jueves, 19 de febrero de 2015

SPASIBO, MÍSTER

El fin de semana, la semana, en realidad, han sido casi una semana en blanco. Llevo mucho tiempo sin catar la piscina, más aun, sin salir en bici. Y, !claro!, llegan el desasosiego y el bajón del domingo. ¿Cuándo me pondré al día?, ¿cuándo recuperaré el tiempo perdido?

Antes, la noche del domingo veía Estudio Estadio o La Jugada; ahora  es un carrusel por las competiciones en las que está la gente del club. Y es en las redes sociales en donde veo la etapa que habría querido hacer, la carrera que ganaron, la carrera en la que sufrieron. Ese es mi consuelo, no voy, pero vivo en diferido las actividades. Porque, si otros estaban con carrilladas y arroces, yo andaba con tartas, cumpleaños y exámenes. Y también, todo hay que decirlo, con un punto melancólico. Es la edad. Y también el trabajo de Inma, pero ¡bastante tiene con los fines de semana de Urgencias como para aguantar mis ganas de trotar!.

Y, ¡qué se le va a hacer!, cada cosa tiene un tiempo. Y el mío, el de ahora, tiene responsabilidades y otras cosas. Frase que me repetiré como un mantra este sábado y este domingo. Y el resto de días del año. Y el resto de años que queden.

Sé que han sufrido y se lo han pasado bien en la carretera. Ahí andan las reseñas de FB de los ciclistas. Sé que han ganado en Ronda. ¡Las mujeres!, las guerreras rojas. Sé que han hecho magníficos tiempos, y acabado la carrera, los valientes del Aljarafe. ¡Ahí va el maratón! Y yo sin hacer nada.

Sin embargo el sábado viví una isla, un accidente de apenas hora y media en la que aprendí más de lo que parece. Lo primero es que, por mucho que cueste, por mucho que uno peque de pesado, hay que preguntar. Mis zapatillas de ciclismo molan, pero no sirven. Una transición con ellas es mortal de necesidad. Un detalle tan tonto como una lengüeta, es un detalle tan tonto como para no permitir calzarlas mientras se pedalea. Y no es el un-dos. un-dos, es la inexperiencia a la hora de comprar y la imposibilidad física. Lo segundo es que hay algo que ya no bulle por las venas. Y es la inconsciencia. O el atrevimiento. O como se llame lo que los chavales de veinte años tienen; el descaro, la maleabilidad, las ganas de medirse a cada segundo.

Son como jóvenes electrones, como partículas libres dotadas con el gen de la velocidad, de la competitividad. Como dice el sabio, compiten hasta para comprar el pan.

Antonio y yo somos más respetuosos con el salto sobre la bici, con la transición entre modalidades. Parece indolencia o vejez. Y, por motivos distintos, imagino que ambos pensamos lo mismo. El domingo, en la carrera no se acaba el mundo; hay que llegar intacto al lunes, a las obligaciones, al trabajo. Es el peso de la edad. También pensamos en nuestro peso y en el impacto del cuerpo al montarse en la bici, ¿han pensado estos niños con qué parte impactan primero?

Y la repetición del mantra, cada cosa tiene su edad.

Hay un detalle a destacar. Por un momento, por un brevísimo momento, me viene a la memoria El Señor de los Anillos. Quien lo haya leído sabrá a qué me refiero si digo que el sábado, por un instante, apareció el Rey. Nos explicó cómo llegar, dejar las cosas, ordenar las gafas, el casco, el dorsal, nos comentó secretos de campeón...Y entonces, un joven león desafió el estatus; Samer te voy a ganar, Samer no me pillarás, Samer te daré para el pelo. Y el joven león corrió, aceleró, batió el cobre. El jefe, el rey, no se apresuró, corrió sin ansiedad, llegó al puesto y salió en un microsegundo, porque en un mismo gesto se descalzó, se puso el dorsal, las gafas y el casco e hizo que un reflejo iluminara y marcara su rostro, afilado, de competición. Rictus de tarde de Copa del Mundo.

La cantera pega fuerte. El míster desvela sus secretos. ¡Spasibo, Míster!.

Pero el rey es el rey. No lo olvidéis.

(No sé si lo siguiente es un sueño, un deseo o un realidad. Aquella tarde tras la sesión técnica, Antonio y yo nos quedamos con la bici de Samer. Ha ido a ayudar a un pupilo que ha pinchado su bici y cuando vuelve tenemos la oportunidad de tomar una cerveza, una copa o de rodar hasta casa. Imaginemos que tomamos café, o whisky, o ron con cola, da igual. Charlamos:

A:  Samer, ¿cómo te encuentras?

S:  Cansado, no puedo parar, en cada recta, en cada puerto, en cada curva hay un ataque; en la carrera me exprimen, me mueven a ritmos infernales. Quizás solo en la piscina me siento más libre.

G:  No lo parece.

S:   Es lo que pretendo.

G:   ¿Es bueno este grupo?

S:   ¡Qué quieres que te diga! Sí que hay gente con talento y con ganas. Pero hay que esperar a ver cómo se desarrollan. Son valientes, pero hay que trabajar mucho. Si todos tuvieran el pundonor de las mujeres serían estupendos, pero eso hay que verlo. La cantera es impresionante,¡ a ver cuántos permanecen!

A: Yo los veo buenos; con mucha calidad.

S:  Es verdad, lo parecen. Pero creo que tiene que salir alguna oveja negra. Y hay que depurarla. En ese tema, cortar de raíz.

G: ¿Lo has hecho alguna vez?

S: Eso es secreto de míster.

G: Samer, creo que esta gente está loca. Que no paran.

S: Eso forma parte del aprendizaje. Se tiene que aprender a escuchar al cuerpo, a competir en las pruebas y no en los entrenamientos; estos piques se pagan al día siguiente. Hoy me atacas en Alcalá, mañana lo pagarás en algún puerto, te saldrás de punto. Pero es lo loco que se debe estar a su edad. No sé si vosotros erais así, se os ve más tranquilos.

A: No creas. Si con nuestra edad permanecemos aquí, y tenemos ganas, es porque persiste el gusanillo de antes. Porque nos pican las ganas de hacer algo.

G: Yo creo lo mismo. Lo que ocurre es que ya no tenemos que demostrarnos nada, no nos  vemos como cuarentones con miedo a envejecer o a morir. Con más o menos talento, o fuerzas, nos sentimos deportistas. Y esto, tener esta edad y seguir activo, es un premio.

Y en ese momento callamos, cada uno bebe de su copa, de su café o de su ron-cola. Y calla, piensa en antiguas tardes de gloria, de otros deportes, de otras competiciones, de canastas imposibles, de mates imposibles para esta estatura, de rebotes imposibles con esta complexión, del pacto por el que no se juega una final, del amargo sabor de la victoria en un partido no jugado.

Y todos callamos, cada uno con la mente puesta en un lugar, en la lozanía que tuvimos, en el gen de la velocidad que se nos fue...

Y lo veo. El rey es el rey, pero nosotros le llevamos ventaja en una cosa; la edad, este handicap, nos da experiencia, ganas de decir que estamos vivos, de sentirnos vivos y de probarnos, no con la velocidad de nuestros compañeros sino con la mente puesta en el reto contra el viento, contra los elementos, contra el Tiempo...

Samer tiene que aprender todavía esto. Es el Rey, pero la vida ha de enseñarle cosas. Como a todos. Pero eso será otra historia.

Cada cosa tiene su edad.)

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