sé que no lo es, es tan solo un poco inalcanzable.

Hace 7 años hice el triatlón tras salir de una neumonía a destiempo que me dejó baldado. Ayer hice el mismo triatlón después de una serie de desdichadas desdichas y desafortunadas intervenciones y recaídas. Lo hice sin varios tendones de la mano derecha, sin varios músculos del dedo y,  como siempre, con cierta dosis de despiste. El mismo sábado perdí la férula que sostiene mi mano. Al final​ apareció, gracias a que, si hace siete años tenía un compañero que me pegó un palo, ahora conozco a muchos de ese mundo inalcanzable que es el triatlón capaces de recogerme y apoyarme tras una caída, de animarme y de ayudarme a recuperar tanto el aliento como una prótesis. Y que no te pegan un palo a destiempo. 

Hace 7 años parece un periodo de tiempo enorme, pero se pasa muy deprisa, demasiado. Mis hijas han  crecido a una velocidad de vértigo y se han convertido en el esbozo de quienes serán en un futuro, un esbozo ya de líneas marcadas y fuertes pero con algunas indeficiones y cuetsiones que deben relegar o incorporar a sus vidas. Y hablo de ellas porque hablar de mí, de mi pareja, de mi familia es hablar de otra cosa, que pasa el tiempo y nos marca, pero que eso no es crecer sino otra cosa que me da miedo nombrar. 

Hace 7 años que di un giro a la tuerca que marca mi actividad deportiva. A veces, al apretar una tuerca nos pasamos de rosca, y otras el ajuste es perfecto. Así me ha pasado con mi decisión, en unas épocas he vivido la holgura de algo mal ajustado, de un baile entre mi vida y mi afición, entre mis obligaciones tan alajedas de la vida deportiva y el deporte, que me he hecho daño. Un daño real, inteno, lacerante. Pero, ¡vive Dios!, cuando el ajuste ha sido bueno lo he vivido con plenitud aunque no haya sido en competición. Ha sido un camino bonito con días de calor y sol, con nieblas y lluvias, y fríos, con carreteras que son siempre la misma y distintas, con carreras en un circuito pero que me han hecho transportarme muy lejos, con espuma de pies que no se escapa o perseguir la ola que he ido creando cuando he podido abrir calle. Han sido días muy bonitos, todos fundidos en un solo recuerdo, en un solo día como si fuera un vídeo recopilatorio. Aunque no haya nada registrado, aunque mis marcas estén en un limbo electrónico, en relojes muertos, todo está en mí, en mi cuerpo, en mi cabeza, en mi memoria, como atacar naves en llams más allá de la Puerta de Tanhäuser. 

========================================================

Hace ya 7 años que hizo 7 años de lo que contaba, y la sensación es la misma que entonces, siempre lo estoy dejando y siempre estoy volviendo, pero, por muchas circunstancias, el triatlón, como el baloncesto, pase lo que pase a partir de hoy, son parte de mi vida. Y son de esa parte íntima en la que uno conoce sus límites y los supera. Con el baloncesto busqué desde el principio algo que no sabía qué era, pero que, al final, encontré: una forma de belleza. Eso es lo único que me falta por encontrar en el triatlón, esa belleza basada en el dominio técnico y amparada en un gran estado de forma. Si tengo suerte, dentro de 7 años contaré si la he hallado.      





SOBRE EL ÚLTIMO TRIATLÓN, ¿MI ÚLTIMO TRIATLÓN?

Acabó el Triatlón de Sevilla en una mañana calurosa pero no sofocante, aun así esoy ahogado, asfisxiado y roto; quizás más roto por dentro de lo que muestra mi aspecto. 

Me encontré con campeones, con compañeros que han corrido de maravilla y a los que admiro y hay alguno que me cuenta sus miserias y que, con pena, me dice que no ha podido ir como esperaba, pero que está contento porque ha dado todo lo que tenía, que es mucho y lo sabe, y ha quedado muy arriba. 

Aparte de pensar que, o se está muy fino o el mono de triatlón no favorece nada a nadie, callo y me guardo lo que estoy sintiendo, un terrible dolor físico que me condiciona la postura del pie, de la rodilla, de la espalda, y un mayor padecimiento moral, que la tengo por los suelos, sabiendo que, por mucho tiempo, digo adios a esta actividad a la que estoy enganchado. 

Han pasado trece años desde mi primer contacto con el triatlón y la sensación que tengo es que no solo no he mejorado sino que, al contrario, he empeorado mucho. Con 52 años y mi pie derecho convertido en una continua fuente de dolor, me importa poco si esa mañana te has quedado sin cereales, si has tenido que ayudar a vestirse a una novia o si tienes muchas deudas morales, que suelen ser también monetarias, con tu suegro. En lo que único que pienso es en que, durante estos años, todo ha sido una continua lucha entre periodos de gran actividad, con picos de forma, y hachazos; siendo los hachazos un largo compendio de interrupciones por trabajo, caídas, lesiones, fracturas, operaciones y periodos de dedicación familiar. 

No puedo ser egoísta y desear que todo hubiera sido distinto para ser yo mejor ahora o justificar mi bajo rendimiento empeorando de forma hiperbólica mis circunstancias. No puedo hacerlo porque cuando he tenido la oportunidad no he demostrado nada. Sí es verdad que, en los periodos en los que he entrenado con continuidad y he descansado y he comido bien, he mejorado de una manera espectacular. Pero nunca he llegado a, ni me he creído, nada más que una persona en forma. 

Ahora mismo no estén en forma ni mi cuerpo ni mi mente; no pienso de manera adecuada, no aguanto el dolor, no soporto una carrera y me siento al borde del colapso cada vez que me ejercito. Es el momento de parar y de sanarme, con la sombra y con el miedo de que el parón sea definitivo. 

Mi pie derecho, esa estructura que me está causando tantos problemas, podría describirse ahora mismo como un conjunto de huesos sin encajar en su forma y un edema que los rodea. Si la solución es operar, limar los huesos y ligarlos entre sí, desconozco el tiempo de recuperación y como quedará; así que existe una posibilidad, cierta, alta, de que no pueda volver a correr. Y es esa posibilidad, de la que desconozco la probabilidad, la única que alcanzo a vislumbrar. 

Hace años escribí una crónica titulada "El último triatlón". Con ese título, y con lo que escribí, podían interpretarse muchas cosas. Pero parecía que me refería en vez del último triatlón hecho a que ese triatlón iba a ser el último de mi vida. Siempre he creído que la decisión sobre cuál sería mi último triatlón estaba en mí; ahora sé que no podemos decidir nunca nada, que no sé qué ocurrirá y que puede que ya haya dicho adios. 

===================================================    

TRIATLÓN AÑO CERO. Una crónica de septiembre de 2017.

Punta Umbría. El último triatlón.

- ¡Qué huevos tiene!

- Es valiente, ¿verdad? Hay que serlo para hacerlo sin neopreno. 

- No, no me refiero a eso sino a que los tiene muy gordos. 

Esta conversación, de alguna manera ficticia, es la que podrían haber cruzado dos espectadores del triatlón de Punta Umbría del último domingo. Digamos que uno de ellos conoce a nuestro personaje, pongamos que quien dice algo sobre los genitales del triatleta tiene el nombre ficticio de Paco Caraballo; y pensemos que el otro interlocutor es un veraneante cualquiera que asiste a un espectáculo deportivo que se ha encontrado en la mañana dominical mientras pasea. Este espectador ha visto a una multitud salir corriendo y ahora observa con algo de admiración a este triatleta de pie en el mar, con el agua justo sobre la cintura, mirando el horizonte mientras la marea de triatletas se aleja nadando. Se lo imagina trazando una estrategia, tomando un momento de reflexión antes de la batalla. 

El personaje del que se habla soy yo, y digo personaje porque decir triatleta de mí es exagerar mucho. Allí estoy, de pie, mirando cómo se aleja de mí una multitud enfundada en un material negro e isotermo, parece que los admiro. Parece que esos diez, veinte, treinta segundos que permanezco de pie en el agua son mi momento de reflexión, el que no me ha permitido la cámara de llamada; pero, digamos la verdad, lo que estoy haciendo es vaciar mi vejiga, llena de café y líquido isotónico. Esa es la verdad, pero adopto una actitud serena y contemplativa que disimula mi íntimo momento de descarga. A mi derecha no hay nadie, a la izquierda está Bermúdez, quien duda, o eso parece, entre nadar o no. Se lanza. Ahora sí, me tomo un segundo de reflexión, aquí estoy, en el mar, muerto de frío, con el neopreno colgado de una percha a 120 km de mí; ahora sí, ahora puedo pensar, es el último triatlón que tengo pensado hacer esta temporada, disfrútalo como puedas, a tu manera, disfrútalo. Y empiezo a nadar, arrastrando conmigo esos, al que un ficticio Paco Caraballo ha llamado gordos, cataplines míos.

No sé si es la impresión del agua fría, o mi manera de nadar en el mar o qué, el caso es que no noto nada, ni sé hacia dónde voy hasta que llego a la boya azul. En ese momento ya he cogido la cola del pelotón de nadadores y he superado a algunos. Pero, por esa manía mía de fiarme de los pies de los que me preceden, he nadado en una diagonal absurda y me doy cuenta de que tengo la boya a mi derecha porque me he salido del canal. Veo que algunos nadadores no entran por la puerta marcada, pero yo, sintiéndome honesto, retrocedo una brazada, paso por el arco reglamentario y, en ese momento, empiezo a nadar al que creo que puede ser mi ritmo. Lo hago detrás de varios neoprenos que llevan mal que los adelante y que hacen en el agua esas cosas que detesto de empujar, patear, cortar la trayectoria en los virajes y demás artimañas que valen poco contra mí. No es que sea muy guerrero y les pueda en esas lides, es que, enseguida, suelto ese tipo de compañías, bien sea nadando más o yéndome unos metros a un costado; esta vez me basta con impulsarme con más fuerza para adelantar. 

No sé si a alguien más le pasa, pero en el agua me da por pensar. Esta vez en el Betis. En mi mente se acumulan varias pruebas de mi vida: mi primer maratón, una carrera nocturna, la media de Marchena, un triatlón olímpico, otro de Quarteira. Precediendo a todas esta pruebas ha habido derrotas del Betis, que no es que me corten la vida, pero me dejan un mal regusto. Este sábado no, ayer ganó el Betis, ¿cambiará este año la dinámica?, ¿será un buen presagio? Eso quiero creer mientras cruzo la segunda puerta azul y me voy preguntando qué es lo que me provoca picor de piel, ¿la sal?, ¿medusas?, ¿el frío?

Corro y veo en el pasillo de transición a Jaime y a Ricardo, me coloco entre ellos. No sé cómo asumirlo pero tengo la corazonada de que, después de todo, mi natación no ha estado tan mal. Lo que venga ahora es otra historia. Quería estar en esta carrera hace mes y medio pero ayer dudaba de si venir, lo mismo que he sentido esta mañana cuando mi hija Marta lloraba y me pedía que no viniera. Tenía miedo, lo reconozco. Había señales que me decían: es como en Posadas el año pasado. Inma trabaja, tú estás solo, las niñas están, a medias, cuidadas por alguien cercano que se maneja mal con ellas; tú crees que estás en forma, aunque eso sea relativo; la selección de baloncesto se juega el bronce en una final amarga...Sí, hay señales y tengo miedo, pero estoy aquí, así lo he decidido y voy a terminar. Hay señales, pero nada está escrito, nada está decidido salvo que la historia puede cambiar. Y estoy preparado para cambiarla. 

9 minutos versus 1 año.  

La media de los tiempos empleados en el segmento de bicicleta por el conjunto de los participantes, es unos nueve minutos inferior al tiempo que yo empleo en este parcial. En téminos de distancia, en una prueba que fuera de Sevilla a Córdoba, me colocaría en Écija mientras que el pelotón esprinta en meta. Es una suposición, claro está, yo dudo de poder llegar a Écija.  

Desde el triatlón de Rota, en el que cuando yo empezaba mi periplo en bici, Jaime me gritó un "¡Hasta luego!", hasta este domingo, el circuito de bici siempre ha sido un carrusel. Hago el papel de padre que espera paciente el término del viaje de sus hijas montadas en el tiovivo; así, uno por uno, una por una, todos los miembros del club han pasado a mi lado, me han adelantado, muchos me han ofrecido su rueda y yo no he tenido fuerza para cogerla. Es una sensación rara, porque casi no podría distinguir un circuito de otro. Rota, Sevilla, Punta, todos me parecen la misma carrera; yo inmóvil, el resto gira y gira. 

Aunque parezca mentira, aunque sé que en la bicicleta está mi gran handicap, de momento, no puedo ponerle solución, tampoco sé si me atrevo a intentarlo. Todo el mundo me dice que andar en bici no tiene secretos, que solo hay que coger la bici. Puede que sea un axioma, tomémoslo así. Otra cosa que parece cierta es que la musculatura usada para la bici está en una zona distinta de la pierna que la de la carrera; tomo también esta afirmación como real y la incluyo. Así que tengo dos sentencias para la línea de código de mejora en bici, aunque puede que sean la misma: fortalecer piernas, pero hacerlo en la bici para emplear la musculatura que se usa en bicicleta, usar desarrollos largos para coger fuerza, coger fondo. Bien, pues aun sabiendo esto, implica un tiempo que no tengo y que no quiero robar a otras cosas. 

Hace poco más de un año empleé mucho tiempo en la bici. Aunque fuera solo, hice muchas veces la ruta de Los palacios-Utrera, la de Las Pajanosas o El Ronquillo, series en el hipódromo, tiradas por El Copero como si fuera mi circuito... y me notaba muy bien. Así que en Posadas monté un grupo con los de delante, dí relevos, me notaba que iba deprisa y suelto. Y así, hasta que llegó aquel ciclista cazado que no se resignaba a que un veterano lo pasara y, por esas cosas, estuve durante un año a medio gas. Y, por eso, durante toda mi vida, al mirar mi mano derecha recordaré aquella caída. 

También hay otra parte de la verdad y, es que, no se me ha quitado el miedo. No sé ahora mismo ir en pelotón, pero es que no sé si quiero ir. De una forma consciente digo que sí, pienso que sí, pero no creo que sea la verdad, el miedo oculto me quiere solo, lejos de ciclistas vengativos que hacen lo que sea por no ser adelantados. 

Antes conté que Jaime me soltó un hastaluego en Rota. No es verdad, eso es lo que yo oi, pero Jaime me contó tiempo después que, en realidad, lo que él me dijo fue algo así como "¡Pégate, coge rueda!" o algo similar. La mente juega malas pasadas y la mía cambió el mensaje a algo inconsciente, a algo que me llevaba a otra situación que me haría sufrir nueve minutos más, pero a tener una año más tranquilo. 

El Tourmalet y el Mortirolo.

Contador ha dejado el ciclismo profesional y eso genera varios debates sobre el tipo de corredor que ha sido. Muchos dicen que ha sido el mejor durante esta Vuelta. Yo creo que no, que durante la Vuelta lo que ha realizado han sido ejerciciios de exhibicionismo y que, de haber estdo bien, habría actuado con cabeza, incluso lanzando ataques largos, suicidas, con mayor planificación, mandando corredores por delante, buscando alianzas con los que le precedían y podría haber asaltado el triunfo final. 

¿Por qué escribo de esto que no tiene nada que ver con el triatlón?, ¿por qué escribo sobre Contador al que no conozco o de ciclismo si no soy experto? Bueno, la respuesta es que me conozco a mí mismo. Creo que Contador ha sufrido algo, distancias aparte, parecido a lo que me ocurre a mí. A las primeras de cambio me veo muchas veces fuera de carrera, algo difícil de sobrellevar, pero entonces una especie de resorte me dice, no abandones, sigue, no estás aquí para ganar sino para disfrutar. Y yo hago caso a esta voz y disfruto a mi manera que es dando lo que tengo. 

Eso, sin darme cuenta, me coloca muchas veces en una posición, al menos, honrosa en carrera. Así, llegando a meta, veo a algún compañero, miro atrás y hay siempre muchos desfondados, puedo correr un poco más deprisa, esprinto, no soy el último, he hecho algún kilómetro bueno y esas cosas que se hacen para tener buenas sensaciones, buen cuerpo y animarse para seguir. Es mi forma de disfrutar. Para Contador, dicho ya, distancias aparte, ganar algo parece su forma de hacerlo, pero ha disfrutado cara a la galería, forzando situaciones y sonrisas, sin poder disimular muchas veces sin falta de gas. Ha sido amarga su despedida, se diga lo que se diga. 

Contador es mi referencia esta vez porque hace un tiempo, como él en el Tourmalet, hice catacroc. Recuerdo que aquel verano, destrozado, cansado, agotado, me vi en un pozo. Ya tenía por entonces un blog, y quise escribir sobre esa situación, comparando mi vida con la subida al Tourmalet del campeón español, pero estaba tan agotado que nunca la pude escribir. Contador ha dejado el ciclismo activo, yo ni he dejado la vida ni he dejado el triatlón. Hicimos catacroc a la vez, hasta ahí las coincidencias. 

El circuito de bici de Punta me ha resultado extraño. Lo he subido y lo he disfrutado. Por raro que parezca viendo mis tiempos, estoy contento porque di lo que tenía, poco, pero lo suficiente para acabarlo. Lo sufrí porque miles de compañeros me adelantaron, cada vez que un grupo me cogía veía peligro, me sentía encerrado y todo me era difícil de sobrellevar. Pero lo pasé bien, tanto que la ida y la vuelta, ambas, por un milagro de la Física, me parecieron cuesta arriba. Es imposible, una pendiente en sentidos contrarios es una vez creciente y otra decreciente, pero así lo sentí. Y es que no me gustan los descensos. Así que, con mi doble Mortirolo, todos contentos, los que me adelantaron y yo. 

Mal "bajío".

Colocando la pegatina en la tija de la bicicleta se me partió el adhesivo con el número. Guille, divertido, se rió. "¡Qué mal bajío tienes en los triatlones!", me dijo. 

Aquel incidente menor, resuelto en menos de dos segundos con un poco de cita de pintor, me hizo pensar: ¿tengo mala suerte?. Guille, lo siento, la respuesta es no. 

Lo peor que me ha pasado en un triatlón es caerme en Posadas. Es verdad que llevo un año en blanco, aunque eso sea relativo, que he estado tres veces en quirófano y que me ha quedado una secuela en el meñique de por vida. Eso es cierto, pero analizo con distancia la caída, 

Creo que en ese momento o iba de pie o iba a ponerme de pie, no puedo asegurarlo; lo que sé de forma cierta es que, de repente, me vi volando hacia mi derecha. Primero fue un golpe en la cabeza, que noté y oí, luego golpeé con el hombro y, después, con la cadera y la rodilla, Me incorporé, con miedo de haberme roto la clavícula o la cadera. Funcionaban, dolían pero podía moverlas. Luego la quemazón en la mano. Mi dedo estaba deformado, dentro de mi palma, los dedos anexos como apretando una botella. Escocía mucho. Miré el resto de cosas. La rueda delantera había emprendido una marcha en solitario y me había adelantado en unos treinta metros. El bote, el cuentakilómetros y otras cosas se habían descompuesto, pero yo, aunque tenía un parte de mí descolocada y un porcentaje de piel en el asfalto, estaba entero. De mi peor triatlón había salido entero. 

Desde entonces he pasado tres meses y medio con escayolas, puntos, férulas y vendajes; otros dos meses con relativa inmovilidad y he tomado bastantes, demasiados, analgésicos. Pero entendí que esa caída, que las lesiones eran un precio menor por poder hacer muchas cosas, por poder hacer triatlón, por vivir un año en sevilla sin tener que desplazarme a diario a Morón, por poder estar todos lo días importantes con mi familia, por estar todas las tardes en el Conservatorio, en el Británico, la academia, los cumpleaños, los médicos... Hubiera preferido vivirlo gratis y si me dicen de pagarlo con antelación no lo habría hecho; una vez pagada la entrada, a disfrutar. 

Pienso, Guille, en otros triatlones, sí. En casi todos hay anécdotas, despistes, faltas de concentración, sí, no puedo negarlo; pero no sé si eso no me hace cogerle más apego a este deporte. Yo entreno lo que puedo, compito lo que puedo, veo al grupo lo que puedo e integro, como puedo, el triatlón en mi vida. Acudo a una prueba con, como mucho, la décima parte de las sesiones de preparación que la mayoría; tengo la mayor parte de las veces el tiempo justo para ir, realizar la prueba y volver; es el día de antes, a última hora, cuando después de hacer otras cosas puedo preparar la bici, casco, portadorsal, geles... Por lo que veo, no es que tenga mal bajío, creo que lo que tengo es poco tiempo. 

Me fijo ahora en los dos últimos olímpicos que he hecho, en ellos se me han pinchado las ruedas; eso es verdad. También es verdad que no he abandonado; podrían haberme descalificado, pero he tenido la suerte de encontrar quien me dejara cámaras y bomba. En un duatlón me olvidé de quitar unos protectores de las calas, me las quité, los tiré y seguí. Mis hijas dicen "en la vida real" cuando se refieren a lo rutinario y dejan fuera los moementos de ocio y las vacaciones. Esta expresión se la he escuchado a gente del club refiriéndose al triatlón, aunque yo no lo veo así. Creo que el triatlón forma parte de mi vida y que en ella, y en él, me comporto de la manera que sé, intentando ir con dignidad y orgullo, trabajando todo lo que puedo, no dejando nada atrás y buscando una solución a las adversidades. 

Guille, ¿mala o buena suerte?

La despedida.

Durante este último año he pensado en serio en retirarme. Los que habéis estado lesionados conocéis qué estado de desolación y desasosiego supone estar limitado. Entre la incertidumbre de no saber cuándo podrá uno recuperarse y en qué estado volverá, y la certeza de que todo el mundo está mejor que uno, la sombra del abandono aparece muchas veces. 

Es una realidad que el club en el que me he movido está creciendo de forma exponencial y solo puede que, uno de cada seis, tenga los mismos años en el club que yo o más. Así que, cada vez, conozco a menos y echo más de menos a los que no están por lesión, por retirada o por cambio de intereses. 

Con estas premisas, retirarme estaba dentro de lo posible y de lo probable; pero no lo voy a a hacer; no, al menos, de momento. Mi objetivo es mejorar. Es algo que siempre me ha costado mucho; pero imagino que hacerlo es como dominar una asignatura difícil, es algo circular. Al principio, alrededor del objetivo me muevo con círculos enormes, inabarcables, con el tiempo cada vez menores hasta que todo se reduce a un par de ideas que luego uno es capaz de expandir. Como hizo aquel ingeniero al preguntarle por la Mecánica de Estructuras y escribió F = m·a, partamos de ahí. 

Para mejorar, nada como un grupo en el que sentirse a gusto y que te motive. Cada vez conozco a menos del grupo, pero de los que conozco, hay gente que me cae muy bien y que son buenos compañeros de camino y de mejora. 

La explosión del club se me escapa un poco, estamos a años-luz unos de otros, pero coincidir con tanta ambición y calidad en la pista o en la piscina motiva mucho. Supongo que algún día contaremos que ese muchacho medalla olímpica empezó con nosotros. Eso espero. 

Mi despedida será algun día, lo sé. Pero no quiero que sea ahora, la tengo prevista para un tiempo variable entre 15 y 120 años. 

La carrera.

Samer está en el margen derecho, y saluda, y anima, recuerda los calentamientos, recuerda cómo los calientas. Y lo recuerdo. Y corro, y sufro, y disfruto. 

Desde hace tiempo no disfrutaba corriendo; el cambio radical de no practicar otro deporte nada más que la carrera a incluir bicicleta y natación, lo noté. Y me costaba darlo todo. También es cierto que, antees del triatlón, las últimas carreras habían sido rutinarias, monótonas, cansinas. Este verano me he reencontrado. 

Para hacerlo me he tenido que desprender de una parte de mí, la formada por parte de grasas y otra parte de miedos y prejuicios. Para hacerlo he tenido que hacer el esfuerzo de hacer más haciendo menos, de cambiar hábitos, de usar la cabeza y de ponerme objetivos distintos y factibles. Son cosas imperceptibles, inexplicables, pero importantes. 

Samer me ha animado. Antes ya había procurado coger buen ritmo, pegarme al corredor que me ha dado la botella, seguir su estela, adelantarlo y correr. Samer me ha animado y, todavía hoy, estoy animado, sintiéndome bien y corriendo. Sintiéndome vivo. 


Sevilla, 19 de septiembre, 2017.