domingo, 1 de marzo de 2015

UNA LEY

Una ley es una ley. 

Me contaban de un sargento que siempre explicaba en la teórica sobre tiro que las balas, ya fueran de cañón o de fusil, bajan por la ley de la gravedad. Meditabundo, con la mano en la barbilla, añadía, y digo yo, que si no existiera esta ley, las cosas caerían por su propio peso.

En realidad las balas y yo sufrimos el efecto gravitatorio, y son, esta, la acción entre masas, y otra ley de Newton, el principio de acción y reacción, la que me tienen entre algodones. Mi masa se desplaza, de forma lenta, ya lo sé, pero en su deambular, impacta unas cuantas veces contra el suelo. De alguna manera los suelos del mundo se han aliado para reaccionar y contra mí ejercen una fuerza; como son justos no sobrepasan la fuerza que yo he hecho contra ellos, pero son más, muchos más que yo; así que sus fuerzas han creado una especie de nudo en mi glúteo y contra él lucho; con lo que puedo y con la ayuda de un experto fisio, sus manos y la electroestimulación.

Una ley es una ley.

El tiempo y la edad no son lo mismo. Mi cuerpo sufre el paso del tiempo. Intento que mi mente no. Así procuro que mi edad no sea la que me marcan los años. Y así escapo al dictado, a la dictadura, del tiempo. Corro, nado, salto y marcho en bici. Se ha dicho ya que sin excesivas prisas. Pero de esa forma, lento o rápido, hay algo que me ayuda a ser amigo del tiempo, de procurarme que, ya que las leyes de Newton me oprimen, las de la flecha temporal me mimen. A veces veo al mismo Cronos pedalear a mi lado. Y en eso quiero entender que siempre hay una oportunidad más, la siguiente. 

Es verdad. Lo conocéis. Suele vestir de rojo y blanco, montar gafas y hablar con un suave acento vallisoletano. Sé que corrió el maratón hace una semana, y que ya está pensando en el siguiente, en la salida de la semana, en el entrenamiento. Es el señor del tiempo. Un isbiliyo, pero no un isbiliyo más.

Una ley es una ley.

Sé que las leyes son para todos, y que todos debemos ser iguales ante la ley; pero usted y yo sabemos que no es verdad. Si se siente indignado, e informado, sabrá que los estafadores, los que roban, los que tiene cierta alcurnia reciben un trato, digamos, que de favor. Y es entonces cuando las leyes no son iguales para todos. 

En mi club, el Isbiliya, me estafan. Yo no lo sabía pero son ladrones, roban tiempo al tiempo, para entrenar, para estar informados, para ir más deprisa; estafan, y eso lo he visto yo, a los mortales. Sí, los he visto ponerse al lado de otros atletas, corredores, nadadores o triatletas, y hacerse ver; se hacen pasar por uno más, por uno de nosotros, los normales mortales, y entonces, cuando un juez decreta la salida, se visten con su ropaje de ganadores y estafan al propio reloj unos segundos o unos minutos, ¡vaya usted a saber!, el caso es que siempre están delante, en ese principio de lista en el que no aparecemos los demás.

Hay una explicación. Son la nobleza, la alcurnia, y las leyes, ni siquiera las naturales, no los tratan igual que a mí. Y eso es fundamental, haga usted un pacto con la Ley Gravitacional y marche hacia adelante, podrá ir al lado de ellos, como si ganara usted una etapa en los Lagos de Covadonga cada día. No entenderá ni de rozamiento ni de peso. Y ahí está la casta, la aristocracia, el selecto grupo al frente de este cotarro, que se ha ganado este trato de favor con el trabajo diario, con el entrenamiento, con la concentración...

Quiero cambiar mi relación con la gravedad, aprender a flotar no solo en el agua sino en el aire, como hace esa compañera que parece deslizarse en el viento, como hace ese otro que pedalea como si lo hiciera siempre en un descenso, como el jefe, que corre mientras toma nota y planifica. 

Por lo pronto creo que voy haciendo bien las cosas, a mi ritmo, pero bien. Es hora de volver a entrenar, aunque sea de forma suave, de nadar, de patalear, de pedalear. También me he ido haciendo con esas cosas que parecen ser como un salvoconducto para el tribunal del tiempo, las camisetas rojas, los monos rojos, el bañador. 

Sé que no es suficiente, falta madera, escasea la posibilidad de una dedicación mayor, pero creo que estoy en buen sitio para que me miren de otra manera los suelos, los cronómetros, los calendarios. 

Buen sitio, sí. Bueno no, el mejor.    

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