viernes, 15 de enero de 2016

EL CICLISMO NECESITA LA ÉPICA

Cuando quieras sorprender al espectador, antes tienes que aburrirlo

David Lean, director de cine.



La carretera de los pequeños desastres. 

Al final de la cuesta abajo está Alcalá de Guadaíra. Hace un rato he pinchado la rueda delantera con esa desesperante certeza que otorga el bisbiseo del aire que irrumpe en la atmósfera atravesando cámara, cubierta y los laterales del cristal que se ha incrustado hasta el fondo. Llueve. Con parsimonia he cambiado la cámara y la he inflado; he saludado a los ciclistas que han preguntado si todo va bien y me he lamentado por no pedirles una cámara de repuesto; la que acabo de poner está en las mismas condiciones que la que pinché. Llueve.

La mirada hacia el dragón que custodia el paso del río Ira me trae una alegría; en lontananza, como decían los antiguos marinos, se divisa la silueta de un ciclista. Decido esperarlo para pedirle auxilio, y la espera es, como buena espera, desesperante. Da para pensar un rato y recordar la escena en la que Lawrence de Arabia aguarda con un beduíno la llegada de un jinete a camello. La secuencia es memorable, un plano trasero del pozo con los dos personajes en un primer plano de espaldas y un camello que, poco a poco, en un interminable paseo se acerca hasta que el jinete, Omar Shariff, tiene a tiro al beduíno y lo mata de un certero disparo. El ciclista que se acerca viene en uno de esos camellos, es seguro; por fortuna no trae arma alguna y solo escopetea sus palabras, a saber por qué muerde con los dientes delanteros la válvula de una cámara. No entiendo nada de lo que dice, pero somos capaces de llegar a un acuerdo. Él me da una cámara de repuesto y, a cambio, se lleva la que voy a quitar. 

Incluso entre estos seres que montan a camello, él y yo, recuerdo aquella vieja solidaridad de carretera en la que, por encima de todo, otro jinete de la llanura debe ser auxiliado. Por estos parajes se viaja con un par de cámaras en la chepa, con una bomba y con cuidado. En el arcén los visitantes de las haciendas cercanas dejan los restos etílicos de las bodas o comuniones, ya sean orgánicos o vidriados y no es dífícil pinchar. 

Gracias, quizás, a esas heridas en la bici, he aprendido, a la fuerza, a cambiar una cámara. Gracias a eso y gracias a gente como el gracioso ciclista Naranjo que un día me auxilió. 

Naranjo, Hueso y López.

Desde el día del maratón me ronda en la cabeza la idea de contar la gente a la que se conoce en este mundo del atletismo popular. De repente, el día del maratón se me escaparon todos los isbiliyos y me quedé solo, sin móvil, sin dinero, sin coche con el que volver. Cuando pasó a mi lado alguien vestido con un mono de triatlón, no dudé en pensar que podría ayudarme. Así fue, resultó ser un hombre llamado David López, ganador de las primeras carreras nocturnas de Sevilla; la casualidad me unió a uno de los fuertes y sabedor de que quien que te pide que le dejes llamar por teléfono no siempre es un aprovechado; a veces es tan solo una persona que ha acabado media maratón y ha tenido un problema. Me reconfortó encontrarme con gente que pensaba, como yo, que el atletismo popular está sufriendo el mal de la masificación, el mal de la marca, que se está alejando del goce de sentir que es otro mundo distinto al de la rutina, al de la lucha por medrar. ¡Y eso me lo decía todo un campeón!

No podría entonces dejar de contar que conocí en enero del año pasado a dos personas de esas que piensas que son buenas solo con ver cómo se mueven.

Un día me hice un estudio combinado de la pisada y de la postura en bicicleta. Mientras que del estudio de mi pisada salí mal, no dejan de decirte que estás contrahecho, que caminas y corres fatal y que sin invertir un pastón no vas a mejorar; del estudio de la bicicleta salí agradecido. Jesús Hueso corrigió con tacto, enseñó, probó varias cosas y preguntó. Además fue un hombre confiado que postergó el cobro de lo que me instaló sin conocerme.

Y resultó que tras corregir las distancias de mi bici quise probar, y me sentí mucho mejor de lo que había ido antes. Eso fue un sábado frío de enero. Como suele pasar volví a pinchar, ¡y van n sobre n!, así que, como no llevaba ni cámara, ni llaves, ni manetas, ni bomba, ni teléfono, me senté por un momento en la puerta de un cortijo, no sé si para lamentarme o para coger fuerzas antes de la caminata que me esperaba hasta Dos Hermanas.

El ciclista pasó, me vio, me saludó y siguió; y yo me acordaba de alguno de sus ancestros porque no podía imaginarme mi mala fortuna y su mala condición. Pero tuve que desdecirme en segundos, aquel ciclista curtido y su bonita bicicleta volvieron para ayudarme. Con una amplia sonrisa aquel sexagenario desmontó la rueda y la cubierta, sacó la cámara, le puso un parche, repasó la cubierta, montó la rueda, ajustó el freno, me dio agua, un caramelo, me contó quién era, al mecánico al que conocía, cuánto le costó la bici, cómo la guardaba, me enseñó la pintura con su nombre, la bandera de España y la de Andalucía, se montó en su máquina y se marchó. Y puede ser que hasta hiciera una cabriola. Y si no me dio un beso en la frente y me dijo hijo mío ve con cuidado, fue porque aquel sábado no tocaba ni ducha ni afeitado antes de salir a pedalear.

Eso fue algo que me reconfortó y que me hizo pensar que la solidaridad en carretera no es cosa solo de moteros.

Caballos, camellos.

Melonares, una etapa completa, aunque sea con el grupo segundo, volver en pelotón, se han convertido en un imposible.

El domingo descubrí la razón por la que mi salvador del fin de semana previo llevaba una válvula en la boca. Hasta que no recurrí a Adri, no me di cuenta de que la cámara que me había dado el ciclista anónimo y medio mudo no tenía la válvula en condiciones. No le reprocho nada al hombre que me había salvado de un apuro, es posible que hasta me lo comentara. Lástima que no habláramos o el mismo idioma o en la misma frecuencia.

Empezó ya la cosa con cierto nerviosismo, pero Alberto me dio un buen consejo para aplicar y eso me calmó. Ya me veía sufriendo en el centro del pelotón y aguantando unos kilómetros más que las otras veces. Fue un espejismo.

Un objeto volador que no identifiqué hasta que su dueño lo hizo, pasó a pocos centímetros de mi casco. Vi que el ciclista paraba y paré; pensé que juntos enlazaríamos con un pelotón que aminoraría el ritmo, pero fue otro espejismo. Pedro y yo hicimos la etapa por nuestra cuenta; sé que intentamos coger al grupo, ir lo más rápido que podíamos, al menos yo, que Pedro tiene más carrete, pero nos quedamos solos.

Tanto traer los espejismos al texto, me hicieron pensar en el desierto, donde es sabido que son frecuentes. Si además le sumamos la escena del oasis que conté, no podía menos que referir que imaginaba a la gente en briosos corceles y me veía a mí mismo en camello. Y es que es común que en las estepas de Asia se cuenten ambas especies de animales entre los vehículos que llevan a los pasajeros de un extremo a otro. No deja de ser un dato cierto, y muy contrastado, que la velocidad a la que lo hacen es distinta, el caballo es rápido, no tanto el camello. No hace falta que comente en qué vehículo me imaginaba yo. Daré otra pista, tiene dos jorobas, que los que tienen una son dromedarios.

Un caravasar era un centro de reunión del que partían las caravanas de la Ruta de la Seda. Las componían hombres, mujeres, camellos y caballos. Las caravanas no siempre acababan juntas, había quienes acortaban el camino, paraban en Samarkand, o Bagdag, y no llegaban hasta China. Pero el camino común siempre lo hacían juntos, camellos y caballos, carromatos y palanquines. Yo imaginé que algo así era el Puente del Alamillo. Debió ser falsa mi impresión.

Las conclusiones. 

Correr, a lo que llamamos correr, es decir, desplazarnos deprisa, con un movimiento coordinado de piernas y brazos, con una zancada amplia, trabajada y dinámica, lo hacen unos pocos elegidos. En el grupo cada uno llevamos un ritmo muy diferente. Y en una carrera, incluso en una tirada, dependiendo de si estamos empezando o terminando, los ritmos personales varían. Pero muchas veces amoldamos nuestra carrera al compañero, caminamos con él, nos apoyamos, sentimos el estímulo de estar a su altura, nos sentimos importantes ayudando a que coja nuestra ritmo, y, a veces, no podemos más. Es entonces cuando debemos decir "sigue tú" y no frenarlo, y si el compañero es bueno, como son los que conozco, comprobará que podemos llegar a meta y nos soltará.

No puedo explicarlo mejor, ni de otra forma. El deporte no es siempre más alto, más rápido, más fuerte; es muchas veces una lección de cooperación y de ayuda. Es como dije antes, el ciclista Naranjo dándose la vuelta, aunque sea para ayudar a un capullo como yo.

Otra conclusión importante, el podólogo del estudio de pisada debe ser sevillista y saber que yo soy bético. No progreso ni con las plantillas.

El epílogo. La etapa.

Desde el momento en el que Pedro y yo nos hemos quedado solos cambia la luz del día. Es solo una casualidad que ocurra en ese instante, pero empezamos a pedalear en una medio penumbra que enmarca el día. Pedro pedalea, yo pedaleo, y nos gastamos; por lo menos yo me gasto, no ha habido calentamiento sino calentón. Y creemos ver al fondo de una recta al grupo. Allá vamos, hasta las señales, hasta el espejismo.

Ahora pensamos que les han pillado en verde los semáforos que a nosotros lo han hecho en rojo y seguimos cuesta arriba. Pedro anuncia que nuestro ritmo no es malo, pero no sé si es verdad o lo hace por animarme. No vemos a nadie, ni siquiera en el desayuno, en Castilblanco, con las bicis bajo la lluvia que ha comenzado a caer.

Y desde este momento solo recuerdo fotos, imágenes estáticas. Está lloviendo y yo no sé bajar, así que no sé contar cómo lo hice, ni como pillé a los ciclistas que iban por delante, ni como aguanté el viento que me llevaba al centro de la carretera. Solo recuerdo un inmenso dolor de piernas, el viento en contra, la lluvia que empapa la ropa de ciclismo, los relevos que doy, más por vergüenza que por fuerza, la imagen del ciclista que me acompaña como si estuviera en Flandes, en una clásica. Hay viento para todos, hay lluvia para todos.

Esto es el ciclismo, un poco de épica. Aunque sea de andar por casa.