jueves, 19 de febrero de 2015

LOS ISBILIYOS SON ITALIANOS

La mañana nace fría, abierta, luminosa. Es un domingo más, el barrio, tu barrio, se despierta poco a poco y mientras suena en los bares el sonido de las cazoletas de café y marchan las medias con jamón, otras cosas marchan.

El primer sonido de la mañana es el de la máquina engrasada que gira, el zumbido de los radios cortando el viento, el de la cadena que engrana un piñón más o menos. Y así, camino del norte, un norte cercano, varias bicicletas inician un camino de velocidad y compañerismo.

Como siempre, o casi siempre, que es lo mismo, voy tarde. Todo preparado con antelación, todo listo…salvo los cola-caos matutinos, los deberes de última hora, la llamada de atención. Y mi café, ese café que es una isla de relax, se pierde; y me molesta que Álvaro, por culpa mía, también convierta su relax en un minuto acelerado. Así que a programar el tiempo, que es el justo y contado; a pensar que no habrá foto previa, que no habrá calentamiento distendido, que será llegar y correr.

La realidad es más amable; vemos a casi todos, Samer, Julio, Jesús, Juan…eso sí, sin foto. Podemos calentar, aclimatarnos, colocarnos atrás en la salida y hablar con los demás para saber el tiempo que han programado. Es entonces cuando pienso que los isbiliyos son italianos; que todos dicen, decimos, cinco o seis minutos más de lo que piensan hacer; que todos dicen, decimos, que están justitos, cuando se ven más fuertes que otras veces; que todos guardan, y ahí ya no entro yo, una bala en la recámara, un último acelerón, un feroz cambio de ritmo.

Lo decía aquel locutor, la serpiente multicolor; eso es esta carrera, un monstruo que gira, que va dando a cada uno un lugar, a los primeros el premio a su constancia y a sus facultades; a los demás también un premio, el de batir al dios Cronos, el de superar un obstáculo, el de acabar un reto. A mí me trae unas heridas que se me antojan bestiales, que no lo serán tanto, no hay que ser tan mirado, y un cambio de idea. Los isbiliyos no pueden ser italianos.

Cierto es que se acicalan, se cuidan, se miran, se visten de rojo y blanco para la ocasión. Cierto es. Cierto es que saben guardar un poco, solo por si a algún mamón le da por atacar al final, que siempre los hay, y no es cuestión de dejarse ganar. Pero eso es cierto hasta que otro isbiliyo necesita un compañero.

Sobre las bicicletas varios jinetes de rojo cabalgan, parecen escoltar a un rey; y lo es, un compañero queda atrás, y esperarlo, y llevarlo, es cuestión de Estado. Sobre la pista de tierra del Alamillo un corredor isbiliyo sacrifica su tiempo por llevarme, por hacerme desistir de la idea del abandono, por ayudarme a borrar el dolor de mi mente. Es Juan, un veterano, que habrá sido isbiliyo desde hace tiempo sin saberlo.

Y los isbiliyos han llegado a meta. No sé lo que hemos conseguido entre todos, no sé si somos el club con más miembros en meta, no lo sé, ahora no estoy para eso. Estoy para pensar que habrá mas domingos, con sol, con lluvia, con frío. Y para decir que los isbiliyos son de esta tierra: recios, fuertes, bravucones…Y grandes compañeros.

¡Go, go, go!

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